Название | Camino al Armagedón |
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Автор произведения | Marvin Moore |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877019629 |
40 Ibíd., p. 15.
41 Íbíd.
42 Ibíd., p. 16.
43 Ibíd., p. 17.
44 Íbíd.
45 Ibíd., p. 18.
46 Íbíd; énfasis añadido.
47 Íbíd.
48 Ibíd., p. 15.
49 Ibíd., pp. 19, 21.
50 Ibíd., p. 19.
51 Ibíd., p. 20.
52 Ibíd., p. 16.
53 Ibíd., p. 16.
Capítulo 5
La creación del mundo
Cien trillones de ángeles, o cuantos haya en realidad, no fueron suficientes para Dios. Quería más, muchos más seres inteligentes a quienes pudiera amar. Entonces creó a los seres humanos. Pero antes de poder hacer eso, tuvo que crear un planeta en el cual pudieran vivir. ¡Y logró la hazaña en seis días literales! No tengo que contarte la historia (supongo que la has escuchado muchas veces).54
Mi propósito en este capítulo es reflexionar sobre el significado de la Creación.
Es fácil para nosotros, que estamos en círculos cristianos conservadores, decir que “Dios es el Creador” sin detenernos a reflexionar sobre todo lo que implica esta afirmación. Así que, reflexionemos.
Cuando las personas en los tiempos de la Biblia se referían a “los cielos”, no tenían idea de la inmensidad del universo. Lo pensaron en términos de lo que podían ver: el sol durante el día, y la luna y miles de estrellas en el cielo nocturno. Algunos estudiantes de la Biblia sugirieron que las personas pensaban que el cielo consistía en una cúpula hecha de una sustancia sólida, como el bronce, y que el sol, la luna y las estrellas consistían en agujeros en la cúpula que permitían que la luz del salón del Trono de Dios brillara. Los antepasados en realidad no pensaron en el cielo en esos términos,55 pero la idea sugiere la visión limitada del universo que tenían. ¿Cómo podría ser de otra manera? Podemos entender la naturaleza solo por la forma en que la percibimos con nuestros cinco sentidos, incluidos los instrumentos científicos que se hayan creado para extender el alcance de nuestros sentidos. Pero nuestros antepasados no tenían tales instrumentos. Estaban limitados a lo que podían ver con sus ojos y escuchar con sus oídos.
Avance rápido de dos o tres milenios. Los telescopios se inventaron en 1608. Cuando Galileo se enteró un año después, desarrolló uno propio, lo usó y descubrió que algunas de esas estrellas que brillaban en realidad eran planetas, mundos enormes como el que él habitaba. De repente, el concepto humano del universo cambió drásticamente. Sin embargo, eso fue solo el comienzo. A medida que los telescopios se hicieron más y más poderosos, los astrónomos y otros científicos se dieron cuenta de que la mayoría de esas pequeñas manchas en el cielo nocturno eran en realidad estrellas como nuestro sol. También se dieron cuenta de que el planeta Tierra estaba ubicado dentro de un grupo de estrellas que llamaron galaxia. Descubrieron que nuestro mundo está cerca del borde de esa galaxia y que lo que los seres humanos habían llamado la Vía Láctea era lo que vemos cuando miramos a través de esa galaxia, al otro lado. Allí se encontraba nuestra comprensión humana del universo a principios del siglo XX.
Pero luego vinieron naves espaciales, que pusieron un telescopio llamado Hubble en órbita alrededor de nuestro planeta, y de repente la visión del universo de los astrónomos explotó. ¡Ahora sabemos que hay miles de millones de galaxias en el universo y que la galaxia más lejana a la nuestra está a 13.400 millones de años luz de nosotros! Cuando hacemos una pausa para recordar que la luz viaja a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, la distancia desde la Tierra hasta los confines del universo está más allá de la capacidad de nuestra imaginación para comprender.
Pero ese no es el final de la historia. Otros científicos descubrieron que toda la materia está compuesta de átomos diminutos, que son tan pequeños que solo los microscopios más poderosos pueden “verlos”. Y los átomos consisten en neutrones y protones que giran dentro de ellos. La materia inorgánica está compuesta de innumerables átomos; y la materia orgánica se compone de células, que están formadas por millones de átomos que trabajan juntos como fábricas en miniatura.
Los planetas y las estrellas están formados por estos pequeños átomos; y los seres vivos, desde la ameba más pequeña hasta el elefante más grande, están formados por células que trabajan juntas para mantener con vida y funcionando al organismo.
Ahora deténgase a pensar acerca de lo que esto implica: Dios creó esos pequeños átomos y los agrupó para crear planetas, soles y galaxias. Lanzó esas galaxias al espacio exterior, lo que llamamos universo. Dios también creó células y las juntó para hacer amebas, elefantes y seres humanos que están vivos.
¡No puedo concentrarme en estas ideas! La sabiduría y el poder de nuestro Dios Creador son asombrosos. Pero podemos entender lo suficiente como para que podamos arrodillarnos y, junto a las cuatro criaturas vivientes alrededor del Trono de Dios, decir: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apoc. 4:8). Con los veinticuatro ancianos, podemos, en nuestra imaginación, inclinarnos ante Dios y cantar: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (vers. 11).
¡Luego Dios creó a los seres humanos!
El acto supremo de la creación de Dios fue el de los primeros dos seres humanos: Adán y Eva. Ellos fueron la razón por la cual Dios creó todo lo demás durante esos seis días. Preparó un mundo que sustentaría la vida humana, la vida animal y la vida vegetal. El Dios que hizo las estrellas gigantes, los átomos diminutos y las células vivientes también creó una ecología que estaba en perfecto equilibrio para que pudiera sostener la vida.
Dios creó a los seres humanos porque quería más seres inteligentes a quienes pudiera amar. Él nos creó como seres con cerebros físicos que son conscientes y pueden experimentar emociones, y con intelectos que pueden tomar información, procesarla y sacar conclusiones racionales. El gran propósito de nuestra conciencia, intelecto y emociones es que podemos amar a Dios, y a cambio experimentar su amor.
¡Hay más! Dios creó a estos primeros seres humanos con la habilidad de reproducirse a sí mismos. Así que, cada vez que un bebé naciera, Dios tendría un ser inteligente más a quien poder amar y que podría amarlo a él. Este niño crecería, se casaría y tendría hijos propios, y Dios tendría muchos más seres humanos inteligentes a quienes podría amar, y que podrían amarlo.
Ahora hagamos una pausa de nuevo para considerar la implicancia de todo esto.