Название | Ese chico |
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Автор произведения | Kim Jones |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417972332 |
En ese momento, la puerta se abre y me encuentro con una mano enguantada. Acepto la mano que se me ofrece, agarro la bolsita de caca y salgo del coche.
La repentina ráfaga de viento glacial hace que se me salten las lágrimas. Me duelen los dedos y echo un vistazo de reojo al hombre que tengo al lado. Me brinda una sonrisa educada y asiente. Levanto la vista, cada vez más arriba, para contemplar el enorme edificio y lo vuelvo a mirar.
—¿Qué tipo de edificios tienen conserje? —El viento se lleva mi voz cuando el hombre me conduce hasta el vestíbulo. Me detengo al otro lado de la puerta y observo. La nieve y el hielo que hay en mis destrozadas Uggs se están deshaciendo sobre la alfombra oscura mientras asimilo dónde estoy. Con la mandíbula colgando como si fuera idiota, recorro con los ojos la entrada y toda su opulencia.
Los muebles lisos de color crema están colocados en un semicírculo alrededor de una chimenea de piedra gris que se alarga hasta el extremo del alto techo. Las llamas anaranjadas y rojas dentro del hogar bailan y oscilan acompañadas de la tenue música clásica que envuelve la estancia. Me entran ganas de meter las manos y el culo, que los tengo helados, en el fuego, y luego tumbarme despatarrada como un gato sobre la alfombra gruesa que hay delante.
—Por aquí, señorita Sims.
Sigo al hombre por la estancia. Las botas chirrían sobre el suelo de mármol y voy dejando una estela de agua sucia. Giro la cabeza a ambos lados y la levanto para contemplar el techo. Todo es de cristal y dorado, acentuado con toques de amarillo y gris. Desde los jarrones hasta las lámparas colgadas, las esculturas y los cuadros, todo irradia una magnificencia superior a cualquier cosa que una chica de pueblo como yo haya visto nunca.
—Si necesita cualquier cosa, no dude en llamarme. —Alfred (juro que eso es lo que pone en su placa) se detiene delante de una enorme puerta de ascensor. El color sólido y apagado contrasta soberanamente con las demás cuatro puertas de ascensor, que son de cristal con efecto espejo tintado dorado. Cuando el hombre pasa una tarjeta por un lector pequeño y negro que hay junto a la puerta con una gran Á inscrita, aprovecho para mirarme en uno de los espejos.
El cabello rizado y castaño me brota de la cabeza como si llevara ramitas rotas y me cae por los hombros hasta media espalda. Mi chaqueta «impermeable» que sirve para todo en Misisipi no es más que un simple chubasquero en Chicago. Y mis tejanos, que parecían tan modernos, ahora me cuelgan empapados y pesados de la cadera. Están tan estirados y holgados de llevarlos tantas horas que cualquiera pensaría que una nidada de codornices me acaba de salir volando del culo de los pantalones.
Las puertas del ascensor se abren suavemente y Alfred me indica con un gesto que entre. Vuelvo a la realidad.
—Alfred… —Alargo la mano y lo agarro del brazo.
Las comisuras de los labios se contraen en una mueca y abre mucho los ojos.
—Tengo que confesar algo.
Me da unas palmaditas en la mano y su preocupación desaparece y da paso a una sonrisa cálida.
—No diga más. Ya lo sé.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Y no se preocupe… señorita Sims. —Se inclina hacia delante y susurra—: Su secreto está a salvo conmigo. —Se yergue y me guiña el ojo—. El señor Swagger no volverá hasta mañana al mediodía. Tiene la casa para usted. Disfrute.
«¿Puede haberse enterado de que no soy la señorita Sims?».
«¿Suele dejar que desconocidos entren en casa de este hombre sin preguntar?».
«¿Qué tipo de persona es este tal Alfred?».
Entro en el ascensor. Las puertas se cierran y sube disparado hasta la cima del edificio a tal velocidad que tengo que apoyarme en la barandilla para no caerme.
Detesto los ascensores. Tiene un no sé qué aterrador estar en un espacio cerrado, colgando sobre el suelo en una caja de metal suspendida en el aire solo mediante cables y poleas… ¿y si se va la luz?
Engancho la nariz a la pared. Cierro los ojos y me agarro fuerte mientras tarareo mi canción favorita para evitar desmayarme. Por fin, se oye el ¡din! informativo y las puertas se abren. Salgo a un vestíbulo pequeño con una mesa decorada con el jarrón más grandioso que he visto en la vida. Hay una puerta de madera maciza con un pomo dorado y brillante detrás de la mesa.
Sin la presión de un chófer ni de un conserje ni de un amo con su perro, tengo tiempo de pararme a pensar en todo este marrón.
Si abro la puerta, podría acabar en prisión. Y aunque sé que la cárcel también es una probabilidad si Luke Duchanan me pilla en su propiedad, la invasión de la propiedad privada no es tan grave como un delito de allanamiento de morada.
Llamo a Emily.
—¿Sí?
Joder. No suena nada bien.
—Hola, Em. ¿Cómo lo llevas?
Sorbe por la nariz varias veces y oigo un ruido que podría ser el de un portátil que se cierra.
—Luke acaba de colgar un foto en la que sale con su nueva putilla en Facebook.
—¿Sí? Bueno, pues es fea.
—No, no lo es.
—¿Quieres que le pegue un puñetazo? ¿Que la vuelva fea?
Emily suspira y se suena los mocos.
—No. Están en una cita. Parece que nuestra broma no va a funcionar. Seguramente estarán fuera toda la noche. —Se le rompe la voz en la última palabra.
—Puedo hacerlo mañana también. —Mi tono esperanzador no ayuda a calmarla. Quiere que lo deje estar. Que vuelva a casa para que podamos beber vino y comer chocolate. Pero no me puedo ir. Mi curiosidad me exige que descubra qué hay al otro lado de la puerta. La investigación me lo pide. Dios Nuestro Señor me lo pide.
Clavo los ojos en el pomo dorado de la puerta. Refulge como la aureola de un ángel.
Este tipo de cosas no ocurren sin un poco de intervención divina. Quizá este es su plan para mí. Quizá el perro estaba en ese parque por una razón. Quizá el amo era un ángel que me ha perseguido hasta llegar al lugar donde yo debía estar. ¿Ese coche? No estaba esperando a la señorita Sims. Me estaba esperando a mí. ¿Alfred? También podría ser un ángel. ¿Y si el señor Swagger es ese chico?
De pronto lo entiendo todo.
He recibido un regalo del cielo.
Se lo explicaría a Emily, pero no lo entendería. Me diría que no puedo seguir dejándome llevar por la imaginación. «¿Por qué la he llamado siquiera?». Está demasiado susceptible como para ser de ayuda.
He tomado una decisión.
—Tengo que colgar, Em. Estoy en mi habitación.
—¿Tienes una habitación? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo?
Pongo los ojos en blanco al oír estas preguntas.
A Emily le gusta ceñirse al plan. Es una de esas personas que usa el calendario. Nunca se desvía de lo que tiene apuntado. Si Jesús se le aparece el mismo jueves que tiene cita en el dentista, no tengo la menor duda de que le dirá que deberá esperarse: «Lo siento, Jesús. No estás apuntado en el calendario».
Yo no tengo calendario. Mis planes cambian en función de las circunstancias. Se supone que tengo que esperar a mi vuelo en un aeropuerto lleno de gente. Pero la Fortuna ha decidido que me quede en un apartamento de lujo. Las circunstancias han cambiado a mi favor y me niego a ignorarlas y negarme esta oportunidad.
—Penelope…
—¿Qué?
—No puedes permitirte una habitación.
—Claro que sí.
—¿Cómo?