Mujeres universitarias, profesionales y científicas. Ruth López Oseira

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Название Mujeres universitarias, profesionales y científicas
Автор произведения Ruth López Oseira
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789587837919



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atención a la dimensión socioinstitucional de las desigualdades basadas en orden social de género.

      El término género comenzó a usarse durante la década del cincuenta en Estados Unidos en disciplinas sociomédicas como la sexología, la psiquiatría y los estudios de la conducta y la identidad sexual. A mediados de los setenta empezó a ser usado también en las ciencias sociales y humanas como una categoría que opera para distinguir los elementos materiales y biológicos que establecen el dimorfismo sexual de la especie humana (sexo), de aquellos otros producidos por la sociedad y la cultura, y que las personas incorporan a través de procesos psíquicos que reflejan la socialización (género). Género se refería tanto a esta categoría heurística/analítica que distingue entre lo biológico y lo cultural, como al producto social que resulta de la interpretación, cultural y simbólica de las diferencias anatómico-biológicas (Rubin, 1986; Scott, 1990).

      El feminismo académico ha usado la categoría género para controvertir las explicaciones sobre la condición femenina subordinada, sustentadas sobre extrapolaciones de evidencias científicas acerca de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. En las ciencias sociales y humanas se ha utilizado para hacer referencia, de manera abreviada, al modo en que la diferencia sexual binaria macho/hembra es construida y traducida en cada contexto histórico y cultural en términos jerárquicos de masculino/femenino, y que abarca la identidad personal, normas y prácticas sociales, la dimensión simbólica-cultural, además de la conducta y la orientación sexual.

      Inicialmente se consideró posible corregir el déficit de mujeres en las profesiones tecnocientíficas mediante políticas de equidad dirigidas al ámbito educativo, institucional y laboral. Entre estas iniciativas se incluyó revisar los posibles sesgos en los protocolos de evaluación del mérito, mejorar el acceso de las científicas a redes profesionales y recursos para la investigación, y promover que las instituciones de ciencia implementasen condiciones laborales favorables a la conciliación de la vida personal y familiar.

      Algunas estrategias de las políticas de igualdad de oportunidades en el ámbito científico, como las acciones afirmativas, también han dado lugar a encendidas discusiones. Además, dichas políticas han recibido críticas por lo limitado de sus resultados, lo cual se ha atribuido al hecho de que su enfoque no contribuye a transformar las inequidades de género en el conjunto de la sociedad, ya que en muchos casos son percibidas como medidas dirigidas a mejorar las condiciones de inclusión de una minoría de privilegiadas.

      Por otra parte, desde los años setenta no solo se documentó que las mujeres fueron marginadas del acceso al conocimiento científico moderno y alienadas de saberes y prácticas protocientíficas tradicionalmente consideradas femeninas, como la partería o la elaboración de preparados curativos; los estudios también afirmaron que la ciencia, o los usos que se han hecho de ella, han sustentado formas de dominación clasista, sexista y racista. Algunos señalaron que, para insertarse en el ámbito de la ciencia y la tecnología, acceder a sus prácticas y su lenguaje, las mujeres se han visto obligadas a plegarse a normas de género masculinas, mientras esto no sucede con los hombres, en la medida en que el modelo de masculinidad —y otros privilegios de clase, raciales, de orientación o identidad sexual— ha sido construido como neutro y universal.

      En el contexto de estos debates (Shalins, 1976; Lewontin, Rose y Kamin, 1984), la crítica feminista de la ciencia reclamó que las prácticas e instituciones científicas formaban parte del núcleo de dispositivos sociales y culturales que producían el género social y sus desigualdades. En lugar de preocuparse por cómo aumentar la población femenina en las disciplinas científicas tal como están organizadas, la crítica con perspectiva de género debía preguntarse cómo corregir el sesgo androcéntrico del conocimiento científico y cómo hacer uso, con fines emancipatorios, de una ciencia en apariencia neutra pero permeada por un enfoque patriarcal y heteronormativo en sus objetos, hipótesis, métodos y resultados (Harding, 1996; Tuana, 1989; Kohlstedt y Longino, 1997; Rose, 1994).

      Esto llevó a plantearse si la mera inclusión de mujeres en la producción de conocimiento tendría algún efecto en la organización de la empresa tecnocientífica o en los resultados y productos de esta. Lo cual, a su vez, ha dado lugar a reflexiones en el campo de la epistemología y la filosofía de la ciencia que han evaluado críticamente las nociones de universalidad, racionalidad, objetividad, realismo, neutralidad o verdad. En tal sentido, se ha iniciado una interesante discusión acerca de hasta qué punto es cierto o deseable que la ciencia y la tecnología estén libres de valores, lo cual ha permitido pensar en estas no solo como un resultado sino también como un proceso generado por individuos que colaboran entre sí, de una manera institucionalizada, en contextos sociales e históricos concretos (Pérez Sedeño, 1995; Longino, 1990, 1996).

      Otra de las consecuencias de estas reflexiones es que la propia categoría género ha sufrido un desplazamiento conceptual (Preciado, 2007). En las disciplinas sociales y humanas, género se había definido como una dimensión social y cultural variable, en oposición a sexo, que se limitaba a señalar un sustrato biológico fijo, vaciado de significado social. Sin embargo, desde los años noventa se ha incrementado el interés por comprender las formas complejas en que los factores biológicos y los procesos socioculturales interaccionan para dar lugar a la diversidad de cuerpos, comportamientos e identidades individuales y sociales.

      Así, se ha expuesto que las ideas preexistentes de masculinidad y feminidad (es decir, el género) han proporcionado matrices interpretativas con las que los científicos, en especial en las disciplinas médico-biológicas, han establecido sus objetos de investigación, encontrado evidencias y desarrollando métodos para medir y clasificar fenómenos físico-biológicos relativos a la diferencia entre hombres y mujeres.

      Por otro lado, el sexo ha dejado de ser entendido como una realidad fija, a medida que nueva evidencia científica revela que las experiencias e interacciones sociales, determinadas por normas, roles y estereotipos, influyen poderosamente en la estructura y expresión de la materialidad corporal, que resulta mucho más diversa, plástica y adaptativa. En ese sentido, el término sexo no solo denota ya una realidad “natural”, sino que, al igual que género, hace referencia también a un producto social e histórico, en cuya elaboración la investigación científica cumple un papel fundamental.

      En la actualidad, todos los enfoques descritos se usan de manera simultánea y constituyen un activo campo de reflexión que ha logrado madurar su soporte conceptual y teórico. Este campo se ha especializado y ramificado, formando intersecciones con multitud de disciplinas que abarcan desde la discusión sobre la coeducación en las didácticas de aula y laboratorio hasta la crítica feminista a la epistemología y la filosofía de la ciencia. La incorporación del campo científico a las políticas de igualdad de oportunidades ha aglutinado un amplio conjunto de estudios de caso, documentos técnicos, obras de síntesis y documentación de referencia. A su vez, la intervención de científicas en estos debates —cada vez más frecuente— ha enriquecido las discusiones con una perspectiva desde el interior (Fausto-Sterling, 2006; Hubbard, 1990; Fox-Keller, 1982, 1991; Rougharden, 2009; Jordan-Young, 2010).

      Ante un panorama tan amplio y diverso se hicieron evidentes las limitaciones de la investigación que emprendimos en la Sede Medellín, pero sus resultados han servido para plantear mejores preguntas y no para ofrecer respuestas definitivas. Pese a ello, esperamos que la iniciativa logre ampliar el interés de la comunidad universitaria en la equidad de género en este momento en que las instituciones de educación superior se esfuerzan por persistir como referentes en la producción y transmisión de conocimiento pertinente para abordar, entre otros, los desafíos de la sociedad colombiana ante un posconflicto que se anuncia dificultoso. Desde los sistemas de financiación a los criterios de acreditación y calidad internacionales, pasando por las prácticas de enseñanza y aprendizaje, la definición de los fines y procesos de la investigación o los perfiles profesionales de las y los egresados, la equidad de género abre preguntas que afectan la relación de la universidad con su medio social.

      Frente a estos retos, la Universidad Nacional de Colombia posee un recorrido y una experiencia significativos. En la década del ochenta se creó el Grupo de Investigación Mujer y Sociedad, que abrió el primer programa de posgrado en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo, y en 2001 se estableció la Escuela