Название | La sombra de nosotros |
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Автор произведения | Susana Quirós Lagares |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416366552 |
Aunque se sintiese culpable, Juliette no podía dejar de pensar, mientras contemplaba el ajetreo propio de la sala de urgencias en la que se encontraba, que necesitaban que Harris volviese a despertar. Veinticuatro horas son mil cuatrocientos cuarenta minutos, y estos contienen ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Eso era demasiado tiempo. Tiempo que podían aprovechar los fugitivos para trazar mil planes, descartarlos todos y tomar nuevas decisiones. Decisiones que podrían acarrear víctimas. Víctimas que podrían perder la vida. Y vidas que merecían ser salvadas.
Esperaba que el anciano lograse pasar de aquella noche y despertase por la mañana, porque solo así podrían detener a Bob Eden. Tenían todas las piezas: personajes, sinopsis y portada; planteamiento y nudo. Pero les faltaba el desenlace. Ese final en el que todo cobraba sentido, se resolvía la incógnita que rodeaba al villano para llegar a la moraleja de la historia. Aunque sabía que la realidad implicaba resoluciones agridulces, no había visto un caso que necesitase tanto un final feliz: por Leonor, que llevaba toda su vida arrastrando la pérdida de su familia y los crímenes de su marido; por Teddy, eternamente enamorado de la supuesta viuda; por Eriol y sus agentes, que arrastraban una mala racha. Y por ella misma, que hacía tiempo que dejó de creer en la posibilidad de recuperar su vida. Necesitaba un triunfo, algo que le indicase que había vuelto al camino correcto.
«Lo necesitamos», pensó cansada.
Un leve pitido le indicó que su bebida ya estaba lista, y una vez más le sorprendió el contraste entre la brillante máquina que tenía enfrente, de color amarillo que destacaba como un faro en la amplia e impoluta sala de paredes blancas donde se encontraba. Salvo un par de sillas arrimadas en uno de los extremos, se trataba de un espacio diáfano en el que no cesaba de entrar y salir gente. Aferrando con fuerza ambos vasos de plástico, Juliette se sintió algo perdida entre tanto desconocido, ya que apenas podía ver por encima de su cabeza. Si no hubiese hecho ese mismo recorrido otras tres veces en el último par de horas probablemente se habría perdido. Sin embargo, logró entrar en uno de los ascensores y marcar la sexta planta mientras se hacía hueco entre un par de enfermeras y un anciano que sostenía una percha con una bolsa de suero. El hombre le regaló una sonrisa cansada y, aunque ese tipo de lugares le ponían nerviosa, no pudo evitar devolvérsela.
Llevaba horas en el hospital. Tan solo había pasado por casa para dar de comer a Loki, realizar una breve llamada a su madre disculpándose por haber faltado a la merienda y prepararse un sándwich. Una ducha rápida y un cambio de ropa después se encontraba cruzando las puertas hacia la habitación del último miembro de la banda de Bob Eden, pero la enfermera jefe la detuvo. Por su culpa llevaba las últimas seis horas agarrotada en una de las sillas de la sala de espera junto a Eriol. Él continuaba con las dudas sobre el plan y ella aprovechaba el tiempo muerto para escribir su columna semanal. Nunca les había molestado el silencio, pero ambos detestaban esperar, por lo que habían estado haciendo turnos para estirar las piernas, ir al baño y a por sus respectivas dosis de cafeína.
Le entregó el café a su amigo y volvió a tomar asiento a su lado mientras guardaba el ordenador portátil en la funda. Incluso ella tenía un límite. Treinta y seis horas despierta la habían agotado en todos los sentidos de la palabra. Sentía que las emociones de aquel día se le echaban encima y cerró los ojos un par de minutos para centrarse en el murmullo que la rodeaba: en los susurros de Eriol al teléfono, que la calmaban y ayudaban a desconectar de la espera que aún le aguardaba. Se llevó el vaso a los labios y apoyó la cabeza en la pared que tenía detrás. Tomaba pequeños sorbos para que la bebida calentara cada rincón de su cuerpo. Siempre le había gustado el aroma del café. La hacía sentir como en casa.
Con un suspiro exasperado, el policía colgó el teléfono y se revolvió el pelo. Pequeñas arrugas se habían formado en los extremos de sus ojos y Juliette no pudo evitar darse cuenta de que parecía tener diez años más. Este caso le estaba afectando más de lo que parecía. A ambos, de hecho.
—Bueno, Julie, ¿contenta de volver? —le preguntó Eriol.
No pudo evitar bufar mientras ponía los ojos en blanco.
—No es como lo recordaba —respondió ella. Su voz sonaba áspera después de tantas horas en silencio.
—Y aun así más divertido que la prensa, ¿verdad?
—Sin duda —consintió Juliette con una sonrisa.
Su compañero jamás se rendiría con eso. Si por él fuera, le habría obligado a entrar en el cuerpo hacía años. Pero ella disfrutaba escribiendo. Siempre fue su forma de escape.
—¿Qué has decidido?
—Ahora no, ya te lo he dicho. Cuando despierte —la reprendió Eriol con la mirada. Ella no se sintió intimidada. Al fin y al cabo, ya no era una niña.
Se batieron en un duelo de miradas, el suave azul del mar chocando con el cálido chocolate, hasta que ambos sonrieron con amabilidad. Sintió en su nuca la intensa mirada de la enfermera del mostrador. Era difícil ignorar cómo observaba a Eriol de vez en cuando mientras jugaba con su pelo. No quiso prestarle atención. Lo que menos necesitaba era tener a una mujer celosa acechándola, sobre todo cuando su amigo estaba fielmente enamorado de Claire. Una mujer encantadora, de gran carácter, que Juliette, aunque conocía poco, aprobó desde el instante en el que ordenó a Eriol que dejara de insistirle a la joven con convertirse en policía. Sí, esa enfermera no aguantaría ni un asalto contra Claire. Además, su amigo no parecía haberse percatado de nada.
—¿Cómo estás? —la interrogó él, y por el súbito cambio en el clima entre ambos se dio cuenta de que no preguntaba por los eventos de aquella tarde.
—Bien. —Dirigió la mirada del suelo hacia el rostro de su amigo. No podía mentirle. A él no. Por lo que se corrigió—. Mejor.
—Me alegro.
—Disculpen —la voz de la enfermera coqueta los interrumpió. Parecía algo crispada y su mirada se detuvo más de lo normal en la mano de Eriol, que descansaba sobre la de Juliette—. He pensado que quizás querrían entrar a ver al paciente.
Aquello los espabiló por completo. Llevaban solicitándolo horas y siempre habían recibido una brusca negativa, al menos para ella, o en el caso de él, una explicación de por qué no podían permitírselo, acompañada de un intento de sonrisa seductora.
Después de haber recogido todo, la siguieron hasta la habitación, donde Eric Harris descansaba sobre una cama cubierto de vendas. No tenía buen aspecto y su extremada delgadez ayudaba a que el anciano se desvaneciera bajo las sábanas.
Pese a que tuviese esa apariencia indefensa, Juliette no pudo evitar recordar al hombre de sonrisa confiada y mirada impenetrable que aparecía en la foto que encontraron. Algo en su rostro afilado indicaba problemas. Sin duda, era fácil imaginárselo como parte de la banda que aterrorizó la ciudad décadas atrás. Se sentía intrigada y asustada a la vez, porque si alguien tan fuerte podía ser vapuleado por su antiguo jefe, Bob Eden debía ser alguien a quien temer pese a su avanzada edad.
Por un momento dudó de Leonor. Ella le había hablado con tanto cariño de su marido que quiso creerla, pensar que solo se trataba de un hombre que había tomado malas decisiones y no había podido prever hasta dónde llegaría la magnitud de sus acciones. Había dejado que sus sentimientos interfiriesen en su juicio, y eso era algo que no podía permitirse. Para alejar aquellos pensamientos comenzó a anotar en su cabeza detalles que observaba sobre Eric Harris para redactar su perfil. La habitación era tan impersonal que apenas daba pistas que la relacionasen con el ocupante, quien ni siquiera estaba consciente. Se preguntaba si…
Miró hacia la puerta donde el jefe Johnson se encontraba de espaldas hablando con uno de los agentes que custodiaban al paciente. Dando gracias a su suerte, se acercó con rapidez a la silla donde se encontraba colgada la ropa que había llevado Harris y sus efectos personales. Si había algo relacionado con el caso, era muy probable que lo llevase consigo para evitar que nadie lo encontrase, sobre todo habiendo sido asesinados el resto de sus compañeros. Revisó la chaqueta