Название | El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes |
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Автор произведения | Nina Rose |
Жанр | Языкознание |
Серия | El Castillo de Cristal |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561709218 |
—Como todo en la vida, amigo mío. Y luego te das cuenta de que a veces los objetivos están mucho más lejos y son más difíciles de alcanzar de lo que pensamos —callaron, pero solo un instante, pues Ewan volvió a hablar.
—Iré a Andiris, Ábbaro. Quiero tener esa aventura antes de perder la oportunidad. No tengo a mi madre, el terreno que manejo es demasiado grande para explotarlo solo y no tengo dinero para mantenerlo. He estado en el mismo lugar tanto tiempo que me siento ahogado, necesito expandir mis horizontes y salir. Siempre he querido ir a Andiris.
Ábbaro se sorprendió un poco al escucharlo. No por su deseo de aventura, sino por la inusual intensidad de sus palabras. Había tal ansiedad, tal pasión, que se sorprendió que fuera Ewan, siempre muy razonable, quien las dijera.
—Sabes que no puedo ir contigo —respondió adivinando su intención.
—Esperaba que pudieses, pero sabía que era una posibilidad remota. Sin embargo, la intención sigue. Solo o no, iré.
Al día siguiente se había marchado. Sin aceptar el dinero de Ábbaro, había emprendido el viaje solo hacia las montañas. Por casi cinco meses no hubo contacto; el silencio era desesperante. Ábbaro lo había buscado, pero la gente que había enviado en secreto a rastrear a su amigo no lo había podido hallar.
Finalmente un día, casi de la nada, Ewan había regresado, pero no estaba solo. Una mujer, hermosa como no había visto nunca, estaba a su lado, firmemente sujeta de su mano. Alta, de ojos dorados y cabello caoba, rasgos finos y un aura imposible de descifrar; así era la joven que le había robado el corazón a su mejor amigo.
—Su nombre es Firenne —había dicho Ewan. La había conocido en el viaje; ella y su familia vivían en las montañas y lo habían salvado de morir cuando había quedado atrapado en una zanja.
Firenne era una muchacha silenciosa, pero tenía el mismo porte real de Ryana Mackenzie. Bella, cariñosa y claramente enamorada de Ewan, había abandonado a su familia para trasladarse a vivir con él. Ambos parecían hechos el uno para el otro y Ábbaro veía en los ojos de su amigo que la mujer le estaba sanando las heridas que había dejado la pérdida de su madre. Había una nueva chispa en él, la misma chispa que, años después, vería en Rylee.
Incapaces de quedarse a vivir en Villethund —y negándose rotundamente a aceptar el dinero que les ofrecía Ábbaro— se fueron a vivir al Huerto, un pueblo mucho más cerca de Villethund, pero lo suficientemente lejos como para tener una vida tranquila y segura. Durante los dos años que siguieron, su amistad se vio truncada por un competidor inescrupuloso que había asesinado a su padre, el ya viejo Ábbaro senior; la amenaza del hombre era tal que Ábbaro temía por la vida de Ewan y su esposa si el mercader se enteraba siquiera de su existencia.
De vuelta una vez más en el presente, Ábbaro pasó la página y tomó la carta enganchada en la envejecida hoja del cuaderno. La abrió con cuidado y la leyó, aunque su contenido lo sabía de memoria. Había llegado a principios del tercer año de que Ewan se fuera al Huerto:
Mi querido amigo:
Hoy un trozo de mi corazón me fue arrancado del pecho. Mi hermosa Firenne, mi esposa amada, ha muerto. Me embarga una angustia y un dolor que pensé que jamás volvería a sentir y he quedado desarmado, sin fuerzas; te necesito más que nunca, Ábbaro, pues no creo poder enfrentar la vida sin tu apoyo, especialmente ahora.
Firenne me ha dejado un pequeño regalo antes de partir. Amigo mío, he sido bendecido con una hermosa hija, cuya luz ilumina un poco las sombras que me ha dejado la ausencia de mi esposa. Rylee, ese es su nombre, es idéntica a su madre, tan bella, tan pequeña y frágil; no sé si seré capaz de criarla y darle la vida que necesita ahora que Firenne no está.
Sé que eres hombre ocupado y sé que aún hay muchos problemas que debes resolver, pero me gustaría poder verte al menos una vez. Rylee es aún muy pequeña para viajar, no tiene más de dos días, por lo que si pudieses visitarme…. Sé que lo que te pido es complicado para ti… pero no tienes idea de lo mucho que necesito tu presencia ahora, tu fortaleza.
Espero que todo vaya bien con tus negocios. Cuídate mucho y de corazón espero verte pronto.
Cariños y abrazos.
E. M.
Ábbaro había arreglado todo y, dos días después, llegaba a la humilde casa de Ewan. Allí había visto el dolor de su amigo por la pérdida de Firenne, pero también había visto con alivio que Ewan estaba feliz de ser padre. La pequeña Rylee era una bebé tranquila, inusualmente silenciosa, de ojos pardos muy abiertos y atentos. Le recordó fuertemente a Ryana Mackenzie, pero Ewan aseguraba que era idéntica a su difunta esposa.
Se quedó una semana entera acompañándolos. A Rylee la amamantaba una vecina que había perdido recientemente a un bebé y que tenía otro hijo, un pequeño llamado Anwir, que adoraba estar al lado de la niña. Tranquilo como estaban las cosas a pesar del dolor por Firenne, Ábbaro regresó a Villethund y mantuvo contacto con Ewan, aunque ya no pudo volver a salir de la ciudad. Su amigo lo visitaba de vez en cuando, especialmente cuando comenzó a comercializar sus productos en madera —tallados hermosos que hacía a mano— en el sector del puerto.
Mientras contemplaba el pequeño retrato de Rylee que Ewan le había regalado, recordó la velocidad con la que habían pasado los años por aquel entonces. Ruby había llegado al burdel, una muchacha dulce y atenta cuyo padre, un borracho que le había pedido dinero hacía varios años, había dejado como parte de pago. Ábbaro la había aceptado pues, en cuanto la vio, quiso alejarla del horrible hombre que la había vendido; era tan bella, tan inocente, una joven hechicera que le había encantado el corazón.
Le había buscado trabajos en varios lugares, pero Ruby había decidido quedarse en el burdel. Ganaba más, de partida, pero ella tenía una razón mucho más profunda para estar allí.
—Deseo encontrarme a mí misma. Deseo explorar lo que me ha sido prohibido por tanto tiempo y tengo la fortaleza para afrontar cualquier problema que esto me conlleve. Le prometo, señor Stinge, que no dudaré en solicitar un trabajo diferente si no me veo capaz de llevar éste, pero deje que me quede aquí por ahora. Por favor.
A Stinge le había sorprendido la manera en que la joven se había expresado. Sin mayor excusa para detenerla, había aceptado que se quedara en el burdel y allí se había mantenido hasta hoy.
Fue solo un tiempo después de la llegada de Ruby que le llegó la noticia de Ewan atravesado una crisis económica, de la que Ábbaro no supo nada sino hasta que fue muy tarde.
—Debiste haber aceptado el dinero que te ofrecía, Ewan —le dijo cuando su amigo lo fue a ver para, por fin, aceptar un préstamo.
—No fui capaz, Ábbaro. Eres mi amigo, no quería ponerte en esa situación.
—Con mayor razón debiste haber aceptado. Como tu amigo hubiese velado por ti, eso lo sabes de sobra.
—Perdóname. Debí haberte escuchado.
—Este dinero —le decía Ábbaro mientras le daba las bolsas de ryales y los certificados de pago— es tuyo. Es mi regalo. No me lo tienes que devolver.
—Ábbaro, no puedo….
—No sigas con eso —dijo molesto—, ya viste el problema que causaste cuando no me hiciste caso. Toma este dinero, paga tus deudas y cuida de tu hija. Compra un terreno mejor y explótalo bien. Velaré por tus intereses desde aquí, lo mejor que pueda; mis competidores ya sospechan de mi relación contigo y no quiero que haya peligro ni para ti ni menos para la niña. A propósito, ¿dónde está ahora?
—En la biblioteca de Villethund —sonrió Ewan— es una chiquilla muy inteligente. Le gusta leer.
—¿La dejaste sola? —se sorprendió Ábbaro.
—No, está con la bibliotecaria. Además, mi hijita