Название | Los rostros del otro |
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Автор произведения | Varios autores |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587903478 |
EL KURDISTÁN Y LOS KURDOS
¿QUÉ ES Y DÓNDE ESTÁ EL KURDISTÁN?
La etimología de la palabra Kurdistán proviene, según diversas fuentes, de la palabra sumeria kur, cuyo significado es “montaña”, siendo así los kurdos (kurti), las tribus de la montaña. Durante siglos, los sultanes selyúcidas y, posteriormente, los otomanos se refirieron a las regiones montañosas colindantes con las entidades persas vecinas con el nombre de Kurdistán (“tierra de los kurdos”) (Öcalan, 2008, p. 9). Cabe señalar que el sufijo locativo stan proviene del persa, lengua estrechamente emparentada con el kurdo, pues ambas pertenecen a la rama de las lenguas iranias dentro de la familia indoeuropea. La etimología de la palabra nos permite verificar que sus orígenes son muy antiguos y diversos, y que está asociada desde hace miles de años a las montañas que dan origen a los ríos Tigris y Éufrates.
Si tomamos en consideración lo anterior y definimos el Kurdistán según criterios demográficos (es decir, aquellas áreas donde los kurdos son la población mayoritaria), constataremos que es una región eminentemente montañosa, sin salida directa al mar, que abarca aproximadamente 450.000 km2 y está situada en las fuentes y el corazón de la cuenca del Tigris y el Éufrates.
Al norte y al oriente está ocupado por los montes Tauro y Zagros (donde brotan las fuentes de los ríos gemelos), mientras que al sur y al suroeste la rugosidad del paisaje va desapareciendo hasta llegar a las cálidas planicies de Harrán y la Jazīra (el corazón de la cuenca, por donde fluye el cuerpo principal de ambos ríos). En la actualidad, además de kurdos, turcos, persas y árabes, está habitado por otros grupos entre los que se destacan (tan solo en el Rojava) los asirios, caldeos, arameos (siriacos), turcomanos, armenios y chechenos (Charter of the Social Contract, 2014). Es una región históricamente ligada a las actividades agrícolas (particularmente el cultivo de trigo) y ganaderas; sin embargo, en las últimas décadas ha existido un proceso de migración, generalmente forzada, hacia las grandes ciudades, tales como Amed (Diyarbakır), Mûsil (Mūsul), Kerkûk (Kirkūk) o Heleb (Ḥalab/Alepo)2. En el contexto geopolítico actual, el Kurdistán sobresale por su abundancia en agua y petróleo (particularmente en la zona de Kerkûk al norte del actual Iraq) y por su posición geoestratégica como parte central de la red de oleoductos que transporta el petróleo extraído hasta los puertos del mar Mediterráneo y de ahí a Europa y el resto del mundo (ver mapas 1 y 2).
MAPA 1. PRINCIPALES CIUDADES DEL KURDISTÁN (CON SU NOMBRE EN KURDO)
Fuente: elaboración propia.
MAPA 2. AGUA Y PETRÓLEO EN LAS CUENCAS DEL TIGRIS Y EL ÉUFRATES
Fuente: elaboración propia.
¿QUIÉNES SON LOS KURDOS?
Para poder comprender el Kurdistán de hoy es necesario establecer una mínima base antropológica de las poblaciones que lo habitaron previo a la “era de los Estados nacionales”. Asimismo, es de suma importancia dimensionar la magnitud de los cambios filosóficos y sociales que acontecieron en él durante la primera mitad del siglo XX. Debemos, por consiguiente, situar los términos “sociedad kurda” en su debido contexto para evitar anacronismos. Esto quiere decir que no podemos caer en la trampa del “marco teórico nacionalista” y establecer tajantes divisiones entre pueblos que no tenían el mismo tipo de consciencia identitaria que sí tienen en la actualidad. Previo a la primera mitad del siglo XX, las identidades nacionales aún no se desarrollaban con tanta fuerza en la región y, por ende, no había una relación directa entre lo “kurdo”, “turco”, “armenio”, “persa” o “árabe” y la etnicidad. Esto quiere decir que cuando hablamos de la sociedad kurda del Imperio otomano estamos englobando a varios grupos cuyas descendencias comenzarían a diferenciarse en términos nacionales más tarde, pero que en aquel entonces no lo hacían. Este argumento es validado incluso por teóricos del nacionalismo turco como Ziya Gökalp, a quien nos referiremos de nuevo más adelante. Este hecho es de suma importancia pues la desintegración del Imperio otomano y la aparición de los nuevos Estados nacionales en la región se explica en gran medida por el proceso de cambio de un paradigma identitario (identidad religiosa) por otro (identidad nacional).
Durante siglos, la sociedad kurda estuvo constituida primordialmente por campesinos asentados en pequeñas aldeas difuminadas a lo largo de todo el Kurdistán y por pastores seminómadas que se desplazaban entre planicies y montañas en busca de los mejores pastos para su ganado. Para el siglo XIX, estos grupos estaban organizados en casas, linajes y clanes de diferentes tamaños que pertenecían a tribus que, a su vez, se adherían a grandes confederaciones tribales o ashiret. Los ashiret eran muchas veces multiétnicos (es decir, no solamente estaban compuestos por kurdos) y su estructura organizativa se caracterizaba por ser sumamente jerárquica y autoritaria. A la cabeza de esta unidad sociopolítica se encontraban el agha (jefe tribal), que era una especie de latifundista o “gran terrateniente”, y el sheikh (jefe religioso). El liderazgo del sistema tribal recaía, por consiguiente, en un minúsculo grupo de jefes que definían los aspectos más relevantes de la vida de sus subordinados (como por ejemplo, el matrimonio de “sus” mujeres para establecer o reforzar alianzas)3. Su ideología se basaba en los lazos de sangre y en un sentido ancestral de territorialidad ligado con la trashumancia (McDowall, 2004, pp. 13-15). La religión les otorgaba un enorme sentido de pertenencia comunitaria y su vida giraba en torno a la tierra pues esta representaba su sustento económico. Por ello no es de sorprender que la ideología tribal kurda se vea reflejada incluso hasta hoy en las toponimias de ciertos lugares bautizados en honor de alguna familia influyente, como por ejemplo, la región-tribu Barzan a la cual volveremos más adelante.
El accidentado relieve de los montes Tauro y Zagros, sus crudos inviernos y la escasez de caminos que ligaran a sus habitantes con los grandes centros económicos de la época mantuvieron a estos grupos parcialmente aislados de los poderes centrales que se establecieron en la península de Anatolia y en Persia a lo largo de los siglos. Así pues, durante cientos de años las montañas y los pueblos del Kurdistán fungieron como una especie de esponja que absorbía los conflictos entre el Imperio otomano y las diferentes dinastías que gobernaron el Imperio persa. Los sultanes otomanos incluso utilizaron a emires (élites kurdas locales) a su favor como intermediarios encargados de mantener a raya los conflictos entre tribus locales (que podían llegar a afectar el flujo de mercancías) y cobrar impuestos. Conscientes de la falta de fuerza del poder central en el lejano Kurdistán, las autoridades otomanas accedieron desde el inicio (con sus debidos altibajos) a otorgar cierto grado de autonomía a las comunidades kurdas de la periferia a cambio de su lealtad y al aporte de tropas en tiempos de guerra con los persas. De esta manera garantizaron cierta estabilidad en sus fronteras orientales pues los kurdos desempeñaban la función de amortiguador que, pese a que no estaba integrado del todo al imperio, tampoco permitía el avance de amenazas extranjeras (van Bruinessen, 1992, pp. 50-59).
Con el paso del tiempo y la proliferación de movimientos