Название | La sombra de nosotros |
---|---|
Автор произведения | Susana Quirós Lagares |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416366552 |
Sin embargo, cuando todos estuvieron listos, Robert ya había salido de aquel apartamento. Juliette abrió los ojos solo para verle coger las escaleras hacia el piso inferior.
—¡Escapa! ¡Está bajando! —gritó con los dedos protegiendo todavía sus orejas.
Eriol se incorporó y le dijo algo que ella no oyó debido al pitido que se había alojado en sus oídos. No necesitó escucharlo para saber que le había ordenado no moverse de allí.
Will y dos agentes más saltaron por encima de ella, pues bloqueaba la puerta, y se incorporaron junto con Eriol a la caza de Robert Eden. Juliette se obligó a levantarse para seguir la huida desde la barandilla de las escaleras. A través del enorme hueco central pudo ver al agente que custodiaba la planta inferior tirado en el suelo mientras se sujetaba la cabeza con expresión de dolor. Eriol y Will corrían hacia el apartamento con la puerta abierta.
—¡Policía! ¡Salgan de ahí! —gritó Eriol.
Pero no fue Eden quien abandonó la seguridad del apartamento, sino un niño asustado con aspecto desaliñado y ropa holgada.
—¡Está ahí! —lloraba el crío—. Por favor, salven a mi madre.
—Sal de aquí, chico —le dijo Will—. Corre abajo, esto no es seguro.
El niño siguió las órdenes del policía y corrió escaleras abajo.
Will, Eriol y un par de agentes más entraron en el apartamento. Juliette se agarró a la barandilla con todas sus fuerzas a la espera de algún disparo más.
Nada.
Temió que alguno de sus amigos no saliese de aquel apartamento. La calma y el silencio le tenían los nervios afilados, a punto de ahogarla.
La puerta de su izquierda se abrió y una anciana asomó la cabeza con curiosidad.
—¡Vuelva dentro y cierre! —gritó ella, desesperada.
Entonces, vio que los policías salían del apartamento.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Juliette.
Will le lanzó una mirada de incredulidad.
—Ha desaparecido —respondió.
—¿Cómo que ha desaparecido? —insistió ella.
Eriol hablaba con el novato que había sido golpeado para asegurarse de que aquel era el apartamento en que había entrado Robert Eden.
—Ni la madre del chico ni Eden —comentó Will.
Aquella respuesta la dejó sin réplica.
—El crío, hay que hablar con el crío —dijo ella.
—Eh, Meyer, subid al crío —indicó Will por la barandilla hacia su compañero de la planta baja.
—¡No está, Goldberg! En cuanto salió a la calle corrió como un poseso —explicó desde abajo.
—¿Qué? —se cuestionó Juliette para sí misma—. Pero…
—Si este caso ya era extraño, ahora se ha convertido en imposible —comentó Will.
Los sanitarios aparecieron a toda prisa para salvar la vida al último miembro de Casiopea. No pudieron asegurar que Harris sobreviviría a aquel frenético día.
Mientras el hombre iba camino del hospital, los engranajes de la mente de Juliette comenzaron a girar.
Abatida, se sentó en uno de los sillones de la destrozada habitación tratando de ignorar la mancha de sangre del suelo. Todo el esfuerzo había sido en vano. El último de los miembros de la banda estaba a punto de morir. No había más pistas. No más testigos. Habían perdido. Se llevó las manos a las sienes para intentar detener el dolor de cabeza inminente que le impedía concentrarse.
«Puede que el señor Harris viva. Harris vivirá. Eric Harris va a vivir», se repetía Juliette.
—¡Julie! —gritó Eriol en su oído.
—¿Está vivo? —preguntó.
—Acaban de avisarme que ha despertado incluso antes de llegar al hospital —aclaró satisfecho.
Juliette reflexionó en silencio sobre los planes que comenzaban a formarse en su enérgica mente.
—Conozco esa mirada, Julie. Estás tramando algo.
—Sí, y no va a gustarte. Como siempre —sonrió ella.
En la comisaría, después de todo lo ocurrido, Eriol y Will continuaban repasando la peligrosa idea de Juliette.
—Es una locura. Se ha hecho mil veces y no siempre ha salido bien —comentó por tercera vez Eriol.
—Es un clásico, capitán —respondió Will al enfurecido jefe Johnson—. Debería salir bien.
Juliette sonrió ante su inesperado aliado. Era la única solución que tenían y cuando el capitán de policía se calmase sabría verlo.
Habían pasado muchas cosas en las últimas horas. La ambulancia llegó y se llevaron a Harris al Hospital St. Claire, donde una legión de agentes fue destinada para protegerle. El hombre aún no había despertado tras la intervención quirúrgica y las próximas veinticuatro horas serían decisivas, pero los médicos eran optimistas. Mientras tanto, media comisaría llevaba toda la noche patrullando las calles en busca del vehículo o cualquier indicio sobre Bob Eden.
—Sigo pensando que no deberíamos usarle como cebo —repitió el veterano oficial.
—Debemos aprovechar la sed de venganza de Eden, jefe —expuso Juliette, más decidida que antes—. Es arriesgar la vida de Harris, lo sé. Pero ese criminal acabará con él tarde o temprano si no le paramos los pies, y esta es la única opción que tenemos.
—Capitán —intervino Will—, creo que solo así lograremos entender este extraño caso de resurrecciones y fantasmas del pasado.
Eriol apoyó el rostro sobre sus manos.
—Necesito ciertas garantías antes de arriesgar la vida de ese hombre —resolvió al fin—. En cuanto despierte averiguad el motivo de esta vendetta. Después tomaré una decisión.
Juliette y Will se miraron de manera cómplice. Las respuestas a todo estaban más cerca.
Siempre le había parecido curioso cómo el tiempo se dilata cuando se espera por algo. Las manecillas del reloj parecían detenerse durante décadas en cada hora, como si al universo no le importara que alguien tenga prisa. Y probablemente fuese así, porque ¿qué eran unas horas para alguien que tenía toda la eternidad por delante? El tiempo pasaba, indolente, ajeno a los intereses de nadie. Pero pasar pasaba. ¿Cuántas cosas podían suceder a la vez en un minuto? En sesenta segundos un perro podía ladrar esperando que le dieses comida, un semáforo cambiaba de rojo a verde y las nubes grises descargaban su agua sobre pobres peatones sin paraguas. En un minuto, alguien podía morir de un infarto, podía nacer una nueva vida o incluso caer un régimen totalitario. La historia estaba llena de minutos que destacaron sobre otros, que conllevaron hitos valiosos, pero también de eventos sin importancia: ¿A quién le interesaba que en ese tiempo una mariposa hubiera salido de su capullo? ¿O que se hubiese producido un tornado? A nadie. No importaba porque si ese recién nacido, si ese régimen o incluso ese perro no fueran de nuestro interés, entonces carecían de valor. Pasaban al olvido. Aunque en algún lugar del mundo se encontraba una persona para la que sí era importante.
¿De verdad la humanidad era tan egoísta? Claro que sí.