Una temporada de escándalo. Catherine Brook

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Название Una temporada de escándalo
Автор произведения Catherine Brook
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417500269



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las consecuencias de lo que le tocaba a ella. No pudo sentir más que admiración por la lealtad que se profesaba ambas hermanas, capaces de hacer lo que fuera por la otra.

      —Adrianne —habló Amber en tono tranquilo parándose hasta colocarse a su lado—, no será necesario, yo…

      —Tú no vas a pagar por mis errores —interrumpió decidida—. Sabía que esa salida tuya era sospechosa, pero agradezco haberme dado cuenta a tiempo de lo que planeabas. Yo cometí el error Amber, y yo pienso pagar por él.

      —Tú no te quieres casar —refutó su hermana, ambas parecían haberse olvidado de que él estaba ahí—, no tengo nada en contra de hacerlo.

      —Tú puedes encontrar a alguien más —insistió—. No pienso privarte de eso por un error y un miserable hombre que busca esposa usando el chantaje.

      Golpe bajo, se percató Andrew. No debería haberle importado, pero al parecer su conciencia no estaba del todo desaparecida, porque si le importó. No obstante, no lo demostró, era tarde para arrepentimientos.

      —Sabes que a esta edad es imposible, y en caso de que no lo fuera el amor no es una prioridad. Déjame ayudarte.

      —¡No! —se empecinó—. Jamás me perdonaría que te unieras a este monstruo por mi culpa —señaló a Andrew como para que no quedara duda de que quién se refería.

      —Pero…

      —¡Basta! —exclamó Andrew, en parte cansado de la discusión, y otra parte molesto por los bien merecidos insultos—. Yo solo necesito una esposa, no dos locas peleando en mi despacho ¿Cuál de las dos se va a casar conmigo?

      —¡Yo! —exclamaron al unísono y Andrew se dejó caer en el sofá cansado.

      Esa debía ser sin duda, la conversación más rara que había tenido en sus veintinueve años de vida, y eso que con su hermana había vivido muchas situaciones inverosímiles. No obstante, ninguna de las ocasiones raras en su existencia se asemejaba a tener a dos mujeres peleando en su despacho por decidir quién sería su esposa. Si no supiera los verdaderos motivos del asunto, puede que se sintiera halagado.

      —Srta. Amber —habló con renovada calma dispuesto a acabar con ese asunto de una vez—, me conmueve la lealtad hacia su hermana, pero ya que la propuesta se la he hecho a ella —señaló a Adrianne—, me casaré con ella.

      Adrianne pudo haber suspirado de alivio si eso no hubiera significado el cambio definitivo de su vida. Un nudo en el estómago se le formó al pensar en todo lo que variaría su vida pero se negó a amedrentarse. Esa era la única solución y lo sabía, jamás permitiría que su hermana sacrificara su futuro de esa manera, que pagara las consecuencias de sus actos. Ella había cometido el error, ella se casaría para solucionarlo, pero pobre de Andrew Blane si esperaba una esposa corriente.

      Amber parecía dispuesta a replicar pero una mirada de Adrianne bastó para que callara. No había nada que hacer y ambas lo sabían. En el fondo, Amber siempre supo que a pesar de decir buscar a alguien cualquiera, Andrew Blane prefería a su hermana. Algo en sus ojos lo delató cuando esta aceptó la propuesta aunque posiblemente ni él mismo se dio cuenta.

      —Amber, déjame un momento a solas con el Señor Blane, necesitamos… ultimar detalles —pidió Adrianne con voz forzada y su hermana accedió después de dudar unos segundos.

      —No ttardes, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo —advirtió dirigiéndose a la puerta, no sin antes dedicarle al Señor Blane una mirada nada propia de ella, que bien podía decir que si dañaba a su hermana, su carácter afable no sería barrera para evitar hacerlo pagar.

      Una vez que Amber salió, Adrianne empezó a pasearse por todo el estudio con el fin de disimular sus nervios. Negó el ofrecimiento del Señor Blane de tomar asiento, y solo cuando creyó poder hablar sin que la voz la traicionase, paró y dijo.

      —Bien Señor Blane, se ha salido con la suya, así que ¿cuándo será la boda?

      Obviando el repentino sentimiento de culpabilidad que lo atravesó ante el tono resignado de la mujer, Andrew se puso a sacar cuentas. Faltaban exactamente veintiocho días para su cumpleaños y necesitaban como mínimo, tres semanas para que corrieran las amonestaciones. Claro que bien podía solicitar una licencia especial, pero a pesar de tener dinero con que pagarla, dudaba que se la dieran solo por el hecho de carecer de un título. Podía pedirle un favor a su cuñado, el marqués de Lansdow, que sin duda el tema no le era desconocido, pero dado que no se llevaban bien y no le había dirigido la palabra ni a él ni a su hermana desde hace cuatro años, no era una opción. Lo único que podía hacer era esperar a que corrieran las amonestaciones y casarse inmediatamente después. Puede que incluso fuera mejor para la Srta. Bramson, pues dudaba que su fina reputación sobreviviera a pasar de ser casi dejada plantada en el altar a una boda apresurada con licencia especial.

      —En tres semanas, inmediatamente después de hacer correr las amonestaciones. Hoy mismo me encargaré de todo.

      Adrianne tragó saliva y asintió. En tres semanas su libertad se despediría y ahora tendría mucho que explicar a sus familiares.

      —¿Algo más? —preguntó Andrew con suavidad y ella lo miró con rabia.

      —Sí. Espero que no espere una esposa convencional, porque si es así le aviso que distaré mucho de serlo.

      Él no se inmutó.

      —Sería ridículo esperar a alguien convencional después de encontrármela enmascarada en un club de juego.

      Adrianne tenía ganas de espetarle que se las pagaría pero decidió no hacer promesas que no sabía si cumpliría. Era rencorosa, vaya si lo era, pero su naturaleza no era del todo vengativa. Amargarse la vida por situaciones que escapaban de su control no era una de sus costumbres, no obstante, no podía evitar sentir rabia por ser sometida a semejante falsa.

      —¿Por qué quiere casarse tan pronto? —preguntó incapaz de contener su curiosidad sobre el tema.

      —Resulta que mi adorado padre quiso hacerme una última jugada antes de su muerte y dejó escrito en el testamento que si no me casaba antes de los treinta, todos los bienes pasarían a otras manos. Por alguna de esas extrañas manías de la vida, me enteré hace dos días del asunto y mi cumpleaños es exactamente en veintiocho días. Como ve, no tengo tiempo que perder.

      Adrianne asimiló las palabras.

      —Pero, ¿no se supone que todo el dinero lo consiguió usted en estos años?

      Ella había escuchado que después de derrochar la fortuna familiar, el hombre se había reconstruido solo.

      —Sí, pero mi padre resultó ser un astuto zorro y la cláusula que puso no me deja bien parado. Así pues, comprenderá mi desesperación.

      —Eso no es motivo para obligar a una dama.

      —Pero que manía la de utilizar palabras tan feas —dijo él levantándose y acercándose lentamente hacia donde ella se encontraba—. ¿Por qué mejor no decir que llegamos a un acuerdo?

      Ella respiró hondo en un claro intento de no perder la paciencia y él sonrió.

      —Vamos, Adrianne. ¿Podemos hablarnos de tú? —Ella blanqueó los ojos, su tono decía claramente que le importaba un carajo su respuesta—. Estoy seguro de que al final todo saldrá bien.

      —¿Adivina el futuro, acaso?

      —No, pero es un presentimiento —tomó un mechón castaño, entre sus dedos, que se había soltado del moño, evaluando su suavidad, y aunque debió haberlo apartado, no lo hizo—. ¿Por qué no dejamos atrás los rencores y cerramos nuestro trato?

      Ella lo miró con suspicacia.

      —¿Cerrar el trato? ¿De qué está hablan…? —antes de que pudiera terminar, ella se encontró con los labios de él sobre los suyos.

      La sorpresa,