Название | Los rostros del otro |
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Автор произведения | Varios autores |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587903478 |
-EN IRAQ
Simultáneamente a esto, las políticas que segregaban a los kurdos del Estado iraquí continuaron décadas después con la llegada al poder del partido Ba’ath en 1968. Pese a que Iraq reconocía a los kurdos como un grupo étnico distinto al árabe, y por consiguiente les era posible hablar su lengua y expresar públicamente la existencia de una historia nacional propia (caso contrario al de Turquía y Siria), esto no los eximió de la represión del Estado panarabista. La resistencia armada de la guerrilla kurda encabezada por el Partiya Demokrat a Kurdistanê (PDK) (Partido Democrático del Kurdistán), de mullah Mustafa, consiguió, tras décadas de guerra, negociar un acuerdo con el Ba’ath en 1970, en el cual –entre otras cuestiones– se estableció que el kurdo era (junto con el árabe) la lengua oficial en áreas con importante peso demográfico kurdo, que el pueblo iraquí se constituía de árabes y kurdos, se garantizó la posible participación del PDK en todas las secciones del Gobierno (incluso la militar), y además se proclamó la unificación de todas las áreas con mayoría kurda en una unidad de gobierno autónoma. Este último punto no estuvo exento de conflictos, ya que la rica provincia petrolera de Kerkûk, de donde provenían cerca de tres cuartas partes de la producción de crudo iraquí, estaba habitada predominantemente por kurdos. El PDK buscaba establecer ahí mismo su capital pero, por la misma razón que tuvieron los británicos cincuenta años antes en aferrarse a Kerkûk, Bagdad se negó a concedérselas (McDowall, 2004, pp. 323-340).
Con el objetivo de justificar su postura en términos demográficos, el gobierno iraquí buscó reducir la proporción de kurdos en los distritos del norte y así comenzó una campaña de arabización en la región. Un importante número de árabes llegó a poblar el área mientras que otros tantos kurdos fueron deportados al sur del país y a los países vecinos. De esta manera argumentaron que Kerkûk no era una provincia con mayoría kurda y, por tanto, no debía formar parte del Gobierno Regional del Kurdistán (GRK). Esto reactivó la guerrilla en 1974 que, con apoyo del shah de Irán, la CIA e Israel, combatió al Estado iraquí hasta que el shah cesó su apoyo al año siguiente tras concluir un acuerdo con el Ba’ath en Argel. Otra dimensión importante de las deportaciones para el régimen, además de debilitar la base social de los grupos guerrilleros, era favorecer la paulatina asimilación de los kurdos dentro de la sociedad árabe. Asimismo, bajo el pretexto de la modernización, cientos de pueblos fueron evacuados y destruidos. La guerra continuó durante la década de los ochenta, esta vez tanto el PDK como el Yekîtiya Nîştimanî ya Kurdistanê (YNK) (Unión Patriótica del Kurdistán), encabezado por Celal Talebanî, actuaron con el constante apoyo de la nueva dirección iraní en guerra con Ṣaddām Hussein (1980-1988) (van Bruinessen, 1994, pp. 17-20 y 24). Curiosamente, Iraq también suministraría armas a un movimiento kurdo (rival del PDK), el Sipahî Rizgarî del sheikh Naqshbandi Osman, para que combatiera al régimen de Khomeini en el Rojhilat (van Bruinessen, 1986, p. 2). Fue durante aquel periodo que el Gobierno iraquí llegó a lo que para muchos fue el pináculo de una larga historia de atropellos contra los kurdos.
A partir de 1988, Iraq puso en marcha una serie de ofensivas militares llamadas Al Anfāl9 dirigidas a las regiones controladas por los pêşmerge10. En ellas, el ejército iraquí utilizó armas químicas que no solo destruyeron a los miembros de las guerrillas, sino que también volvieron inhabitables cerca de 5.000 pueblos y aldeas y acabaron con la vida de al menos 50.000 personas. Los sobrevivientes fueron deportados o reinstalados en nuevos pueblos rodeados por puestos de vigilancia construidos por el Estado. El más conocido de entre todos los casos fue el ataque químico de Halabja (marzo de 1988), un pueblo que en el contexto de la guerra Irán-Iraq fue conquistado antes del ataque por el ejército iraní con el apoyo de los pêşmerge. Durante los días que duró la ofensiva, las fuerzas iraquíes bombardearon el pueblo de forma indiscriminada con diferentes tipos de gases venenosos (van Bruinessen, 1994, pp. 14-15 y 20-21).
-EN SIRIA
La situación para los kurdos en Siria no fue muy distinta que en Iraq. Allí la ideología nacionalista árabe fue impuesta por la fuerza a los grupos minoritarios del país con la finalidad de asimilarlos. En el caso de los kurdos, las autoridades buscaron marginarlos, enemistarlos (entre ellos y con los otros grupos) y literalmente “borrarlos del mapa” pues, como sucedió en Turquía, la Constitución nunca reconoció su existencia como grupo étnico-lingüístico distinto al predominante (en este caso el árabe). Como consecuencia en Siria, tal y como sucede en Iraq hasta hoy, hay una estratificación social y una política demográfica con base étnica que beneficia a los árabes, considerados por el Estado como ciudadanos de primera, sobre algunas minorías cristianas (armenios, circasianos, asirios, entre otras) y la población kurda.
La división provincial siria incluyó a las regiones del norte, de mayoría kurda, dentro de otras provincias más grandes, de tal manera que en ninguna de ellas hubiera un grupo mayoritario que no fuera árabe para así poder asimilarlos más fácilmente, un proceso muy semejante al de la provincia de Kerkûk. Además, esta división fragmentó el territorio kurdo (ya de por sí fragmentado) en una serie de bolsones poco ligados entre sí, para que se hiciera más difícil su cohesión regional interna.
Aunado a esto, inmediatamente después de la declaración de independencia siria, alrededor de 200.000 kurdos fueron despojados de sus papeles de identificación y, por consiguiente, fueron declarados apátridas (Egret y Anderson, 2016, pp. 20-21). Fue en gran medida un acto de venganza por la colaboración de ciertos jefes tribales de la zona de la Jazīra con las autoridades francesas. Esto se repetiría en 1962, en la provincia de al-Hasaka (Hesîçe), cuando les fue retirada su ciudadanía siria a entre 120.000 y 150.000 kurdos que fueron declarados como “ciudadanos extranjeros” so pretexto de ser todos refugiados procedentes de Turquía (o Iraq) que atentaban contra el proyecto nacionalista árabe-sirio. Desde sus primeros años, el nuevo gobierno central llevó a cabo una serie de políticas lingüísticas y territoriales muy parecidas a las aplicadas en Turquía que provocaron la migración de miles de kurdos hacia las grandes ciudades de Siria y hacia el extranjero. El uso de toponimias kurdas fue remplazado por nombres en árabe; las organizaciones políticas, las prácticas culturales kurdas e incluso el hablar kurdo en actos públicos quedaron prohibidos, y un proceso de expropiación gubernamental de tierras y colonización fue puesto en marcha más tarde. Finalmente, en la década de los cincuenta, las autoridades sirias ubicaron a una primera ola de beduinos árabes en el Rojava y les dieron tierras, armas y entrenamiento militar para que fungieran como fuerzas paramilitares (Roussel, 2012, pp. 85-86), un proceso parecido a la política israelí en Cisjordania.
Vemos, pues, que para la década de los ochenta los kurdos en Turquía, Siria e Iraq se enfrentaban a políticas demográficas (deportaciones e instalación de colonos) y lingüísticas muy parecidas; al tiempo que las organizaciones políticas kurdas comenzaban también a consolidarse y a emerger como nuevos actores políticos para tomar seriamente en consideración. Si bien estas dos corrientes surgieron en el Bakur y en el Başur, es en el Rojava donde su lucha por la hegemonía política local se ha visto más marcada desde el comienzo de la guerra