Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Название Colección de Alejandro Dumas
Автор произведения Alejandro Dumas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788026835875



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había pasado la víspera; D’Artagnan sonrió; aquella celosa cólera de Milady era su venganza.

      Por la noche, Milady estuvo más impaciente aún que la víspera renovó la orden relativa al gascón, mas, como la víspera, lo esperó en vano.

      Al día siguiente Ketty se presentó en casa de D’Artagnan, no alegre y viva como los dos días anteriores, sino por el contrario triste hasta morir.

      D’Artagnan preguntó a la pobre niña lo que tenía; mas por toda respuesta ella sacó una carta de su bolso y se la entregó.

      Aquella carta era de la escritura de Milady, sólo que esta vez estaba dirigida a D’Artagnan y no al señor de Wardes.

      La abrió y leyó lo que sigue:

      «Querido señor D’Artagnan, está mal descuidar así a sus amigos, sobre todo en el momento en que se los va a dejar por tanto tiempo. Mi cuñado y yo os hemos esperado ayer y anteayer inútilmente. ¿Pasará lo mismo esta tarde? Vuestra muy agradecida,

      Lady Clarick. »

      -Es muy sencillo - dijo D’Artagnan-, y esperaba esta carta. Mi crédito está en alza por la baja del conde de Wardes.

      -¿Es que iréis? - preguntó Ketty.

      -Escucha, querida niña - dijo el gascón, que trataba de excusarse a sus propios ojos de faltar a la promesa que le había hecho a Athos-, comprende que sería descortés no responder a una invitación tan positiva. Milady, al ver que no volvía, no comprendería nada de la interrupción de mis visitas, podría sospechar algo, y ¿quién puede decir hasta dónde iría la venganza de una mujer de ese temple?

      -¡Dios mío! - dijo Ketty-. Sabéis presentar las cosas de forma que siempre tenéis razón. Pero vais a seguir haciéndole la corte, y si esta vez vais a agradarle bajo vuestro verdadero nombre y vuestro verdadero rostro, será mucho peor que la primera vez.

      El instinto hacía adivinar a la pobre niña una parte de lo que iba a pasar.

      D’Artagnan la tranquilizó lo mejor que pudo y le prometió permanecer insensible a las seduciones de Milady.

      Le hizo responder que era imposible estar más agradecido a sus bondades y que se ponía a sus órdenes; pero no se atrevió a escribirle por miedo a no poder disimular suficientemente su escritura a unos ojos tan ejercitados como los de Milady.

      Al sonar las nueve, D’Artagnan estaba en la Place Royale. Era evidente que los criados que esperaban en la antecámara estaban avisados, porque tan pronto como D’Artagnan apareció, antes incluso de que hubiera preguntado si Milady estaba visible, uno de ellos corrió a anunciarlo.

      -Hacedle entrar - dijo Milady con voz seca, pero tan penetrante que D’Attagnan la oyó desde la antecámara.

      Fue introducido.

      -No estoy para nadie - dijo Milady-. ¿Entendéis? Para nadie El lacayo salió.

      D’Artagnan lanzó una mirada curiosa sobre Milady; estaba pálida y tenía los ojos fatigados, bien por las lágrimas, bien por el insomnio Se había disminuido adrede el número habitual de luces, y sin embargo, la joven no podía llegar a ocultar las marcas de la fiebre que la había devorado desde hacía dos días.

      D’Artagnan se acercó a ella con su galantería de costumbre; ella hizo entonces un esfuerzo supremo para recibirlo, pero jamás fisonomía más turbada desmintió sonrisa más amable.

      A las preguntas que D’Artagnan le hizo sobre su salud:

      -Mala - respondió ella - muy mala.

      -Pero entonces - dijo D’Artagnan-, soy indiscreto, tenéis sin duda necesidad de reposo y voy a retirarme.

      -No - dijo Milady ; al contrario, quedaos, señor D’Artagnar vuestra amable compañía me distraerá.

      «¡Oh, oh! - pensó D’Artagnan-. Nunca ha estado tan encantadora, desconfiemos. »

      Milady adoptó el aire más afectuoso que pudo adoptar, y dio toda la brillantez posible a su conversación. Al mismo tiempo aquella fiebre que la había abandonado hacía un instante volvía a dar brillo a sus ojos, color a sus mejillas, carmín a sus labios. D’Artagnan volvió a encontrar a la Circe que ya le había envuelto en sus encantos. Su amor, qu él creía apagado y que sólo estaba adormecido, se despertó en su corazón. Milady sonreía y D’Artagnan sentía que se condenaría por aquella sonrisa.

      Hubo un momento en que sintió algo como un remordimiento por lo que había hecho contra ella.

      Poco a poco Milady se volvió más comunicativa. Preguntó a D’Artagnan si tenía un amante.

      -¡Ay! - dijo D’Artagnan con el aire más sentimental que pudo adoptar-. ¿Sois tan cruel para hacerme una pregunta semejante a mi que desde que os he visto no respiro ni suspiro más que por vos y para vos?

      Milady sonrió con una sonrisa extraña.

      -¿O sea que me amáis? - dijo ella.

      -¿Necesito decíroslo? ¿No os habéis dado cuenta?

      -Claro, pero ya lo sabéis, cuanto más orgullosos son los corazones, más difíciles son de coger.

      -¡Oh, las dificultades no me asustan! - dijo D’Artagnan-. Sólo las cosas imposibles me espantan.

      -Nada es imposible - dijo Milady - para un amor verdadero.

      -¿Nada, señora?

      -Nada - contestó Milady.

      «¡Diablo! - prosiguió D’Artagnan para sus adentros-. La nota ha cambiado. ¿Se habrá enamorado la caprichosa de mí por casualidad, y estaría dispuesta a darme a mí mismo algún otro zafiro igual al que me ha dado al tomarme por de Wardes?» D’Artagnan acercó con presteza su silla a Milady.

      -Veamos - dijo ella-, ¿qué haríais para probar ese amor de que habláis?

      -Todo cuanto se exigiera de mí. Que me manden, estoy dispuesto.

      -¿A todo?

      -¡A todo! - exclamó D’Artagnan, que sabía de antemano que no arriesgaba gran cosa arriesgándose así.

      -Pues bien, hablemos un poco - dijo a su vez Milady, acercando su sillón a la silla de D’Artagnan.

      -Os escucho, señora - dijo éste.

      Milady permaneció un instante preocupada y como indecisa; luego, pareciendo adoptar una resolución, dijo:

      -Tengo un enemigo.

      -¿Vos, señora? - exclamó D’Artagnan fingiendo sorpresa-. ¿Es posible, Dios mío? ¿Hermosa y buena como sois?

      -¡Un enemigo mortal!

      -¿De verdad?

      -Un enemigo que me ha insultado tan cruelmente que entre él y yo hay una guerra a muerte. ¿Puedo contar con vos como auxiliar?

      D’Artagnan comprendió inmediatamente adónde quería ir aquella vengativa criatura.

      -Podéis, señora - dijo con énfasis ; mi brazo y mi vida os pertenecen como mi amor.

      -Entonces - dijo Milady-, puesto que sois tan generoso como enamorado…

      Se detuvo.

      -¿Y bien? - preguntó D’Artagnan.

      -Y bien - prosiguió Milady tras un momento de silencio-, cesad desde hoy de hablar de imposibilidades.

      -No me agobiéis con mi dicha - exclamó D’Artagnan precipitándose de rodillas y cubriendo de besos las manos que le dejaban.

      «Véngame de ese infame de Wardes - murmuró Milady entre dientes-, y sabré desembarazarme de ti luego, ¡doble tonto, hoja de espada viviente!»

      «Cae voluntariamente entre mis brazos después de haberme burlado descaradamente, hipócrita y peligrosa mujer - pensaba D’Artagnan por su parte-, y luego me reiré de ti