Cien pasos al norte. Gabriel Segurado

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Название Cien pasos al norte
Автор произведения Gabriel Segurado
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418212550



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a base de finos cordeles enganchados por doquier que tintinean con la fina brisa y lanzan intermitentes rayos de luz.

      —¡Entra! —me ordena la voz profunda y suave de Heliat, que reconozco al instante—. Por favor, siéntate.

      Me acomodo sobre una alfombra natural y, con la espalda apoyada en un rulo de piel, alzo la vista para distinguir —una vez que mis pupilas se acomodan a la discreta penumbra— la mirada tierna del hechicero. En un ambiente de completa solemnidad posa sus manos sobre un pequeño cofre de cobre en forma de baúl y recita una especie de cántico en un dialecto extraño. Abre el recipiente con sumo cuidado y respeto y del pequeño arcón extrae un legendario oráculo sagrado de no más de una cuarta de diámetro forjado en oro macizo y esmaltado en bajorrelieve. Asiéndolo con ambas manos lo alza por encima de su cabeza al son de la misma plegaria. Lo incrusta en una especie de altar rocoso emplazado y orientado de tal manera que un haz de luz solar proveniente del exterior impacta sobre él, proyectando el reflejo de su imagen profética sobre la blanca sílice hacinada y allanada en un gran plato de arcilla.

      —Este es el gran legado de nuestra tribu… Cualquiera de nosotros daríamos la vida por preservarlo para nuestra estirpe. También tú podrás encontrar en el oráculo sagrado las respuestas a muchas de tus preguntas —manifiesta el hechicero con sabia clarividencia.

      Me reclino apresurada, sedienta de respuestas, y le interrogo convencida de estar frente a un genuino ser espiritual.

      —Dime, Heliat. ¿Cómo sabías que iba a venir si mi único rumbo es la deriva? Yo me dirigía a Manacos y solo la casualidad hizo que me desviara del camino y me encontrara con Yaizá.

      Permanece un rato en silencio, como meditando la respuesta, me mira fijamente a los ojos y descubro la extraordinaria profundidad de su serena mirada.

      —Los dioses —me instruye— nos han anunciado por medio del disco dorado que enviarían a sus ninfas aladas para traerte hasta nosotros con el propósito de que nos ayudes y nos protejas —alcanza una fina astilla, para utilizar como puntero, y prosigue—, fíjate en estos diagramas. A lo largo de generaciones hemos ido transmitiendo de padres a hijos las claves del relicario para poder descifrar el significado de los símbolos, dibujos y esquemas que esconden las verdades supremas de los Tupanga. Tú eres una de esas verdades —concluye señalando una pequeña figura que el valioso metal refleja sobre la fina arenilla.

      —Pero si yo no soy capaz de ayudarme ni a mí misma, cómo voy a proteger a todo un pueblo —le contesto a sabiendas de que mis palabras le van a decepcionar.

      —Cada uno de nosotros —prosigue— somos como un gran joyero repleto de celdillas que contienen nuestros más preciados dones. Estas oquedades están tapadas por pequeñas puertas con grandes cerrojos. Para conocer nuestras habilidades ocultas debemos buscar y encontrar la llave de cada una de estas cerraduras y liberar nuestras capacidades.

      —No estoy yo muy segura de que tenga ningún don especial que encontrar —manifiesto frustrada.

      —Un arquero nunca conocerá su puntería si no halla los dardos —insiste mirándome con vehemencia.

      —Puede que tenga razón —replico poco convencida.

      —No mires solo con tus ojos, deja a tu corazón que vea a través de ellos. Estas representaciones —señala— se grabaron antes de que el mundo fuera mundo y predicen tu encuentro con nuestro pueblo y la gran batalla. Las profecías hablan de una gran lengua en forma de serpiente que se traga todo nuestro mundo. Cabañas, tierras, cultivos y hasta la misma selva que nos da cobijo y alimento serán engullidas por el gran reptil.

      Sus últimas palabras me devuelven a la realidad reventando todo el misticismo atesorado.

      —Pero eso es imposible —protesto— no existen animales tan grandes. ¡Ya los habría visto la comunidad científica! Un cíclope así no se puede esconder —niego con la cabeza.

      —La boa se tragará nuestro mundo y solo tú puedes vencerla —me recita en plegaria.

      Lo del increíble vaticinio de mi llegada al poblado como «Su esperada arma de Liberación» me pareció una farsa inocente, ocurrente y hasta divertida —viniendo de un pueblo milenario y aislado cultural y geográficamente—, pero lo del gran bicho que se lo come todo ya no hay forma de procesarlo con un mínimo de razón. No puedo seguir fingiendo interés y empiezo a revolverme incómoda en el asiento con la necesidad de terminar la reunión. No quiero herir los sentimientos de un hombre de buena voluntad, que protege su fe y sus creencias, pero tampoco pienso seguirle la corriente.

      —La serpiente no es invencible —continúa ajeno a mi escepticismo—, puesto que está gobernada por hombres.

      —O sea, que un hombre a lomos de un gran reptil va devorar a vuestro pueblo y yo tengo que luchar con él hasta vencerle —digo con rudeza—. Siento ser tan directa, pero me parece que yo no tengo nada que ver con este ser mitológico ni con su montura. Y como, perdone mi franqueza, no creo en nada de esto, me parece que lo más honesto es no defraudaros y marcharme. Me levanto con dificultad, pues a mis piernas anquilosadas les cuesta descruzarse, y me despido con una sensible reverencia.

      —Dime, Mónica —me interroga el anciano con los dedos entrecruzados a la altura del pecho—. ¿Qué buscas? ¿Qué fuerza te impulsó a dejar las comodidades de tu mundo y emprender tan osado viaje?

      —Pues… no lo he pensado… Busco… una existencia llena de sentimientos positivos y la oportunidad de que mi vida sea útil para alguien —declaro asombrada por mis propias palabras.

      —Entonces, tu camino ya tiene una dirección —afirma inmóvil.

      —Pues yo creo que no sigo ninguna dirección, más bien me siento como si hubiera dado un salto al vacío y no encontrara la anilla que abre el paracaídas. Solo espero localizarla antes de darme el tortazo.

      —Has hecho un largo camino buscando algo que solo puedes encontrar en tu interior —me confirma en un intento por orientarme.

      —Puede que sea así —digo animada por el debate—, pero también busco ese lugar bello y apartado en un rincón paradisíaco del planeta que me envuelva con su natural serenidad. Siempre será más fácil encontrar la paz en un sitio así que en una frenética y ruidosa avenida.

      —La paz que buscas no está en las calles, las avenidas ni los paraísos.

      —Entonces… ¿dónde debo buscarla? —clamo invocando unas palabras mágicas que definan mi estrategia.

      —¡Bajo la piel! —me contesta clavándome la mirada con extrema seguridad y confianza.

      El silencio se adueña de mis labios hasta que Heliat me indica que me tumbe sobre un estrecho camastro hecho de finas ramas trenzadas a modo de nido de Macuá, situado en el exterior. Expectante ante la sabiduría del brujo, obedezco y escucho sus nuevas reflexiones con el interés de un aprendiz solícito.

      Absorbidas algunas pinceladas de la filosofía Tupanga decido que es el momento de partir.

      Me incorporo con una especie de mareo. Como si hubiera echado una mala siesta o tuviera una resaca de caballo. Me encuentro rara, distinta, y no solo intelectualmente. También experimento algunos cambios corporales que me sorprenden. No tengo un espejo, pero me noto mucho más delgada, y no solo eso, también me noto el pelo más largo, como si hubiera crecido de repente.

      Miro al chamán mostrándole mi cabello boquiabierta a la espera de una explicación.

      —¿Qué me ha pasado? ¿Cuánto tiempo he permanecido tumbada? Parece como si llevara meses y no unas pocas horas.

      Giro y giro sobre mis pies descalzos. Me palpo con ambas manos y manoseo mis cabellos.

      Heliat me observa con una leve sonrisa, me tiende las manos y yo coloco las mías sobre sus palmas arrugadas.

      Me quedo ensimismada y con el ceño fruncido.

      —¡Esto es más que una sensación! —Alzo la voz—. Mi pelo, mi delgadez y el tono tostado de mi piel demuestran