Название | ¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos? |
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Автор произведения | Alberto Quiles Gutiérrez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418230080 |
—Sí, Ramírez.
—¿Algo nuevo?
—Pues su teoría va ganando fuerza, subinspector. Según Ramírez, Sally sufrió una contusión en la parte trasera de la cabeza, la cual podría contrastar su teoría de que alguien la dejase inconsciente. También tiene múltiples heridas en el cuerpo: los médicos han informado de que no pueden asegurar que Sally despierte del coma. —Manuel Quirós mostró signos de desánimo—. Aun así, hay más: fue encontrada con solo uno de sus tacones, un zapato de color rojo.
—¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos? —se preguntó en voz baja el subinspector.
—No se adelante. El tacón encontrado permitió a Ramírez usarlo para hacer una simulación de los golpes —comentó el inspector y se detuvo.
—¿Y? —preguntó intrigado.
—Ramírez dice que con al menos un noventa por ciento de probabilidad, Tom Harvester fue asesinado con uno de los tacones de Sally. —Perplejo, Manuel Quirós tomó las fotos que el inspector seguía teniendo en sus manos y las observó con detenimiento. En estas, Sally, vestida de rojo e inconsciente, se encontraba a varios metros de profundidad—. Le recuerdo, subinspector, que teníamos una apuesta.
—Sigo sin entender lo suyo y el juego; aun así, una apuesta es una apuesta.
Manuel Quirós le entregó las fotos y sacó de la cartera un billete de veinte euros.
—¿Quién la ha encontrado? —preguntó Francisco Pacheco mientras guardaba el billete en la cartera.
Manuel Quirós sacó una libreta para revisar sus notas.
—Un profesor de la escuela.
—¿Sabe el nombre?
—Sí, Alberto Lux. Dice que estaba leyendo junto al pozo, que tropezó y que sin querer desplazó la madera que lo cubría. Para su asombro, comprobó que alguien se encontraba dentro. Informó a las autoridades con apremio.
—Recordar hablar con Alberto Lux —anunció Francisco Pacheco a su grabadora.
—¿Suele escuchar con frecuencia lo que graba?
—Casi a diario —respondió pensativo—; aunque cuando ya tengo todo lo que necesito, suelo guardar las grabaciones en lugar seguro por si las necesitase en un futuro.
—Entiendo —asintió Manuel Quirós zanjando el tema, sin darle mayor importancia—. Aun así, es raro, ¿no? El pozo debería de haber estado sellado.
—Eso creían todos. Al parecer, el director pensaba reformarlo y hace unos días decidió llamar a un contratista para que le realizase un presupuesto.
—Qué oportuno.
Capítulo 3
Tom Harvester
Lunes, 17 de mayo
—Buenos días. Lo primero, gracias por su ofrecimiento y por venir tan temprano, justo antes de las clases —comenzó el inspector Pacheco. La chica asintió—. ¿Qué puede contarnos sobre Tom Harvester, señorita Martínez?
—Conocí a Tom el 22 de septiembre de 2008: tengo esa fecha grabada en mi mente —empezó entrecortada: estaba nerviosa—. Aquel fue mi primer día de instituto. Yo tenía entonces…
—Perdone que la interrumpa, ¿puede nombrar el nombre de la institución?
—IES Ben Benítez —respondió rápidamente—. Como decía, tenía quince años y, bueno, andaba un poco perdida por el lugar, la verdad; había llegado a la ciud ad unas semanas antes.
—¿Es ahí cuando conoció a Tom?
—Bueno, no exactamente. Fue el director de la escuela quien me guio, recuerdo que su recibimiento fue muy cálido; pero sí, es cierto que fue la primera vez que lo vi: estaban llamando a sus padres; no recuerdo exactamente lo que hizo, pero sí sé que recibió un parte.
—¿Se está refiriendo a Tom Harvester?
—Sí, ese día fue el que conocí a Tom. No sé por qué, pero no puedo quitarme la primera vez que lo vi sonreírme. —Comenzó a llorar.
Francisco Pacheco se sentó a su lado e intentó tranquilizarla.
—Tome un pañuelo y beba un poco de agua, la tranquilizará. Ana, ¿verdad? ¿Puedo llamarla por su nombre de pila?
—Sí —respondió Ana Martínez secándose las lágrimas y apartando el vaso—. No tengo sed, gracias.
—¿Qué puede contarnos sobre su relación con Tom? —preguntó el inspector Pacheco, esta vez mucho más suave y amigable.
—Tom y yo empezamos a salir unos meses más tarde, creo que porque yo era la novedad en el instituto. Sabía que él no era bueno para mí, pero creo que me conquistó la primera vez que me sonrió; no me pregunte por qué, porque ni yo misma lo entiendo, pero aquel primer día pensé: «Tiene que ser mío». —Sonrió levemente y volvió a enfundar las lágrimas en el pañuelo—. Yo lo quería, ¿sabe? ¡Yo podía darle mucho más de lo que Sally podría en su vida entera! —gritó angustiada: sus ojos estaban enrojecidos y el habla se le entrecortaba de nuevo.
Francisco Pacheco se levantó y se acercó a su compañero con una pegatina negra: tapó con disimulo aquel piloto que se hallaba en rojo, indicando la grabación. Tras ello, con la cámara en apariencia apagada, el inspector se quitó la chaqueta y dejó la placa sobre la mesa.
—Olvídate del interrogatorio, tan solo hablemos. Empecemos de nuevo, llámame Francisco. La vida nunca es lo que parece, al igual que no lo son las personas. No digamos que la humanidad está equivocada, pero los hombres siempre serán hombres y antes fue Tom, pero nunca sabes qué es lo que te depara el futuro. Sí, ayer fueron Tom y Sally, pero ¿mañana? Tú eres la escritora de tu propio futuro y nadie más. —Ana lo observaba mientras aguantaba las lágrimas. Tenía la mirada fija en el agente; tiritaba—. ¿Sabes? Más o menos con tu edad estuve en una situación parecida: evidentemente no fue un asunto como el de Tom, pero yo también he sido traicionado; en mi caso se llamaba Sara y sí, estaba completamente enamorado de ella, incluso llegué a proponerle matrimonio para que dejara a aquel chico, pero no surtió efecto. El chico en cuestión jugaba en un equipo de baloncesto y era de los mejores de su generación, aunque ahora… —empezó a susurrarle al oído—, ahora trabaja en el McDonald’s y lo hemos detenido varias veces por posesión de drogas.
—¿Qué sabe de ella? —preguntó Ana, interesada por la historia.
—Bueno, sé que se quedó embarazada con diecisiete años y creo que al quedarse del segundo lo dejó y desapareció de la ciudad. A día de hoy no he vuelto a saber nada más de ella.
—¿Sigue pensando en ella?
—Claro, aún me pregunto dónde y cómo estará.
—Dígame si eso no es amor, inspector —preguntó ella con dulzura. Los ojos se le iluminaron—. Perdone, quería decir Francisco.
—Es estima: fue mi primer amor y una pieza clave para forjar a la persona que soy hoy, pero eso ya no lo es. Me ayudó a crecer y a valorar mejor las pequeñas cosas que tenemos en la vida. Y eso mismo deberías de hacer tú.
Ana calló y bebió un trago de agua.
—Estoy lista, Francisco.
—¡Muy bien! Encienda de nuevo la cámara, subinspector —dijo mientras se ponía la chaqueta de nuevo y guardaba la placa. Manuel Quirós retiró la pegatina—. ¿Qué puede contarnos de la noche que asesinaron a Tom Harvester?
—No sé si fue por celos o por casualidades, pero asistí al baile con Alex Fonseca. Llevaba aquel vestido azul marino que mi tía me había