Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Название Colección de Alejandro Dumas
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788026835875



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habéis, pues, comprendido, querido señor D’Artagnan? - dijo Milady.

      -Adivinaré una de vuestras miradas.

      -¿O sea que emplearíais por mí vuestro brazo, que tanta fama ha conseguido ya?

      -Ahora mismo.

      -Pero y yo - dijo Milady-, ¿cómo pagaré semejante servicio? Conozco a los enamorados, son personas que no hacen nada por nada.

      -Vos sabéis la única respuesta que yo deseo - dijo D’Artagnan-, la única que sea digna de vos y de mí.

      Y la atrajo dulcemente hacia él.

      Ella resistió apenas.

      -¡Interesado! - dijo ella sonriendo.

      -¡Ah! - exclamó D’Artagnan verdaderamente arrastrado por la pasión que esta mujer tenía el don de encender en su corazón-. ¡Ay, cuán inverosímil me parece esta dicha! Tras haber tenido siempre miedo a verla desaparecer como un sueño, tengo prisa por hacerla realidad.

      -Pues bien, mereced esa pretendida dicha.

      -Estoy a vuestras órdenes - dijo D’Artagnan.

      -¿Seguro? - preguntó Milady con una última duda.

      -Nombradme al infame que ha podido hacer llorar vuestros hermosos ojos.

      -¿Quién os dice que he llorado? - dijo ella.

      -Me parecía…

      -Las mujeres como yo no lloran - dijo Milady.

      -¡Tanto mejor! Veamos, decidme cómo se llama.

      -Pensad que su nombre es todo mi secreto.

      -Sin embargo, es necesario que yo sepa su nombre.

      -Sí, es necesario. ¡Ya veis la confianza que tengo en vos!

      -Me colmáis de alegría. ¿Cómo se llama?

      -Vos lo conocéis.

      -¿De verdad?

      -¿No será uno de mis amigos? - prosiguió D’Artagnan jugando a la duda para hacer creer en su ignorancia.

      -Y si fuera uno de vuestros amigos, ¿dudaríais? - exclamó Milady. Y un destello de amenaza pasó por sus ojos.

      -¡No, aunque fuese mi hermano! - exclamó D’Artagnan como arrebatado por el entusiasmo.

      Nuestro gascón se adelantaba sin peligro porque sabía adónde iba.

      -Amo vuestra adhesión - dijo Milady.

      -¡Ay! ¿Sólo eso amáis en mí? - preguntó D’Artagnan.

      -Os amo también a vos - dijo ella cogiéndole la mano.

      Y la ardiente presión hizo temblar a D’Artagnan como si por el tacto aquella fiebre que quemaba a Milady lo ganase a él.

      -¡Vos me amáis! - exclamó-. ¡Oh, si así fuera, sería para volverse loco!

      Y la envolvió en sus dos brazos. Ella no trató de apartar sus labios de su beso, sólo que no lo devolvió.

      Sus labios estaban fríos: a D’Artagnan le pareció que acababa de besar a una estatua.

      No por ello estaba menos ebrio de alegría, electrizado de amor; creía casi en la ternura de Milady; creía casi en el crimen de de Wardes. Si de Wardes hubiera estado en ese momento al alcance de su mano, lo habría matado.

      Milady aprovechó la ocasión.

      -Se llama… - dijo ella a su vez.

      -De Wardes, lo sé - exclamó D’Artagnan.

      -¿Y cómo lo sabéis? - preguntó Milady cogiéndole las dos manos y tratando de llegar por sus ojos hasta el fondo de su alma.

      D’Artagnan sintió que se había dejado llevar y que había cometido una falta.

      -Decid, decid, pero decid - repetía Milady-, ¿cómo lo sabéis?

      -¿Cómo lo sé? - dijo D’Artagnan.

      -Sí.

      -Lo sé porque ayer de Wardes, en un salón en el que yo estaba, ha mostrado un anillo que decía tener de vos.

      -¡Miserable! - exclamó Milady.

      El epíteto, como se supondrá, resonó hasta en el fondo del corazón de D’Artagnan.

      -¿Y bien? - continuó ella.

      -Pues bien, os vengaré de ese miserable - replicó D’Artagnan dándose aires de don Japhet de Armenia.

      -Gracias, mi bravo amigo - exclamó Milady-. ¿Y cuándo seré vengada?

      -Mañana, ahora mismo, cuando vos queráis.

      Milady iba a exclamar: «Ahora mismo»; pero pensó que semejante precipitación sería poco graciosa para D’Artagnan.

      Por otra parte, tenía mil precauciones que tomar, mil consejos que dar a su defensor, para que evitara explicaciones ante testigos con el conde. Todo esto estaba previsto por una frase de D’Artagnan.

      -Mañana - dijo - seréis vengada o yo estaré muerto.

      -¡No! - dijo ella-. Me vengaréis, pero no moriréis. Es un cobarde.

      -Con las mujeres puede ser, pero no con los hombres. Sé algo sobre eso.

      -Pero me parece que en vuestra pelea con él no habéis tenido que quejaros de la fortuna.

      -La fortuna es una cortesana: favorable ayer, puede traicionar mañana.

      -Lo cual quiere decir que ahora dudáis.

      -No, no dudo, Dios me libre; pero, ¿sería justo dejarme ir a un muerte posible sin haberme dado al menos algo más que esperanza?

      Milady respondió con una ojeada que quería decir:

      «¿Sólo es eso? Marchaos, pues.

      » Luego, acompañando la mirada de palabras explicativas:

      -Es demasiado justo - dijo con ternura.

      -¡Oh, sois un ángel! - dijo el joven.

      -¿O sea que todo convenido? - dijo ella.

      -Salvo lo que os pido, querida mía.

      -Pero ¿cuando os digo que podéis confiar en mi ternura?

      -No tengo el día de mañana para esperar.

      -Silencio; oigo a mi hermano, es inútil que os encuentre aquí Llamó. Apareció Ketty.

      -Salid por esa puerta - dijo ella empujándolo hacia una puertecilla oculta-, y volved a las once; acabaremos esta entrevista. Ketty os introducirá en mi cuarto.

      La pobre niña pensó caerse hacia atrás al oír estas palabras.

      -Y bien, ¿qué hacéis, señorita, permaneciendo ahí inmóvil com una estatua? - Vamos, llevad al caballero; y esta noche, a las once, habéis oído.

      -Parece que sus citas son siempre a las once - pensó D’Artagnan ; es un hábito adquirido.

      Milady le tendió una mano que él beso tiernamente.

      -Veamos - dijo al retirarse y respondiendo apenas a los reproches de Ketty-, veamos, no hagamos el imbécil; decididamente es una mujer es una gran malvada; tengamos cuidado.

      Capítulo 37 El secreto de Milady

      Índice

      D’Artagnan había salido del palacete en vez de subir inmediatamen a la habitación de Ketty, pese a las instancias que le había hecho la joven, y esto por dos razones: la primera, porque de esta forma evitaba los reproches, las recriminaciones, las súplicas; la segunda, porque no le importaba leer