Название | Género y sexualidades en las tramas del saber |
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Автор произведения | Группа авторов |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789875993297 |
A pesar de estos auspiciosos avances muchos esfuerzos aún encuentran limitaciones. Indudablemente no basta con modificar la denominación “Historia del hombre” por “Historia de la humanidad” como una operación de corrección política, sin cuestionar en profundidad las premisas y la metodología de la disciplina. Tampoco se trata de reparar la larga ausencia de las mujeres en los libros de texto con un recuadro que sintetice, en pocas líneas, la acción de las sufragistas inglesas o de las mujeres durante la Revolución Francesa. En algunos casos ni estas escuetas evocaciones existen dado que se ignoran las experiencias, persecuciones y luchas de los grupos de diversidad sexual, como si el amor lésbico-gay, el travestismo y las personas intersex fueran una “invención” del presente. Pensar en clave de género y sexualidad la historia debería incitarnos a plantear nuevas preguntas que sacudan algunas de nuestras certezas. Por ejemplo, interrogarnos si es correcto referirse a la Ley Sáenz Peña como una norma de sufragio universal cuando ésta no habilitaba a las mujeres a hacerlo, ni tampoco les daba la posibilidad explícita de ocupar ningún cargo; o por qué ante una misma situación de represión hacia la clase obrera, se recuerda en un caso el Día del Trabajador (1 de mayo) y en el otro el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo).
Sabemos que adentrarse en estos temas no resulta una tarea fácil. Por un lado requiere una capacitación en temas específicos, generalmente ignorados por la historia enciclopédica que se enseña en muchos profesorados y universidades, y la apropiación de un enfoque que pueda luego aplicarse a cualquier época y lugar. Por eso no interesa tanto plantear una clase especial para hablar de las sexualidades en la historia sino pensar aquellos temas que forman parte del currículo habitual desde este nuevo lugar, cambiar el punto de vista sobre aquellas cuestiones que por tan transitadas nos parecen “naturales” y evidentes. Por otra parte, abordar la historia de las sexualidades constituye un desafío porque hablar de ellas nos interpela como sujetos sexuados. El ejercicio de pensar el modo en que se configuraron ciertas creencias y pensamientos sobre el amor, el sexo, la pareja, el matrimonio, las relaciones familiares, la feminidad, la masculinidad, las sexualidades normativas y las “migrantes” permite ver los diferentes momentos en que se condensaron aquellas premisas que hoy rigen nuestras propias vidas. Tampoco el alumnado es ajeno a esa sensación de curiosidad, pudor y sorpresa que trae hablar de lo íntimo en el espacio público del aula, de leer en clave social, política, cultural y económica aquello que aparentemente sólo es el resultado de la decisión personal.
Si acordamos entonces, que la sexualidad es una construcción histórica y develamos que la diferencia sexual ha condicionado y condiciona las experiencias humanas, nuestra tarea educativa es vasta. La educación sexual integral ofrece un área abierta y en construcción para actualizar nuestros saberes y comprometernos de manera creativa con la nueva ley, en defensa de los derechos humanos y la igualdad de oportunidades. Este capítulo propone esbozar el camino recorrido por la historia de las mujeres, de género y de las sexualidades en los últimos treinta años, destacando sus momentos claves y presentando algunos trabajos influyentes y reconocidos en estas áreas. En este itinerario y en sus ejemplos, podremos encontrar preguntas, esbozos de respuestas y sugerencias para comenzar a pensar el pasado de otro modo. En la sección “Propuestas de trabajo” de este mismo libro, presentamos alternativas concretas para implementar la enseñanza de la educación sexual en las horas de Historia, indicando temas, lecturas, películas, recorridos y actividades para el desarrollo de proyectos áulicos, interdisciplinarios e institucionales.
2. La mujeres y el género en el campo historiográfico
En la segunda mitad del siglo XIX la historia se transformó en una actividad profesional bajo la égida del positivismo y la rigurosidad del “método científico”. Los especialistas debían seguir reglas estrictas para aproximarse al pasado, considerando que la historia sólo debía mostrar lo que realmente había sucedido, sin hacer valoraciones que pusieran en duda la objetividad de esta flamante ciencia. Con esta pretensión de certeza, los documentos escritos se concibieron como las únicas fuentes serias, al punto de establecer que la ausencia de escritura remitía a una etapa anterior a la “verdadera” historia, transformándola en “prehistoria”. A su vez, los acontecimientos políticos –reinados, batallas, fundaciones– constituyeron los temas de análisis privilegiados. De este modo, los relatos del pasado quedaron reducidos a una sucesión de hechos políticos, ordenados cronológicamente, protagonizados por varones –reyes, ministros, diplomáticos, militares–, los únicos habilitados para desempeñar estos cargos y por ende, para trascender el paso del tiempo. Bajo este esquema las mujeres fueron ignoradas. La única concesión fue el rescate de alguna figura excepcional, generalmente recordada por sus relaciones con otros varones –padres, hermanos, maridos, hijos–, protagonistas indiscutibles de la historia (Perrot, 1988).
Como señaló recientemente Dora Barrancos (2007), estos discursos se redactaron bajo el abrigo de un modelo historiográfico que reprodujo los estereotipos de lo masculino y de lo femenino consolidados en el siglo XIX. Según ellos, los varones eran racionales, activos y tenían el mundo público como escenario de acción, mientras que las mujeres eran emocionales, pasivas y encontraban en la esfera doméstica su lugar de pertenencia. Este modelo, que la historiadora española Amparo Moreno (1986) denominó androcéntrico, encaraba las investigaciones desde el punto de vista masculino, tomando al hombre como factor explicativo del funcionamiento de las sociedades. Este lugar central tampoco era asumido por cualquier tipo de varón, sino por aquellos que habían asimilado los valores propios de la virilidad y eran capaces de imponer su dominio. Por otro lado, la sexualidad adquiría un carácter heteronormativo y relegaba a los márgenes otras identidades y prácticas. Las fuentes históricas fueron leídas desde este enfoque y, por lo tanto, sólo encontraron ejemplos que corroboraban la misma cosmovisión.
En la primera mitad del siglo XX se produjo un giro historiográfico que permitió una ampliación temática hacia cuestiones económicas, sociales y, más tarde, culturales, superando las limitaciones del modelo positivista y la hegemonía de la historia política. A partir de la década de 1930 el grupo formado alrededor de la revista francesa Annales renovó el panorama de la historiografía colocando en un primer plano el estudio de la sociedad. Los protagonistas de la historia ya no serían solamente los “grandes hombres” sino grupos sociales específicos, como el campesinado y la clase obrera. A su vez, las fuentes ya no se limitaban a los documentos escritos de carácter oficial sino que incorporaban otros registros: series estadísticas, las tradiciones, el folklore, textos literarios, etc. A pesar de lo revolucionario de los cambios, en un primer momento la dimensión de la diferencia sexual fue ignorada (Perrot, 1992).
Al calor de los agitados años ’60 el campo historiográfico avanzó en sus transformaciones. La historia social se consagró académicamente indagando en la copiosidad de la experiencia humana; la historiografía marxista británica propuso incluir a los ausentes con una “historia desde abajo” aunque subordinó la diferencia sexual a las cuestiones de clase (Hobsbawm 1987); el desarrollo de la antropología colocó los roles sexuales y dinámicas de parentesco en primer plano; la demografía histórica inglesa avanzó en los estudios sobre la familia europea; una nueva generación de Annales privilegió el abordaje de las representaciones, las prácticas cotidianas y todo lo que abarcaba un término tan difuso como “mentalidades”. Como la otra cara de un mismo proceso, los movimientos de descolonización, el “black power”, la juventud clamando por llevar “la imaginación al poder”, las primeras manifestaciones de los grupos de diversidad sexual y la creciente visibilidad e influencia del feminismo de la segunda ola, reforzaron los cambios en el paradigma científico. Las demandas de inclusión que se daban en las calles y el creciente reconocimiento internacional de la cuestión de la mujer, se trasladaron al campo académico y dieron lugar a un original y valioso cruce entre el compromiso político,