Название | Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo |
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Автор произведения | P. Hernán Alessandri M. |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789562469302 |
El P. J. Kentenich por la Misión del 31 de mayo nos ha legado reflexiones muy actuales al cambio de época que estamos viviendo. Cuando uno lee detenidamente este libro, se percata de que no se limita al terreno del diagnóstico, difícil por sí mismo, sino que, además, plantea propuestas, nuevos horizontes para enriquecer nuestros vínculos sociales desde donde todo parte y se gesta porque estamos en un momento de la historia para expresar lo que verdaderamente creemos, las convicciones que llevamos en nuestro interior, un momento oportuno para evaluar la calidad y la hondura de las mismas y nuestra capacidad real de donación y de sacrificio por los demás. A eso nos llama el P. Kentenich, a hacer vida nuestras creencias y valores. No puede sernos ajeno el sufrimiento del otro. Esto nos debe mover a pensar la importancia y el valor de las causas segundas, como camino para llegar a otros por Dios y entregarnos resueltamente. En ello nos jugamos la humanidad, nuestra condición de seres humanos. Si un ciudadano “tira la toalla” porque cree que no hay nada más que hacer, no solo ha fracasado él, hemos fracasado todos. De nada nos vale encerrarnos dentro de una cápsula insonora y vivir ajenos a lo que ocurre en nuestro país, ignorando el destino de vecinos y conciudadanos, cultivando el propio jardín, como sugería Voltaire, blindándonos dentro de una burbuja, aparentemente ajena al fluir de los días y de los problemas. Sería una salida falsa. Las burbujas son inestables y efímeras. Vivimos interconectados, somos interdependientes. Lo que ocurre a unos afecta a otros. Aunque uno se esfuerce por preservar el microclima dentro de la burbuja, esta no es ajena a la presión exterior ni a las partículas tóxicas que fluyen en la atmósfera social. Estamos en el mundo y no vivimos solos. El alma como nos lo daba a entender el padre Kentenich no es ajena a los latidos de la historia, al grito de la tierra, para decirlo con la bella expresión de Leonardo Boff.
El Padre Fundador afirmó que en nuestro tiempo se ha impuesto una mentalidad que tiende a analizar y separar lo que en la realidad está interrelacionado. No logra ver las partes en el todo. Por eso separa y analiza de modo inorgánico, sin lograr conjugar la relación entre individuo y comunidad, sin visualizar la unión viva y fecunda de Dios y el hombre, que lleva a que las personas no sean tratadas como un fin en sí mismo. El “hombre orgánico” –a diferencia del “mecanicista”– capta la relación entre lo natural y lo sobrenatural de una forma armónica. Por eso puede ver y amar a Dios en y a través de otros porque son huellas y expresión de Dios mismo. El P. Kentenich adelantó en forma excepcional esta realidad, pero su mayor genialidad consistió en bajarla a la práctica, a la vida diaria y vivirla personalmente. Todos sus esfuerzos estuvieron dirigidos a que la verdad se refleje plenamente en la vida, la plasme y la eleve íntegramente.
Pero ¿qué nos trae realmente el Padre Fundador? ESPERANZA. En un mundo caracterizado por el desencanto y por el escepticismo, donde el futuro se contempla como algo oscuro y problemático, arrimarse a la esperanza es un poderoso antídoto a la derrota, al desencanto y al pesimismo que inundan en el imaginario colectivo. Tener esperanza es la confianza en el ser humano y en su futuro, pero no con una fe ciega e irracional, que desconoce la dificultad, sino todo lo contrario, una fe que asume los obstáculos, los contempla a rostro descubierto, que no se deja amedrentar por ellos y cree que es posible salir adelante. La posición del P. Kentenich se diferencia de la de muchos porque tuvo la valentía, basada en la esperanza de saberse querido por Dios, para tomar en serio el misterio pascual como ley de la historia. Hay algunos que se quedan en constatar lo negativo, en el pesimismo, y que no visualizan lo que conlleva la fe, donación y entrega, jugársela por Dios presente en cada acontecimiento y circunstancia de la vida del hombre, y por eso la fe siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque en todo tiempo implica la osadía de ver lo que otros no ven o no se atreven a ver o exponer. La fe es, pues, una forma de situarse firmemente ante toda la realidad y asumirla con los ojos de Dios, porque si creemos de verdad en Dios, tenemos que creer que Él no permite la cruz sino por la resurrección.
El P. José Kentenich nos invita a reflexionar sobre la necesidad de articular un nuevo modelo social y económico, más allá de la disyuntiva capitalismo-socialismo, a la luz del principio de la gratuidad, de la entrega al prójimo, pues a su juicio, solo desde ahí es posible el desarrollo integral del hombre y su plenitud. No es sostenible una sociedad que se oriente a buscar, únicamente, el máximo beneficio y al mínimo costo. La crisis que sufrimos no es ajena a la crisis de valores ni independiente del olvido de ciertos principios básicos. La avaricia, la arrogancia, la falta de una racionalidad distributiva, la falta de honradez y de transparencia son, entre otras, causas estructurales de la crisis que estamos sufriendo. Debemos repensar una economía a escala humana, el necesario hiato entre la lógica del mercado y los principios éticos y los derechos humanos. La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. Siguiendo el pensamiento del Padre Fundador, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta encrucijada de manera confiada más que resignada, como decía Benedicto XVI.
El anhelo de un mundo justo, más equitativo y pacífico, el deseo de belleza, de bondad, de verdad, de unidad, y la necesidad de escapar de una vida vacía y absurda, forman parte de las aspiraciones más sentidas de casi todos los seres humanos. Ello exige de quienes tenemos más capacidades, más dones, buscar soluciones. La diversidad (natural, social, humana) no es un lastre a superar ni a nivelar violentamente. No es debilidad, sino fortaleza. Es una riqueza para potenciar y articular. No tratemos de negar las discrepancias y las visiones diferentes que tengamos. No busquemos consensos fáciles ni tramposos. La diversidad es un aprendizaje, un proceso educativo y enriquecedor para quienes transiten por ella. Pensemos qué nos une e identifica, qué podemos aprender de unos y de otros, qué retos comunes enfrentamos y qué compromisos podemos articular para que todos mejoremos. Por eso, para empezar un cambio auténtico, es necesario indeleblemente dar ciertos pasos que nos hagan manejar correctamente nuestra propia historia. Empezar por conocer, seguir por entender, continuar por aceptar, y finalmente tener el coraje y la valentía de asumir los propios errores.
Estamos llamados a dialogar, a escuchar a los hermanos de comunidad y a prestar atención a todos los seres humanos, indistintamente de lo que piensen. No hay diálogo simplemente porque “se habla”. El diálogo se da allí donde la palabra va acompañada de escucha y donde, en la escucha, tiene lugar el encuentro, y en este, la comprensión. Significa ver al otro en la totalidad de su identidad y de su personalidad individual y social, con todas sus conexiones y realidades. Consiste en el esfuerzo de conocer al otro tal y como él se comprende y se valora, y no a través del filtro de prejuicios y deformaciones. No significa sacrificar nuestras creencias, valores e ideas. El conocimiento del otro consiste en enriquecerse con el patrimonio que él trae, que de ninguna manera significa una renuncia al propio patrimonio. El diálogo impone un deber nada fácil, exige que nos conozcamos bien a nosotros mismos, tengamos ideas claras y precisas. Dialogar es abrirse a la alteridad del tú que nos sale al encuentro, es desear aprender de la experiencia del otro. Por ello, el diálogo verdadero siempre deja huella. De ahí la riqueza de este aporte que permitirá ensanchar el conocimiento, validar o confrontar ideas y/o reforzar conceptos.
Es decisivo el papel de los laicos, de los católicos a pie, de los fieles. Si la Iglesia tiene algo que decir en esta crisis es porque tiene a los laicos, que son miembros de la Iglesia en pleno derecho, pero también ciudadanos del mundo. Esta presencia en la vida pública plantea muchos retos. Debe ser una presencia inspiradora que se haga, especialmente, visible en los lugares en donde más se necesite el consuelo y la esperanza. Dicho al modo del evangelio: el laico está llamado a ser sal y luz en el mundo. El mero testimonio de los laicos en la sociedad civil es ya una expresión visible de que es posible, viable, legítimo y razonable vivir la fe en el mundo. Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo concreto,