Название | Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo |
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Автор произведения | P. Hernán Alessandri M. |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789562469302 |
a) Planteamientos falsos
Creo que al enfrentar este tema –la situación de los cristianos frente al mundo de hoy, el cristianismo frente al marxismo o como se le quiera llamar– debemos partir de un principio fundamental que es necesario aclarar desde un comienzo: no podemos permitir que sean otros los que nos plantean los problemas. La forma en que se plantea un problema condiciona desde ya la respuesta que se le va a dar. Me parece que una de las cosas que más pueden confundirnos hoy día a nosotros, los schoenstattianos, es partir de un planteamiento de la cuestión diferente al seguido por el Padre Fundador. Actualmente hay muchas personas que plantean el problema que ahora nos interesa y cada uno lo hace en la forma que más le conviene, o sea, de manera que no exista una solución del problema fuera de la que cada uno quisiera darle. Estamos viviendo en un mundo que acostumbra a pensar en base a slogans y frases predeterminadas o ya hechas y los problemas se plantean también en base a slogans. Pero, si alguien acepta ese planteamiento tal como se le presenta, necesariamente llega a la solución convenida de antemano.
En concreto: los problemas más urgentes que enfrenta Chile están presentados normalmente desde perspectivas políticas o desde perspectivas económicas y son los partidos políticos los que proponen las disyuntivas. En Chile, se plantea hoy, principalmente, la disyuntiva: capitalismo- socialismo. ¿Y quiénes la proponen? Los capitalistas o los socialistas marxistas. Si nosotros dejamos que el problema se presente en tal forma, nos metemos en un callejón sin salida, porque quedamos obligados a decidirnos o por el capitalismo o por el marxismo.
También se nos invita a decidirnos por diferentes valores que evidentemente son buenos y que hay que salvar, pero que se nos presentan igualmente en forma de disyuntiva. Por ejemplo, se nos pregunta: ¿qué es lo más importante: la persona o la sociedad? ¿Están primero los valores personales de libertad individual o los de solidaridad? Nuevamente se nos coloca aquí en un callejón sin salida. Porque si aceptamos este planteamiento, tenemos que decir: o lo primero o lo segundo, e inmediatamente caemos por la pendiente capitalista o por la pendiente marxista. Y así sucede con muchos problemas que hoy día han sido planteados desde perspectivas no cristianas. Tenemos que tomar conciencia del ambiente en que estamos viviendo y que desde hace muchos años está dominado por una mentalidad capitalista que no es cristiana. Incluso hay toda una defensa o un planteamiento defensivo de valores en sí nobles (como la libertad personal) que han sido propuestos desde una perspectiva capitalista. La libertad y la solidaridad son en sí mismas dos valores cristianos, pero no todos los planteamientos que andan flotando hoy, con relación a la defensa de la libertad y la solidaridad, parten desde una perspectiva cristiana, sino desde perspectivas capitalistas o marxistas. Desde luego vienen de esas perspectivas todos los planteamientos que tratan de oponer este tipo de valores (o los personales o los sociales) llamando a preferir uno de los dos. Un cristiano no puede aceptar este dilema entre persona y sociedad.
¿Qué es lo primero para nosotros? Para un cristiano lo primero es Dios. Un Dios Trino que es comunitario y personal al mismo tiempo. En Dios, las personas y la comunidad son inseparables. Dios es una comunidad perfecta, porque está formada en base a personas infinitamente perfectas. Y, por otro lado, las personas que hay en Dios son perfectas, porque se dan perfectamente las unas a las otras, en una solidaridad total, completa, que llega a la unidad. Ese es nuestro Dios. ¿Qué es entonces lo primero para el cristiano? Nuestra fe nos dice que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y si ese Dios es personal y comunitario simultánea e indivisiblemente, quiere decir que el hombre hecho a imagen y semejanza suya fue llamado al mismo tiempo a una vocación personal y a una vocación comunitaria. Es imposible separar, decir qué es lo primero. Lo más propio de la persona, del individuo es la libertad. Pero nuestra libertad fue hecha a imagen de la de Dios. ¿Y cómo usa Dios su libertad, por así decir? Cada una de las tres Personas la usa para darse enteramente a las otras. La libertad de Dios es libertad para el amor. Y Dios también dio la libertad al hombre para que la use al servicio del amor y de la solidaridad. Libertad y solidaridad no son dos cosas opuestas. La libertad le fue dada al hombre para la solidaridad y se perfecciona como tal en la medida en que se emplea para aquello a que Dios la destinó: para la unidad, para la solidaridad. Y la solidaridad, por otro lado, es auténtica en la medida que se base en la libertad, de lo contrario no es humana, no es solidaridad a imagen de lo que existe en la Trinidad.
Hoy encontramos muchos artículos cristianos aparecidos en distintas revistas que sostienen: antes teníamos una concepción individualista del hombre, partíamos de las personas y después se llegaba a la sociedad; ahora hay que partir de la sociedad para llegar a las personas. Las dos cosas son falsas si se absolutizan. Nuestro punto de partida es un Dios en que los dos aspectos son simultáneos e inseparables. Si uno parte de cualquiera de los dos, dándole prioridad, corre el peligro de no llegar nunca al otro. Por eso, hay que partir poniendo a los dos en un mismo plano (por lo menos en lo que a valor objetivo se refiere), pues otra cosa es la presentación pedagógica que debe adoptarse a la perspectiva de interés de cada época.
Uno lo ha visto en la práctica: el capitalismo defiende la libertad porque así cree que llegará mejor a la solidaridad, pero no llega. El marxismo parte de la solidaridad queriendo llegar a una sociedad más libre y la experiencia histórica nos muestra que también le ha costado bastante arribar a su meta.
Para el capitalismo, el marxismo es el diablo en persona. Entonces nos exige escoger: “o u o”. Para el marxismo, el capitalismo es el pecado original concentrado, por lo tanto, también plantea esa disyuntiva. Esto no lo podemos aceptar nosotros. Hemos de partir rompiendo cualquier esquema que nos impongan personas de fuera. En primer lugar, nosotros somos cristianos y para nosotros el único Absoluto, es Cristo. Por lo mismo el único que puede decir “o conmigo o contra mí”, es Cristo. Nadie que no sea Él tiene derecho a ello, porque fuera de Él, de su Evangelio, todo lo demás es relativo y será bueno en la medida en que siga la línea de Cristo y malo en la medida en que se aparte de ella. Pero nada, ninguna ideología, ningún sistema socioeconómico, coincide plenamente ni con Cristo ni con el Evangelio. Por lo mismo nadie puede decir: o esto o lo otro.
Tenemos que romper esa mentalidad dualista, ese esquema simplista. Es típico de las mentes infantiles caer en el dualismo. La realidad es compleja, pero es típico del niño vivir en un mundo semejante al de las películas de cowboys donde los hombres se dividen entre buenos y malos de manera tajante.
El mundo no está hecho en base a contradicciones absolutas, como lo sostienen los marxistas. El método de análisis marxista –al que volveremos después– parte de esa tesis, pero es algo absurdo. Esta teoría se encuentra en Hegel, en quien se inspiró Marx. Hegel hablaba de ideas y en las ideas es claro que existen oposiciones así. La idea de bondad con la idea de maldad no tiene nada que ver, y la idea de blanco con la idea de negro son totalmente contradictorias. Pero en la realidad no existe ningún ser que sea enteramente blanco o enteramente negro, todo bueno o todo malo. En la realidad no existen contradicciones absolutas. La mayor contradicción que se puede imaginar es entre Dios y la nada, en el plano del ser y entre Dios y el pecado en el plano de lo moral. Pero bajando al plano de lo real (pues el pecado no existe en sí mismo) ni siquiera el demonio –a pesar de estar lleno de pecado– es mal puro, porque tiene existencia y eso ya es un bien que lo asemeja parcialmente a Dios. La única contradicción absoluta que parece quedar es entre Dios y la nada, pero la nada no existe, por lo tanto, tampoco esta contradicción absoluta es real.
El P. Kentenich habla de un mundo construido no en base a contradicciones absolutas sino en base a tensiones. Las tensiones son contradicciones parciales, relativas, bajo un aspecto. Pueden ser a veces perjudiciales, destructivas, pero, por otro lado, toda la vida que hay en el mundo es fruto del juego creador de dichas tensiones.
Las mentalidades simplistas cuando encuentran dos cosas que están en tensión –ya sean persona o sociedad, naturaleza y gracia, Iglesia y mundo– tienen la tendencia a pensar que, de esos dos valores que están en tensión, uno de los dos es absolutamente más importante. ¿Y cómo resuelven la tensión? Escogiendo uno, absolutizando uno, y en tal forma que no solo eliminan al otro, sino que terminan perdiendo también aquél