Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi

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Название Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson
Автор произведения Vincent Bugliosi
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494968495



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al cadáver de Rosemary LaBianca, era del grupo A, el grupo sanguíneo de Rosemary LaBianca. Todas las otras muestras, incluida la tomada del papel arrugado y de las distintas pintadas, eran del grupo B, el de Leno LaBianca.

      En esta ocasión Granado no analizó los subgrupos de ninguna muestra.

      Los de huellas dactilares de la SID, los sargentos Harold Dolan y J. Claborn, levantaron un total de veinticinco huellas latentes. Todas ellas, menos seis, se identificarían después como pertenecientes a Leno, Rosemary Frank. Para Dolan, a partir del examen de las zonas donde debería haber huellas pero no había, era obvio que se habían esforzado por destruirlas. Por ejemplo, no había siquiera una mancha en el mango de marfil del tenedor de trinchar, en el tirador de cromo de la puerta de la nevera, o en el acabado de esmalte de la propia puerta, todas ellas superficies que se prestan fácilmente a recibir huellas latentes. Al examinar con detenimiento la puerta de la nevera, vieron marcas que indicaban que le habían pasado un trapo.

      Cuando hubo terminado el fotógrafo de la policía, un ayudante del coroner supervisó el traslado de los cadáveres. Las fundas de almohada se dejaron donde estaban, encima de las cabezas de las víctimas; los cables de lámpara se cortaron cerca de la base, de forma que los nudos quedaran intactos para su análisis. Un representante del Departamento de Regulación Animal se llevó los tres perros, que fueron hallados dentro de la casa a la llegada de los primeros agentes.

      Quedaron las piezas del rompecabezas. Pero al menos esta vez podía discernirse un patrón parcial, en las similitudes:

      Los Ángeles, California; noches consecutivas; asesinatos múltiples; víctimas, blancos acomodados; múltiples heridas de arma blanca; increíble violencia; ausencia de móvil convencional; ninguna prueba de que hubieran registrado la vivienda o robado; cuerdas alrededor del cuello de las dos víctimas del caso Tate, cables alrededor del cuello de los LaBianca. Y la letra de imprenta con sangre.

      Sin embargo, en menos de veinticuatro horas la policía concluiría que no había relación entre los dos casos de asesinatos.

      SEGUNDO HOMICIDIO RITUAL

      MATAN A UNA PAREJA DE LOS FELIZ;

       SE HA VISTO RELACIÓN CON EL QUÍNTUPLE ASESINATO

      Los titulares de las portadas saltaban a la vista aquel lunes por la mañana. Los programas de televisión se interrumpieron para poner al corriente a los espectadores. Para los millones de angelinos que viajaban a diario al trabajo por las autopistas, las radios de los coches no parecieron emitir mucho más32.

      Fue entonces cuando empezó el miedo.

      Cuando se reveló la noticia de los homicidios del caso Tate, incluso aquellos que conocían a las víctimas estaban menos asustados que horrorizados, porque al mismo tiempo llegó el anuncio de que se había detenido a un sospechoso, acusado de los asesinatos. No obstante, Garretson estaba en prisión cuando se produjeron aquellos otros asesinatos. Y cuando lo pusieron en libertad aquel lunes —con la misma cara de desconcierto y miedo que cuando lo «apresó» la policía—, se desató el pánico. Y se extendió.

      Si Garretson no era culpable, entonces quienquiera que lo fuese andaba todavía suelto. Si aquello pudo suceder en lugares tan apartados como Los Feliz y Bel Air, a personas tan distintas como famosos de la comunidad del cine y el dueño de un supermercado y su esposa, entonces podría pasar en cualquier sitio, a cualquiera.

      A veces el miedo se puede medir. Entre los barómetros: en dos días una tienda de artículos de caza de Beverly Hills vendió doscientas armas de fuego; antes de los asesinatos, la media era de tres a cuatro al día. Algunos cuerpos de seguridad privada duplicaron y luego triplicaron el personal. Los perros guardianes, que antes valían doscientos dólares, se vendían ya a mil quinientos. Los proveedores se quedaron pronto sin ejemplares. Los cerrajeros alegaban retrasos de dos semanas en los pedidos. Aumentaron de repente los partes de disparos accidentales y de personas sospechosas.

      La noticia de que se habían producido veintiocho asesinatos en Los Ángeles aquel fin de semana (cuando la media era de uno al día) no ayudó precisamente a rebajar el temor.

      Se dijo que Frank Sinatra estaba escondido, que Mia Farrow no quería asistir al funeral de su amiga Sharon porque, como explicó un familiar, «Mia tiene miedo a ser la siguiente»; que Tony Bennett se había trasladado de su bungaló ubicado en los terrenos del Hotel Beverly Hills a una suite del interior «para mayor seguridad»; que Steve McQueen llevaba ya un arma debajo del asiento delantero de su deportivo; que Jerry Lewis había instalado un sistema de alarma en su casa que incluía un circuito cerrado de televisión. Connie Stevens confesó después que había convertido su casa de Beverly Hills en una fortaleza. «Sobre todo por los asesinatos del caso Sharon Tate. Todo el mundo estaba aterrorizado.»

      Las amistades se truncaban, las aventuras terminaban, la gente salía de repente de las listas de invitados, las fiestas se cancelaban… porque el miedo trajo la sospecha. Casi cualquiera podía ser el asesino o uno de los asesinos.

      Una nube de temor se cernía sobre el sur de California, más densa que el smog. No se disiparía durante meses. Todavía el mes de marzo siguiente, William Kloman escribiría en Esquire: «En las mansiones de Bel Air, el terror hace que la gente vuele al teléfono cuando se cae la rama de un árbol fuera».

      POLITICAL PIGGY—Hinman.

      PIG—Tate.

      DEATH TO PIGS—LaBianca.

      En los tres casos, escrito con la sangre de una de las víctimas.

      El sargento Buckles siguió pensando que aquello no era lo suficiente importante como para hacer más comprobaciones.

      David Katsuyama, ayudante de forense, realizó las autopsias del caso LaBianca. Antes de comenzar, quitó las fundas de almohada de las cabezas de las víctimas. Solo entonces se descubrió que además del tenedor de trinchar incrustado en el abdomen, a Leno LaBianca le habían clavado un cuchillo en la garganta.

      Como nadie del personal presente en el lugar de los crímenes había observado el cuchillo, aquello se convirtió en una clave de polígrafo del caso LaBianca. Hubo dos más. Por algún motivo, aunque la frase DEATH TO PIGS se había filtrado a la prensa, no había ocurrido lo mismo con RISE ni con HEALTER SKELTER.

       Leno A. LaBianca, 3301 de Waverly Drive, hombre blanco, cuarenta y cuatro años, un metro y ochenta centímetros, cien kilos, ojos marrones, pelo castaño (…)

      Nacido en Los Ángeles, hijo del fundador de State Wholesale Grocery, Leno entró en la empresa familiar después de ir a la Universidad del Sur de California, y acabó siendo presidente de Gateway Markets, una cadena del sur de California.

      Por lo que pudo determinar la policía, Leno no tenía enemigos. Pero pronto descubrieron que él también tenía un lado secreto. Los amigos y los familiares lo calificaron de tranquilo y conservador, pero se asombraron al saber, después de su muerte, que poseía nueve purasangres de carreras, siendo el más destacado de ellos Kildare Lady, y que era un jugador empedernido que frecuentaba el hipódromo casi todos los días de carreras, y a menudo apostaba quinientos dólares de una tacada. Tampoco sabían que en el momento de su muerte debía unos doscientos treinta mil dólares.

      Las semanas siguientes los inspectores del caso LaBianca harían un trabajo extraordinario para no perderse por el intrincado laberinto de las complejas finanzas de Leno. Sin embargo, la posibilidad de que hubiera sido víctima de algún prestamista se vino abajo cuando se supo que la propia Rosemary LaBianca tenía bastante dinero, con activos más que suficientes para pagar las deudas de Leno.

      Un antiguo socio de Leno, también de origen italiano, que sabía que apostaba, dijo a la policía que creía que la mafia podría haber cometido los asesinatos. Admitió que no tenía pruebas para sostener tal cosa; no obstante, los inspectores se enteraron de que durante un periodo breve Leno formó parte de la junta directiva de un banco de Hollywood que las unidades de inteligencia del LAPD y de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles creían que estaba financiado con «dinero gangster». No pudieron demostrarlo, aunque varios miembros de la junta fueron acusados y condenados por pertenecer