La Danza De Las Sombras. Nicky Persico

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Название La Danza De Las Sombras
Автор произведения Nicky Persico
Жанр Классическая проза
Серия
Издательство Классическая проза
Год выпуска 0
isbn 9788835400271



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y guiñó el ojo indicando a Asdrubale. Como respuesta, con naturalidad y sin dudarlo, el muchachito comenzó a decir:

      –Ah, sí. Vale. Verá, señor, nosotros a menudo cogemos este tren. Y para pasar el tiempo, sabe, contamos algunas historias agradables. ¿Le gustaría?

      El hombre se quedó al principio desconcertado pero luego hizo una señal de asentimiento, faltaría más. y realmente sentía bastante curiosidad. Sólo le faltaba esto a la velada.

      –Bien. Entonces, ¿quién tiene algo que contar? ¿Quiere comenzar usted, señora Agnese?

      La señora con el rostro regordete sonrió. Parecía un poco avergonzada pero con una alegría mal disimulada.

      –Bueno, no sabría…. Sí, es verdad, ahora que lo pienso, tengo una pero es bastante confidencial para contarla. Porque, para ser exactos, se trata de un secreto. Pero un secreto único. Un secreto especial.

      Dieciséis ojos, incluidos los del revisor, se abrieron como platos ante aquellas palabras.

      – ¡Hable, Agnese! Se lo ruego, cuéntelo –dijo el anciano del pan y del salami.

      –Vale, de acuerdo. Si insistís. Tened en cuenta que lo que estáis a punto de escuchar es una historia auténtica. Es un secreto que ha pasado de generación en generación desde hace milenios y ahora lo conoceréis. Pero no puede ser revelado a nadie. Ni siquiera queriendo. Podréis contarla a alguno pero este alguien, sabedlo, no podrá revelarla jamás. Y es por esto que todavía es un secreto. Y es por esto que será para siempre un secreto.

      Sonrió enigmática al llegar a este punto.

      Mientras tanto, se había hecho el silencio, e incluso los cuerpos se movieron hacia delante sintiendo auténtica curiosidad.

      Agnese suspiró y se aclaró la voz. Con las manos gordezuelas volvió a coger el hatillo y posó el vaso. A continuación habló de esta manera:

      –Esta, señores y señoras, es la historia de Pembaca. Pero para poderla contar bien pido que esta vez pueda quedarme de pie.

      Todos asintieron y ella se levantó. Y de esta manera comenzó a hablar, con énfasis, esmero, la voz impostada y maneras teatrales.

      La piedra pulida era resbaladiza y lisa. Y antigua. Se sentía por el olor. Olor de pasos, de historias. De mar, pan y amor. De tiempos pasado. De muerte y de pasión, sucedidas en el interior de las personas que, sobre aquellas piedras, habían estado.

      Estaba oscuro y no había ninguna luz iluminando aquella noche sombría y sin estrellas. En el callejón, antiguo y ruinoso, una imprevista ráfaga de viento y un pequeño escalofrío.

      Pembaca encogió los hombros y levantó las solapas de la chaqueta en aquella intensa y profunda noche de junio.

      Miró a su alrededor circunspecto: nadie.

      No sabía exactamente dónde se encontraba y había atravesado hacía poco un arco de piedra, siguiendo el instinto, y el ruido de la resaca, levemente, a lo lejos.

      Volvió a caminar, después de escuchar tres retoques de campana que señalaban, desde hacía siglos, la hora.

      Tres retoques.

      Y luego otra vez la oscuridad y el silencio de pasos. Los suyos. Y nada más. ¿Qué clase de puesto encantado es este? ¿Qué historias han ocurrido aquí?

      Con los ojos cerrados imaginó la multitud de historias que se sucedieron en el tiempo: familias, amores, maquinaciones, intrigas, fortunas, decadencias, miserias rescatadas, y pescadores que habían cruzado aquellas piedras.

      Vividas por quien había pasado antes que él. Antes de aquella noche oscura.

      En todas aquellas noche de luna, de estrellas, de calma o de tempestad. Y en todos aquellos días, soleados y calurosos de primera tarde o helados en invierno por el viento cortante.

      Está hecha así la historia. La historia de cada parte del mundo y de cada uno de nosotros.

      Cuando levantó la mirada Pembaca descubrió con esfuerzo, a duras penas, un gran reloj sobre la fachada blanca enfrente de él. Había llegado a una amplia plaza blanca.

      Más allá de la plaza se veía un callejón estrecho.

      El ruido ligero de la resaca sobre los escollos, a lo lejos, lo guió.

      Estaba tranquilo y prosiguió con lentitud, después de un suspiro, sintiendo otra vez en la nariz y en los pulmones el olor de la historia, intenso y apabullante para sus sentidos.

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