Название | Tú y yo |
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Автор произведения | Milagros García Arranz |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416164752 |
Te confieso algo: nunca me creí mejor, ni por supuesto más guapa que nadie, y a muchas compañeras las veía tan guapas, tan monas; me revolvía en el fondo de mi ser con mis propias inseguridades, especialmente las físicas.
Marcos era cada día más mono y ahora tenía a su mano un montón de chicas disponibles y bastante ligeritas como para darle todo lo que un adolescente en ese momento podía desear. Por otro lado, cada vez pasábamos menos tiempo juntos, ya que yo tenía mucho que estudiar y tampoco tenía permiso para salir sola y tengo que decirlo: era muy dura, no era nada ligerita, salvo ese maravilloso beso y alguna vez que le di mi mano.
Un día me vino a buscar y me dijo que lo teníamos que dejar, que creía que yo no estaba interesada en él, porque no pasábamos nada de tiempo juntos. Yo en lugar de decirle que lo quería y que todo cambiaría, me limité a decirle, por mal orgullo, que era lo mejor que podíamos hacer. Me quedé fatal, mi corazón se hizo pedazos. Muchos sábados siguientes, cuando empecé a poder salir, procuraba ir a la discoteca donde me decían que iba, para verle e intentar que me sacara a bailar. Amigos en común me contaban que no paraba de estar con unas y con otras, algunas mayores que él, y que no iba muy bien en los estudios. Por lo demás, había triunfado en el instituto con el género femenino y masculino. Tardé mucho tiempo en olvidarlo.
2
MI PRIMER VIAJE FUERA DE ESPAÑA Y LO QUE SUPUSO
Empezando tercero de BUP a mis dieciséis años, una de mis amigas, Juana, tenía un hermano dos años mayor que yo, al que conocí en el grupo de oración al que asistía. Todos los miembros de este grupo habían comenzado ese año la universidad y casi todos tenían pareja. No sé cómo ni por qué, pero de repente un día empecé a salir con Carlos, como si me hubiera visto obligada socialmente a hacerlo.
Carlos tenía las manos muy duras y agrietadas, parecía que había trabajado toda su vida en el campo. Era más alto que yo y muy delgadito, y tengo que decir que era un trozo de pan y que tuvo una paciencia infinita conmigo. No me gustaba que me diera la mano, porque me resultaba muy tosca y desagradable, así que ponía cualquier excusa o hacía cualquier movimiento para no herirle y que se diera cuenta de que lo que realmente no quería era dársela.
Llevábamos saliendo más de seis meses y aún no le había dado ni un beso. Un día me armé de valor y decidí que ese era el día. Tenía claro que hoy le daría un beso y que, por fin, sabría si me gustaba o no. Fuimos a dejar algo a su casa y no se le ocurrió otra cosa que comerse un plátano y no lavarse la boca. Me pasé todo el camino desde su casa hasta la mía recordando el dichoso plátano y que le iba a dar un beso entre unos camiones que se solían poner en una de las calles próximas a donde vivía. Cuando llegó el momento, le dije que nos íbamos a dar un beso. Le llevé detrás de un gran tráiler y le besé sin lengua en los labios, pero tuve que retirarlos enseguida. Apenas tres segundos duré. Sabían a plátano, ¡qué asco me dio!
Casi a finales de curso nos propusieron en el colegio hacer un viaje a Estados Unidos. Me encantó la idea de hacer mi primer viaje fuera de España y hacerlo sola, sin el resto de mi familia. Me empecé a sentir mayor, más adulta. Ya tenía diecisiete años y al año siguiente sería mayor de edad. Esto me daría la oportunidad de dejar a Carlos, así que no dudé en proponérselo a mis padres para que me dejaran ir durante todo el mes de julio, a lo que afortunadamente accedieron. Así que, además de seguir mejorando mi inglés, me lancé a esta nueva experiencia, y vaya si lo fue.
También le ofrecieron a mi hermano Juan realizar el mismo viaje, pero él les dijo a mis padres que no se le había perdido nada en Estados Unidos. Fue todo un acontecimiento entre mis tías. Una de ellas, Luisa, mi favorita, tan pronto lo supo, me pidió que escribiera un diario de toda mi experiencia, porque era muy importante lo que iba a hacer. Iba a ser la primera de toda la familia en salir fuera de España.
Cuando hice la inscripción tuve que describir qué tipo de familia quería y escribí una larga carta con todos mis requisitos. A grandes rasgos, recuerdo que pedí tener una familia numerosa con chicas de mi edad, que fueran creyentes y que les gustara el deporte. En el momento de facturar las maletas al grupo que íbamos nos indicaron que a una compañera y a mí nos tocaba ir en primera clase. Inicialmente pensé que era una suerte, pero me decepcionó la comida, solo me dieron una ensalada y a los demás compañeros les pusieron una bandeja con mucha comida. Además, prohibieron que el resto de amigos pudieran venir a vernos, ya que algunos de los pasajeros de primera clase se quejaron de que hablábamos muy alto. Todo el viaje lo pasé con mi compañera imaginando cómo sería Estados Unidos y sobre todo cómo sería la familia que nos recibiría.
Cuando llegamos al aeropuerto, mi familia me estaba esperando con una enorme pancarta que ponía «Wellcome, Mary». Se me había olvidado deciros que me llamo María Alonso. Allí estaba mi familia: cuatro chicas, un chico, el papá y la mamá. Me acerqué y no pararon de abrazarme —allí no dan besos, se abrazan—, primera diferencia que aprecié con respecto a nuestras costumbres españolas.
Y hablando de abrazos, recuerdo que estaba con un grupo de amigos de una de mis hermanas americana, Betty, la que más amigos tenía. Estábamos sentados en el suelo hablando, cuando de repente uno de ellos me empieza a tocar los hombros y la espalda. Me giré sorprendida casi a darle una torta por sobarme sin permiso, cuando me dijeron: «Tranquila, te ha visto tensa y por eso intenta relajarte». ¡Vaya sorpresa! Me está tocando sin permiso y encima le tengo que dar las gracias.
Se presentaron: Jessica, Betty, John y Patty, y los papás, Jenny y Fred. Tenían un coche enorme. Nunca había visto uno tan grande. Recuerdo que era de la marca Ford. Nos montamos todos y nos fuimos a casa. Durante el trayecto tuvimos que pararnos en un semáforo. Entonces, los seis miembros de la familia se bajaron del coche y se pusieron como locos a correr alrededor del mismo, haciendo gestos muy divertidos hasta que el semáforo volvió a ponerse en verde y todos en orden se metieron en el coche rápidamente.
Al llegar a casa, nos estaba esperando una estupenda cena. Me pusieron un pollo entero para comer. «¡Madre mía, qué cantidad de comida!», pensé. «Claro, ahora entiendo. Por eso salen por la televisión tantos americanos gordos. Si comen tanto, normal». Más tarde pude comprobar que apenas cocinan y que esa comida era de bienvenida. La base de su alimentación era el picoteo y la comida basura: patatas fritas, nachos con queso, pizzas...
En Estados Unidos, concretamente en el estado de Minnesota, me di cuenta de que me ocurría algo raro. Quería pasar más tiempo con una de las chicas, con Patty. Cuando me miraba, literalmente no podía mantener su mirada. Me sentía ruborizada y me recorría un escalofrío que no había conocido hasta entonces. Bueno, digamos que se podía parecer a lo que sentí el día que Marcos y yo nos dimos aquel beso.
Un día, concretamente un domingo, incluso pude ir a una excursión con Betty y sus amigos, pero me negué por esperar a que Patty saliera de trabajar como au pair, cuidando de un bebé. Me arrepentí, porque además de pasar todo el día sola, cuando llegó por la tarde, se tumbó en la cama y se quedó dormida. Vamos, que no me hizo ni caso. Imaginé que Betty seguramente estaría pasando un día muy divertido con todos sus amigos, y yo sola, sin saber qué hacer. Me reí de golpe al recordar una de las canciones de mi grupo favorito, Mecano, y empecé a tararearla: «Perdida en mi habitación sin saber qué hacer, se me pasa el tiempo. Perdida en mi habitación entre un montón de discos revueltos, enciendo el televisor, me pongo a fumar, bebo una cerveza para merendar».
Horas después, se me acerca Patty, se pone detrás de mí y me pregunta:
—What are you doing? (¿Qué haces?)
—Grabando una cinta de música para recordar este viaje cuando vuelva a España. Me hubiera gustado decirle «recordarte a ti», pero no me atreví.
Sentirla