Название | Criterios del pensamiento social de José Kentenich. Más allá del capitalismo-socialismo |
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Автор произведения | P. Hernán Alessandri M. |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789562469302 |
Si lo más propio que el hombre tiene como persona es su capacidad de pensar libremente y de decidirse libremente, cada vez que se le priva de ejercer esta capacidad, se le está asesinando como persona.
Si ustedes leen la Carta Apostólica de Pablo VI Octogésima Adveniens, que apareció en Chile con el nombre de Igualdad y Participación, verán que toda la primera parte de este análisis que hace el Papa va en la misma línea de lo que el Padre Fundador predicara a los jóvenes en 1912. Y todo lo que el Papa detecta en esa primera parte, lo muestra como mal común tanto del mundo capitalista como del mundo marxista, porque el problema de la colectivización, del hombre masa, producto típico de la cultura industrial-urbana, es una enfermedad general del hombre moderno.
Hoy día, muchas veces, cuando se usa la palabra colectivismo –esto es importante saberlo para no usarla hacia afuera sin una explicación– se la une con el marxismo. ¿Por qué? Porque el régimen marxista y algunos sistemas socialistas hablan de “propiedad colectiva”. Cuando el P. Kentenich se refiera al colectivismo no está pensando en un tipo determinado de propiedad, sino en el efecto producido en el hombre, en un “hombre colectivizado”. Claro que la propiedad colectiva puede ayudar a acentuar este efecto, puede ser factor de colectivización o masificación del hombre, pero también existe masificación sin propiedad colectiva. El sistema capitalista no acepta la propiedad colectiva, sin embargo, tiene muchos otros elementos que también son agentes de masificación.
Así, desde 1912, el Padre Fundador pone el dedo en esta llaga. Este es el problema: el colectivismo, la masificación, que hacen que el hombre y que la sociedad sean cada vez menos humanos, menos libres para pensar y decidir. Por lo mismo, hay que despertar una cruzada anticolectivista, una cruzada que eduque personas y comunidades libres que sean capaces de personalizar este mundo que trata de masificar al hombre. Este es el sentido de la Obra de Schoenstatt.
5. Colectivismo y pensar mecanicista
El P. Kentenich da también otros nombres a esta mentalidad colectivista que hemos descrito. El más conocido es el de “mentalidad mecanicista”. Mediante ese nombre quiere indicar que el hombre moderno ha ido parcializando su visión de la realidad, es decir, dejando de considerar a Dios, a la humanidad y al universo como un conjunto, para centrarse en aspectos parciales de esta realidad. Esa mentalidad, que mecánicamente ha ido separando algunos aspectos de la realidad de otros, es la que, a la larga, ha ido provocando esa situación de colectivismo.
Por consiguiente, esa mentalidad mecanicista consiste para el Padre Fundador esencialmente en una ruptura de la visión de conjunto. Después analizaremos la gran crisis cultural iniciada a partir del Renacimiento y que el P. Kentenich ve precisamente como un proceso de disociación, de ruptura de la visión orgánica de la realidad, propia del hombre medieval. Esto no significa que la visión de la realidad que poseía la Edad Media fuera ideal, lo importante es que había una manera orgánica de enfocar las cosas, que se rompe a partir del Renacimiento. Desde aquel momento hay un enorme progreso en aspectos parciales. Desde el Renacimiento, el hombre progresa en muchas ciencias, también se empieza a conocer mejor a sí mismo, pero, ya no es capaz descubrir la coherencia de todos estos conocimientos que va adquiriendo. Y eso va trayendo una visión cada vez más parcial del universo. El hombre por su propia naturaleza necesita tener una visión de conjunto, no puede vivir sin una visión orgánica, sin tener una síntesis. ¿Y qué sucede si se rompe esta visión orgánica y si el hombre empieza a adquirir conocimientos parciales? Su necesidad de síntesis le lleva a tratar de elaborar síntesis globales a partir de puntos de vista parciales. En este sentido dos hombres han sido decisivos para la historia moderna: Freud y Marx.
Freud, por ejemplo, tuvo una concepción parcial de la realidad, era especialista en un aspecto, y a partir de su análisis de tipo psicológico-sexual, trata de dar una explicación global del hombre. Desde el aspecto sexual, trata de explicar la vida humana entera: la moral, la vida social, la familia, el arte, la religión. Freud pretende dar una cosmovisión, pero partiendo de una perspectiva parcial.
Lo mismo hace Marx. Hay dimensiones del hombre que a él se le escapan. Desde luego, toda la dimensión espiritual. A Marx le impresionó el problema económico, el problema de las clases sociales, y se centró allí. Desde esta perspectiva procuró dar una cosmovisión y en esa cosmovisión, que partió de premisas parciales, la totalidad del hombre no tiene lugar, no cabe. Cuando se trata de organizar moldes o modelos de vida social a partir de perspectivas parciales, que no respetan todos los valores del hombre, si se trata de embutir al hombre allí, necesariamente habrá que mutilarlo bajo muchos aspectos.
Eso es lo que está pasando en el mundo de hoy. En líneas generales se ven los valores materiales descuidando lo espiritual, no solo en el sentido sobrenatural, sino también los valores de la persona o los valores espirituales de la misma sociedad. Vivimos en un mundo deslumbrado por el proceso técnico, material, en que la eficacia se ha convertido en el valor supremo. El documento de los Obispos –Evangelio, Política y Socialismos1– muestra como esto sucede tanto en el capitalismo como en el marxismo, digan lo que digan las teorías.
El marxismo, en teoría, se muestra muy humanista, pero en la práctica para ambos –marxismo y capitalismo– el valor supremo es la eficacia. En la sociedad capitalista el criterio fundamental es el aumento de las utilidades. En la teoría existe también un anhelo humanista: se quiere que aumenten las utilidades para que el hombre sea más feliz. Pero lo que decide la cuestión es lo que rinde más. Igual los marxistas. También ellos quieren que los hombres sean más felices, pero en la práctica decide la eficacia. Para Lenin es moralmente legítimo todo lo que acelere la revolución, todo lo que sea eficaz en el plano económico, político, es norma del valor y del bien. Y en la búsqueda de la eficacia se empieza a mutilar al hombre. Conviene que todos marchen juntos y por lo mismo conviene que todos piensen lo mismo, que todos decidan lo mismo, y así comienza todo el problema de la manipulación y de la despersonalización. Tanto al mundo capitalista como al marxista les interesa –en vista de la eficacia económica o política que colocan en primer plano– que todos piensen lo mismo y hagan lo mismo. Ese es el sentido de la propaganda de la sociedad de consumo o de la propaganda ideológica en el caso de los países marxistas. Se manipula a la gente. Y tanto el mundo capitalista como el marxista, es un mundo en el cual el hombre, de por sí, no puede ser persona porque le cuesta pensar y decidir libremente. Es un hombre obligado a pensar dentro de ciertos moldes, por eso no es persona, es masa, y no es capaz de tener contacto personal con otros. Lo peor es que al sistema le conviene que sea masa. A la sociedad de consumo, al capitalismo, le conviene que el hombre sea masa, que responda cada vez con más fuerza a la propaganda, a los slogans, que compren los productos que se ofrecen. Y a los marxistas también les conviene que el hombre sea masa para que su sistema tenga una base más sólida para que exista una adhesión incondicional al régimen, para que haya un monolitismo de pensamiento. O sea, a los dos tipos de sistema no les conviene que haya diferenciación ni en el actuar, ni en el pensar, para poder unir todas las fuerzas en aras de la eficacia. Eso trae por consecuencia que el hombre se destruye. Habrá mucha eficacia, pero no puede haber personalización sin diferenciación y no puede haber una comunidad humanamente rica, si no está sostenida por lazos personales, de personas capaces de pensar originalmente.
El Padre Fundador sintió que Dios lo llamaba a ayudar a la Iglesia haciendo surgir, desde Schoenstatt, una corriente de personalización. No en el sentido de que la persona sea más valiosa que la comunidad. Al referirse a esto, al hablar de “lo personal”, lo estoy considerando como una dimensión esencial tanto del individuo como de la comunidad humana. El problema estriba en que el individuo de hoy no es persona sino tornillo, y en que la comunidad no es comunidad, sino que es masa, montón.
El P. Kentenich ve como gran tarea histórica luchar por conseguir que esos individuos sean personas y que esa masa,