Las lecciones de la poesía. Pedro Lastra

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Название Las lecciones de la poesía
Автор произведения Pedro Lastra
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789563249293



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La palabra «poética» me asusta un poco. Se trata más bien, diría yo, de una aproximación, un intento de definición de un sujeto que tiene varios lados, que por una parte es seducido por la escritura, pero que también es un empedernido lector y, por añadidura, profesor universitario. De estas tres actividades, la que más privilegio es la de lector. He tenido una gran apetencia de lectura desde que era niño y siempre he considerado que mi vocación principal es la de aprender. Recuerdo en este momento la visita de Ezequiel Martínez Estrada a Chile en 1959 para dar un curso en una Escuela de Invierno de la Universidad: al ser presentado a los estudiantes y al público como «un maestro», contestó que él estaba allí no como maestro sino como una persona que venía a aprender de aquellos que creían saber menos que él. Posiblemente a eso responde también mi apetencia por la lectura. Usando una «palabra-maleta», a las que es aficionado mi amigo Enrique Lihn, me definiría como un ‘escrilector’. Esta autodefinición me complace más, porque escribo en la medida en que leo: la escritura como continuación, como resultado de actos de lectura. Lo que hago con verdadera felicidad es leer, consciente de que mi escritura resulta siempre insatisfactoria. Soy un escritor que se desdobla en ‘escrilector’. En la actualidad yo sigo manteniendo lo sostenido en ese texto, aunque sean afirmaciones temerarias. Cuando lo incluí como prólogo en Noticias del extranjero lo hice pensando en que el libro necesitaba este tipo de apoyatura, como una presentación personal, como una autopresentación. En Cuaderno de la doble vida incluyo poemas de Noticias del extranjero, pero he sacado ese texto, aunque probablemente lo volveré a publicar, porque en verdad lo siento como un testimonio autorrevelador. Sí, creo que podría ser una especie de poética, pero del lector.

      —En tus Conversaciones con Enrique Lihn se presentan algunos antecedentes sobre el contexto histórico-político-artístico en que se desenvolvió la generación de poetas en la que estarían Enrique Lihn, Armando Uribe, Efraín Barquero, Alberto Rubio, Jorge Teillier, Hernán Valdés, tú, y otros. ¿Podrías referirte ahora a la gestación de esta promoción de poetas presentada desde tu propia perspectiva?

      —De alguna manera ocupó su espacio en lo que fueron los «Juegos de Poesía», cuya animadora en ese tiempo era Ester Matte. En 1955 se celebraron los primeros, pero yo no participé en ellos. En esa oportunidad recibió el primer premio Hernán Valdés con su libro Salmos, que era un texto bastante maduro para un poeta joven. Al año siguiente participaron Enrique Lihn, Efraín Barquero, Jorge Teillier, Armando Uribe —nombro solo algunos de los que han seguido figurando en las letras chilenas. El más sobresaliente en este encuentro fue Enrique Lihn. Al escuchar la lectura de sus «Monólogos» nos dimos cuenta de que estábamos frente a un gran poeta. A nadie le cupo duda de que merecía el primer premio, y así fue. El segundo lo recibió Raquel Señoret por algunos poemas que luego recogió en su libro Sin título, algo tributario de Huidobro. Yo también leí algunos textos. No recibí ninguna mención, lo cual estaba bien porque eran poemas muy precarios. Yo había publicado ya mi primer librito con el abracadabrante título de La sangre en alto, que refleja una filiación retórica, la búsqueda de una imagen o palabra llamativas, vicios que todavía padecían esos poemas que leí en los «Segundos Juegos». Un libro de esos que constituyen la prehistoria de un poeta, y del que uno quisiera olvidarse; pero después de todo, esto es parte de una realidad vivida, de una etapa de iniciación. No todas las iniciaciones son tan seguras como la de Enrique Lihn con su primer libro Nada se escurre, en 1949.

      Estos encuentros me permitieron vincularme con otros poetas que insensiblemente iban dando forma a una promoción o generación, entre ellos Alberto Rubio que en 1952 había publicado La greda vasija, un libro muy bien recibido por la crítica y que yo leí y sigo leyendo con devoción.

      A propósito de generación —concepto tan discutido: en aquellos tiempos aparecieron dos antologías de Enrique Lafourcade: Antología del nuevo cuento chileno, publicada por Zig-Zag en 1954, y Cuentos de la generación del 50, en Ediciones del Nuevo Extremo en 1959, en las que figuraban varios de estos poetas, también cuentistas, como Enrique Lihn con sus cuentos «El hombre y su sueño» y «Agua de arroz». Fue en esos tiempos cuando se intensificó mi amistad con Enrique y con otros compañeros de generación

       —Muchos de los poetas de la promoción siguiente a la tuya se encuentran actualmente en el exilio. Felizmente, a pesar de este ausentismo masivo, la poesía no entró en receso porque después del 73 han emergido en Chile potentes voces poéticas como las de Raúl Zurita, Antonio Gil, Gonzalo Muñoz y Diego Maquieira, que son estudiados por Edgar O’Hara en un largo ensayo de próxima aparición. ¿Podrías hablarnos un poco de estos jóvenes poetas, de lo que escriben y dónde publican?

      —El trabajo de O’Hara que mencionas es lo más completo que he leído sobre la nueva poesía chilena. Para mí ha sido muy iluminador. En una reciente publicación que hizo David Turkeltaub entendida como una panorámica de la poesía chilena actual, bajo el título Ganymedes/6, hay otra buena muestra de esta poesía. Entre ellos, dos poetas ya desaparecidos: Armando Rubio, que murió en extrañas circunstancias, y Rodrigo Lira, que se suicidó. En esta antología hay también poemas de Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Alberto Rubio, Oscar Hahn, Gonzalo Millán y míos. Pero me parece más importante en ese libro lo que viene después, a partir de Raúl Zurita y Manuel Silva. Esta antología creo que tiene mucho interés por lo que anuncia. Hay en Chile un movimiento poético muy activo. En revistas de diferentes orientaciones: La Gota Pura, La Castaña, La Bicicleta, se han dado a conocer nuevos autores: Andrés Morales, Aristóteles España, por ejemplo. Yo he hecho lo posible por seguir este movimiento a través de las revistas y publicaciones de hojas sueltas, a veces ilustradas, que solían venderse en los recitales. No es tarea fácil y por eso el trabajo de O’Hara es doblemente meritorio.

      Hay un sector intermedio entre mi generación y la de estos jóvenes, que aparece ligado a una revista que tuvo mucha importancia en los años sesenta. Me refiero a Trilce, que dirigieron Carlos Cortínez y Omar Lara. Este último ha residido en España y ha iniciado allí las ediciones LAR que publica una revista del mismo nombre. En el primer número de Lar apareció una larga recapitulación de lo que fue la experiencia Trilce, escrita por Federico Schopf, ilustrada con fotos y que abarca casi la mitad de la revista.

      Es un artículo de rescate de un momento de la literatura chilena. En 1982 apareció también la revista Trilce en su número 17 en España —había sido suspendida en el número 16 en Chile—. Estas revistas llegan a Chile en número restringido y las distribuye Enrique Valdés, poeta, narrador y músico, que es otro de mis amigos cercanos allí. En junio de 1982 la Sociedad de Escritores organizó un acto para presentar esta resurrección de Trilce y Enrique Valdés nos invitó a participar en él. Con Enrique Lihn leímos entonces una especie de texto al alimón sobre lo que significaba esta aparición de Trilce en el extranjero. Felizmente, una de las cosas que no se han deteriorado en Chile es la poesía.*

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