El concepto de justicia en la filosofía de Epicuro. Jorge Fernando Navarro

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Название El concepto de justicia en la filosofía de Epicuro
Автор произведения Jorge Fernando Navarro
Жанр Документальная литература
Серия Estudios del Mediterráneo Antiguo / PEFSCEA
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418095979



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constituyeron para Epicuro el mayor desafío. En respuesta a este problema, postuló que es el número ilimitado de átomos y su constante viaje en el vacío —este también sin límites— lo que permite la formación de los infinitos mundos. De allí que estos, tanto como los cuerpos que se generan dentro de ellos, se agreguen y disuelvan constantemente en la eternidad del tiempo y en la infinitud del espacio. Así, el mundo que conocemos no presenta ningún carácter principal o privilegio respecto a la generación de otros, los cuales pueden asumir formas diferentes.40 A consecuencia de estas especulaciones, el filósofo de Samos concluye, pues, que en la generación del cosmos no interviene ningún alma divina racional y providencial, sino una serie de razones genuinamente físicas propias de la cinética atómica desplegada en ese constante proceso de agregación y disgregación.

      En efecto, para Epicuro y los epicúreos posteriores, la constitución del mundo no obedece a ninguna causa final ni requiere de ninguna teología que legitime todo el proceso, algo que sucede tanto en el Timeo, de Platón, como en la cosmología estoica.41 Ahora bien, aun cuando no existe una disposición divina que origine la naturaleza, ella exhibe una estructura perfectamente ordenada y posee en sí todas las condiciones para el desarrollo de la vida de todas las cosas. Esto significa que son solo los átomos —numéricamente ilimitados, sin mediación divina y sin que opere una causa final— los que, en el vacío y a través de la combinación de ciertas formas propias —las cuales, como se recordará, no son ilimitadas—, producen las series de agregaciones —que, necesariamente, tienden a repetirse—. Además, el “orden” de cualquiera de los infinitos mundos llega a un término, causado siempre por la disgregación atómica. Así pues, las mismas razones físicas que llevaron a generar esos mundos son las que, en un momento dado, provocan su final.

      De los aportes epicúreos que contribuyeron a la consolidación del atomismo como una filosofía natural consistente, sin dudas, la existencia del movimiento que nunca cesa —axioma seis— es la que interesa mostrar con mayor detalle.42 Según dicha filosofía atomística, el movimiento acontece debido a que los átomos siempre están separados de facto por el vacío. Esta afirmación tiene un carácter determinante, pues es en virtud de ella que los átomos se mueven en el vacío a igual velocidad, cualquiera sea su peso, sin que nada les impida el desplazamiento. En tanto los átomos y el vacío son sus principios constitutivos, la naturaleza se halla ontológicamente completa con todo el movimiento que necesita para la vida. Desde un punto de vista epistémico, el movimiento no requiere de explicación, ya que su existencia resulta evidente. No ocurre lo mismo con las variedades de movimientos atómicos, que pueden caracterizarse bajo tres tipos: caída, choque y declinación. Es decir, los átomos se mueven hacia abajo a causa de su propio peso,43 y se ven afectados por los choques atómicos que alteran su dirección.44

      No obstante la agudeza de tales señalamientos, la contribución más trascendente del epicureísmo en este terreno —con consecuencias no solo para la filosofía de la naturaleza, sino, fundamentalmente, para la dimensión ética— consiste en la explicación de la desviación atómica —clinamen en latín, parégklisis en griego—. Según Lucrecio y Diógenes de Enoanda esta doctrina epicúrea resultó decisiva para la reforma del atomismo. Desde la perspectiva de Diógenes de Enoanda, discípulo del siglo II d.C., el Maestro del Jardín dirigió la doctrina de la declinación o viraje atómico directamente contra Demócrito, y fue el modo que encontró para sustraer todo el sistema atomista de la férrea Necesidad, ya que dicha noción impedía, por una parte, reflexionar sobre el libre movimiento de los átomos y, por otra, argumentar respecto de la autodeterminación y la libertad humanas.45

      En tal sentido, es notable el modo en que el filósofo de Samos, al proponer una desviación atómica mínima, logra resolver el problema de la composición de las cosas. Veamos la exposición de Lucrecio en su poema didáctico —el único relato auténtico que se ha transmitido sobre este aspecto crucial del epicureísmo—, en el cual el célebre poeta romano incorpora ese particular movimiento de los átomos. Comienza por exponer cómo los átomos, semejantes a las gotas de lluvia, caen hacia abajo por el movimiento recto en el vacío infinito y por efecto de su propio peso. Seguidamente, se pregunta qué pasaría si ellos no contaran con esa desviación mínima, y responde que no resultaría posible la conformación de las cosas, ya que los átomos nunca se encontrarían entre sí; de modo tal que también la naturaleza se mostraría impotente para producir todas las cosas. Desde la perspectiva física, el clinamen, que afecta a la generación espontánea de las cosas, repercute, obligadamente, en la formación de los infinitos mundos.46 Al respecto, Diógenes de Enoanda agrega que sin ese movimiento revelado por el Maestro no se podría concebir la responsabilidad moral.47

      Aun cuando la desviación atómica se halla claramente referida en las fuentes antiguas en su doble dimensión, natural y ética, existe un debate contemporáneo sobre este tema que no puede soslayarse.48 Al respecto, hay que volver a preguntarse, en primer lugar, por las razones de la ausencia de este tópico en lo que constituye el epítome de la filosofía natural epicúrea, la Epístola a Heródoto. Pierre Marie Morel apunta con agudeza en esta dirección, e indaga si Epicuro tenía, efectivamente, desde un punto de vista argumentativo, auténtica necesidad de incluir esta desviación a fin de hallar la resolución de un tema en el que convergen de modo explícito la física y la ética. Según el helenista francés, se trataría más bien de una polémica abierta con los estoicos y a la cual respondió, finalmente, en verdad, Lucrecio. Sin embargo, si bien la teoría del clinamen explica con fuerza persuasiva la necesaria ruptura de la cadena causal mecánico-física,49 nada se afirma en relación con la acción voluntaria; es decir, nunca se explicita si el clinamen se halla implícito en cada acción como condición necesaria del deseo o si surge a posteriori como condición necesaria de la voluntad. Por nuestra parte, interpretamos esta aparente imprecisión de Lucrecio bajo otra luz. Consideramos que con ella logra, sobre todo, establecer cierta autonomía para los hombres respecto de sus acciones, con lo cual salva la autodeterminación humana de la fuerte impronta determinista.

      Al conformar los principios básicos de su filosofía, Epicuro eligió como punto inicial de reflexión a la naturaleza tal como es percibida por los hombres, es decir, bajo la forma de un cierto orden; ya que, a ojos de estos, los fenómenos presentan una llamativa regularidad, concordancia y armonía. No obstante, esta descripción inmediata no debería oscurecer aquello que, aun con alguna dificultad, los hombres también han llegado a saber, que los átomos ejecutan en el vacío un movimiento ciego.

      Por consiguiente, el poder productor de la naturaleza no surge de otra cosa que no sea de los átomos en movimiento. Ellos, por su propia constitución, no deliberan ni deciden; y además, y fundamentalmente, no gobiernan por ninguna propiedad mental. Por lo tanto, sería del todo incorrecto pensar que realizan la acción productora a la que aludíamos obligados por orden de la necesidad.50

      Asimismo, más allá del carácter multívoco del término phýsis, no debe olvidarse que el filósofo del Jardín insistió siempre en subrayar la relación poiético-práctica que los hombres establecen con la naturaleza. En este marco, el proceso de conocimiento resulta explícitamente inverso a la descripción de los diferentes usos de la noción de phýsis. En efecto, para Epicuro resulta decisivo —como se expondrá en detalle— que los hombres aprendan la correcta aplicación del método inferencial. Según dicho método, lo primero que se conoce a partir de las sensaciones es el cuerpo singular; de ello, se sigue el conocimiento del cuerpo en general y, finalmente, de los principios constitutivos indivisibles e invisibles de átomos y vacío.51

      En la medida en que, desde un punto de vista ético, el hombre tiene la tarea de direccionar sus acciones hacia el “télos —fin— natural” que es el placer (hedoné), conviene recuperar el uso que Epicuro realiza del término naturaleza (phýsis) en la Epístola a Meneceo para referirse al placer (hedoné) como bien primero (prôton agathón), congénito (suggenikós) y connatural (sýmphyton) a los hombres.52 Si bien se comprende que el placer (hedoné) sea declarado el principio (arkhé) y el fin (télos) de la vida buena,53 ello no implica, de ningún modo, que la naturaleza determine normativamente las acciones que los hombres debieran llevar adelante con este propósito.54 Tampoco funciona como legisladora secretamente normativa cuya acción se prolongaría en la justicia de las instituciones.

      En consecuencia,