ARN, The Forbidden Fruit. Frank Pedreno

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Название ARN, The Forbidden Fruit
Автор произведения Frank Pedreno
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412444704



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recordaba, no sin cierta nostalgia, lo que le dijo ese día mientras se abrochaban los chalecos salvavidas y subían al pequeño bote. El pequeño se quejaba y perdía el equilibrio porque no dejaba de frotarse las frías manos. «¡Pero si tienes los mofletes y las orejas rojas!, ponte bien el gorro Jakob, anda, que tu madre se enfadará conmigo si te resfrías. ¿Dónde se ha visto, un pequeño vikingo con frío?, venga ya, sube y calla…» Luego, de vuelta en casa, le darían a su mamá el cubo lleno de truchas gordas y tornasoladas, que ella freiría en mantequilla, acompañándolas con uno de sus cremosos purés de patatas. A lo largo de los años, siempre que Jimmy pasaba por Walden Pond en alguna de sus caminatas, volvía a escuchar aquellas palabras, como si el viento frío del norte las extrajera del interior del lago y las transportase hasta el interior de sus oídos.

      Casi cada día, Sarah le repetía una y otra vez que su padre y ella se habían dejado la piel trabajando y ahorrando para que él pudiese ir a la universidad y se convirtiera en el primer médico de la familia. El sueño del viejo vikingo y de la judía atea era que su hijo se graduara en Harvard, la meca del conocimiento. Sin embargo, eran conscientes de que sería muy difícil ahorrar los más de $500.000 que se necesitarían para pagar las matrículas de los cinco años. Pero, aun así, lo intentaban día tras día. Jimmy, con orgullo e ingenuidad, les decía que no se preocupasen porque conseguiría una beca para entrar en Harvard por lo que no tendrían que ahorrar y sacrificarse más por él.

      «La mejor universidad del mundo será para nuestro lille Jakob», escuchó decir a su padre, postrado en la cama durante sus últimos días del cáncer. Sin embargo, aquel templo del saber, aun estando a pocas paradas de metro de su vieja casa de Lechmere, orbitaba en un plano diferente al que solo podían acceder los genios, pero que además tenían que ser ricos. Con la muerte de su padre, también se fue el sueño familiar de Harvard y, una vez más, la triste realidad se abrió camino en la vida de los Andersen. Como era de prever, los ahorros no alcanzaron, y Jimmy tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su madre a cubrir los gastos mensuales. A pesar de todo, decidió que no los decepcionaría. Si bien su gran esfuerzo, trabajando durante el día en un supermercado y estudiando por las noches, no le dio para conseguir una beca en Harvard, le permitió ingresar en la universidad pública de Massachusetts. Después de ocho duros años, con veintisiete recién cumplidos, cuatro más de lo que le hubiese correspondido normalmente, en 1987 obtuvo la licenciatura en Medicina. Ese mismo año y sin apenas darse descanso, se casó con Laura, una joven arquitecta de clase media acomodada que estaba loca por él desde la escuela secundaria. El pequeño Xavier llegó pocos meses más tarde y después, durante los siguientes años, consiguió la especialidad en Bioquímica y Biología Molecular, el grado de Magister, la tesis doctoral y muchos más títulos académicos.

      A la edad de treinta y ocho, después de trabajar durante más de once años como becario, estudiante investigador y postdoc, Jimmy consiguió por fin, la ansiada estabilidad laboral y económica. Tras un proceso de selección muy duro fue elegido para cubrir una plaza de Investigador Principal en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts, el MIT. La posición le daba derecho a disponer de una oficina en el edificio A-120 de Ames Street, así como de un pequeño laboratorio donde desarrollar sus proyectos, pero a cambio de esos privilegios, dos días a la semana estaba obligado a dar clases de Bioquímica y Biología Molecular a los estudiantes de Medicina de la Universidad de Boston. Nunca aspiró a nada más que no fuese vivir en Massachusetts y trabajar en el MIT, pero a pesar de haberlo conseguido, el salario nunca le permitía llegar tranquilo a fin de mes. La razón por la cual un cerebro privilegiado como el de él no era capaz de tener a raya los gastos era una incógnita. Era evidente que la economía doméstica no estaba entre sus talentos y su mujer no le perdonó jamás que sus sueños de investigador mal pagado siempre estuviesen antes que ella y el pequeño Xavier.

      Necesitó trece largos años para comprender que la felicidad conyugal no regresaría jamás y que el matrimonio estaba irremediablemente roto, por lo que el 1 de enero de 2000, cuando Xavier tenía 12 años, decidió que era un buen momento para empezar una nueva vida, pero esta vez en solitario. Laura, como era de prever, arremetió con furia contra él, acusándolo de haber perdido los mejores años de su vida a su lado. El argumento de la esposa ninguneada fue la cereza del postre matrimonial, pero Jimmy, que tenía la impresión de haber sido un padre amoroso y un marido dedicado, no quiso entrar en conflicto por lo que le dejó la propiedad de la casa que habían adquirido en Newton, la custodia de Xavier y una pensión abultada, que naturalmente más tarde lamentaría. Xavier había heredado la vocación científica de su padre y él sí que se quería licenciar en Medicina por Harvard. Así que empezó a ahorrar el poco dinero que le quedaba para hacer frente a los gastos del préstamo que con toda seguridad tendría que solicitar para pagar las matrículas de su hijo. Por fin parecía que el viejo vikingo Magnus iba a tener su primer médico licenciado por la meca del conocimiento.

      Jimmy era un tipo francamente raro por muchas razones, pero sobre todo por la infancia y adolescencia que le habían tocado vivir. A la ausencia de una figura paterna se unió el que nunca conociese a ninguno de sus abuelos, pues todos habían muerto durante la segunda guerra mundial. Las grandes ideas, las inalcanzables metas y, sobre todo, la falta de prudencia siempre fueron sus tristes compañeras y nunca tuvo un adulto que le ayudase a modular su desmesurado frenesí. Siempre había alguien que le decía que era un megalómano y él se desesperaba porque no comprendía qué le pasaba a la gente que no era capaz de entenderlo. El estrepitoso fracaso estaba siempre instalado a su alrededor y era simplemente cuestión de tiempo que lo arrastrara hasta las profundidades del Hades, como a él le gustaba referirse al infierno. Sin embargo, la ausencia de raíces familiares le había dotado de una asombrosa capacidad para aceptar y negociar la frustración, vivía tan cerca de ella que se había transformado en un simple contratiempo. Pocas personas reivindicaban con tanta insistencia el derecho al fracaso. Como científico, lo buscaba obsesivamente y, como ser humano, lo necesitaba para crecer.

      Todas estas características hicieron que, a nivel profesional, Jimmy perteneciese a ese grupo de médicos científicos a los que, a pesar de su indiscutida brillantez, les costaba obtener financiación para sus proyectos. Además, en su caso, como biólogo molecular especializado en el área de la evolución de las especies, era por así decirlo atípico o, mejor dicho, un bicho raro. No obstante, era muy respetado en los círculos académicos de las mejores universidades del planeta, lo avalaban los más de trescientos artículos que tenía publicados en las más prestigiosas revistas de investigación. Pero a pesar de todo este historial siempre había estado trabajando solo, nunca pudo contar con ningún colaborador, y la razón que explicaba esta soledad no fue otra que su enfermiza obcecación en cuestionar las líneas oficialistas de la ciencia y, sobre todo, a las empresas biofarmacéuticas, a las que acusaba abiertamente y sin ningún recato de haber expoliado la biodiversidad del planeta con el pretexto de descubrir nuevos medicamentos y comercializarlos salvajemente para obtener suculentos beneficios. Eran célebres sus conferencias, en las que decía que de los más de dos mil medicamentos que se habían obtenido a partir de la exploración de la biodiversidad de la tierra a lo largo de los últimos cien años, todos, absolutamente todos, eran propiedad de los países del hemisferio norte, es decir de los países ricos en tecnología, pero pobres en biodiversidad, y que ninguno de esos medicamentos pertenecía a países del hemisferio sur, es decir países pobres en tecnologías, pero muy ricos en biodiversidad. No es que no tuviera razón al decir lo que decía, nadie lo podía cuestionar, eran verdades absolutas y los hechos que aportaba, sin excepción, eran fácilmente contrastables e irrefutables, el problema era la maldita forma en que lo decía. Esa forma de taladrar con verdades absolutas los cerebros de los que él llamaba oscuros mediocres, esa forma que tenía de casi perdonar la vida del que le estaba escuchando era lo que le hacía provocador, pero a la vez, irritante, cáustico y pesado, especialmente pesado. En algunos círculos del ambiente científico se referían a él como el insufrible vikingo loco, aunque para otros, era un loco carismático y apasionado. No era nada extraño que esta forma de pensar y de exponer tan vehemente chocara de lleno con los intereses de las empresas biofarmacéuticas de todo el mundo y muy especialmente con las del polo tecnológico de Cambridge y Boston, por lo que era fácil de entender que Jimmy nunca contara con la financiación de ninguna biofarmacéutica, no estaban por la labor de repartir los futuros royalties de la comercialización