Tú y yo. Milagros García Arranz

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Название Tú y yo
Автор произведения Milagros García Arranz
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164752



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me contrataron en un pub-restaurante situado en un barco a orillas del Támesis en Victoria Embankment, llamado Tattershall Castle. Hice nuevos amigos y me lo pasaba muy bien. El ambiente de trabajo era muy bueno, especialmente, cuando trabaja con Lisa y Jhonny. Lisa era una chica negra absolutamente preciosa. Tenía una piel fina aterciopelada de una belleza y sensualidad inigualables, unos ojos color canela, una preciosa melena rizada y unas largas y musculosas piernas. Se parecía mucho a Halle Berry. Estoy segura de que sea cual sea tu condición sexual estarías encantada de estar a su lado. Nos reíamos muchísimo de todo, en especial de muchos clientes, de lo que nos decían, de los flirteos que practicaban con nosotras… Si no estaba atendiendo y me encontraba en la barra, a menudo me quedaba con la boca abierta mirándola cómo se movía y contorneaba de forma natural, para dirigirse a los clientes que entraban en el bar.

      Un día me pidió saliéramos por la noche y me quedara a dormir en su casa. Yo accedí. Salimos por la zona de Marble Arch y Notting Hill, una de las zonas más divertidas y a la que va gente joven. Hay muchos pubs. Cenamos en uno y luego fuimos a varios bares para tomar unas copas, más bien unas cervezas, porque el alcohol en Londres es muy caro y te ponen unas copas muy poco cargadas y de mala calidad.

      A la una y treinta horas de la noche cerraron todo, así que decidimos ir a su casa. Vivía en Chepstow Road, por lo que fuimos andando. Llegamos a su casa, la cual compartía con un antiguo novio, Rock, con el que se llevaba a las mil maravillas. Estábamos rotas, así que nos fuimos a dormir. Su cuarto tenía una gran cama, un tocador y un armario. Se me hizo un nudo en la garganta cuando me di cuenta de que compartiríamos la cama. Estaría a su lado, compartiendo ese íntimo espacio con semejante monumento. Me imaginé siendo la envidia de cualquiera.

      Me lanzó una camiseta larga para que me la pusiera a modo de pijama y ella comenzó a desnudarse sin ningún tipo de inhibición. Me coloqué de espaldas y me cambié todo lo rápido que pude; de hecho, cuando deposité mi ropa sobre una de las sillas, ella todavía se estaba quitando los pantalones.

      —¿Qué estás esperando? —me dijo—. Métete en la cama.

      La obedecí sin rechistar y me hice un ovillo, pues la cama estaba muy fría. Cuando ella acabó, hizo lo mismo y para mi sorpresa se puso detrás de mí y me rodeó con sus piernas y sus brazos. Sentí que se me paraba la respiración y que me iba a dar un ataque al corazón, que me mataría en ese mismo instante. De tener escalofríos pasé a tener unos sofocos como si estuviera en una sauna.

      —Estoy helada, María. ¿Te importa abrazarme tú y pasarme tus manos por la espalda?

      La verdad era que lo que me hubiera pedido en ese momento lo hubiera hecho. Nos giramos y ahora era yo la que suavemente pasaba por su espalda mi mano derecha, dibujando círculos y ochos. Ella agarró mi brazo izquierdo y me lo pasó por su cintura sujetando mi mano. Pegó completamente su cuerpo al mío, pareciendo una prolongación la una de la otra. Yo me sentía en el cielo y no quería que aquello acabara. La piel de Lisa era justo como me la había imaginado, con un tacto sedoso exquisito y su olor, a pesar de la noche que habíamos pasado, era una mezcla de vainilla y canela con algunas notas de madera de roble, que me llevaba a sentir una atracción física como hasta ahora no había experimentado.

      De repente, Rock entró en la habitación. Le maldije por estropear el momento mágico que estaba viviendo. Se puso a hablar de temas sobre su casero. Se quejó del frío. Llevaba una camiseta de manga corta y un pantalón corto. «Normal que tenga frío», pensé, y se terminó metiendo en la cama de Lisa. Ahora la situación había cambiado y me empecé a sentir muy incómoda. Me encontraba entre Lisa y Rock. Ella se quejó, pero tampoco lo echó de forma tajante y yo no sabía qué hacer, así que fingí que estaba dormida. Al rato Rock empezó a tocarme explorando mi pecho. Después iba a meter su mano en mis bragas, cuando di tal salto en la cama que casi salí disparada. Sin decir nada, me vestí lo antes que pude.

      —What’s going on? (¿Qué pasa?) —gritó Lisa.

      Yo ni contesté. Allí los dejé enfadados, chillándose el uno al otro. Me di cuenta de que eran poco más de las tres de la mañana y que hasta las cinco no abriría el metro. Caminé sin rumbo hasta que pude apreciar por el movimiento de gente que el metro ya se había abierto. Me monté y me fui muy triste a casa de Ian. Cuando volvimos a coincidir en el turno, le conté a Lisa lo que había pasado. Se disculpó por el comportamiento de Rock. Yo no quise seguir hablando sobre el incidente, así que cambiamos pronto de tema.

      Recuerdo que durante esa estancia en Londres visité la calle Oxford Street, como tantas otras veces había hecho en mis anteriores viajes, pero en esa ocasión quise ir a comprarme un traje de caballero adaptado para mí. Quise recrear lo que Kim Basinger y Mickey Rourke hicieron en una secuencia de la película Nueve semanas y media —una película estadounidense de 1986, dirigida por Adrian Lyne, escrita por Sarah Kernochan y Zalman King, que a mí me gustó mucho y, cómo no, me encantó su protagonista Kim Basinger, a la que hoy sigo considerando la mujer más sexy—.

      El traje decidí que me lo pondría cuando volviera a Burgos, para así dar oportunidad a que alguna chica pudiera acercarse a mí. Recuerdo que la primera vez que me lo puse y me presenté en una de las zonas de moda de marcha «pija», repleta de gente, un chico me dijo:

      —Mira, vestida como un hombre, una marimacho.

      Y cuando me vio un buen amigo mío mayor que yo, me agarró de la mano y me dijo:

      —Ven, te invito a una copa por los huevos que has tenido de presentarte aquí vestida de esta manera.

      También me había hecho doble agujero en las orejas. Decían que podía ser un símbolo de ser gay. Pero volviendo a lo que iba a contar, yo seguía siendo virgen y me atormentaba no saber mi condición sexual, así que decidí probar y mantener relaciones sexuales con un chico: Ian. Él me quería y tenía mucha experiencia, lo que significaba que no tendría por qué salir mal.

      Un día cuando regresamos del trabajo, comimos algo y nos pusimos a ver la televisión. Ian me preguntó cómo estaban mis padres y qué tal me había ido el día. Me empezó a dar consejos y recomendaciones, a lo que le recordé que no era ni mi padre, ni mi madre y que de él esperaba otro tipo de comportamiento.

      Sin mediar palabra, me cogió en brazos y me llevó hasta su cama. Comenzó a besarme y yo le respondí activamente. Estaba muerta de miedo por lo que iba a pasar, pero también deseaba empezar a resolver mis dudas con ese premeditado encuentro sexual. Si hasta entonces no había hecho el amor era porque me hubiera gustado llegar virgen al matrimonio. Era uno de mis valores y estaba a punto de perderlo por mi necesidad de saber y descubrir más sobre mí.

      Ian no paraba de besarme. Primero en los labios, luego por el cuello, llegando hasta el principio de mi canalillo. Acto seguido introdujo su mano derecha por mi camisa y hábilmente supo desabrocharme el sujetador. Mientras yo le daba suaves besos por la piel, él comenzó a soltar los botones de mi camisa.

      —You are so beautiful! (¡Eres tan hermosa!) —exclamó.

      —Gracias —le contesté tímidamente.

      Ian se apresuró a seguir desnudándome. Soltó mi cinturón y luego se dirigió al botón de mi pantalón, esperando mi confirmación. Continué guiando su mano y le ayudé a desprenderme de la ropa, quedándome solo con mis braguitas.

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      Me separé de él, le miré con dulzura y le ayudé a quitarse la ropa. Apenas veíamos nuestras siluetas por la poca luz de una farola que entraba a través de la ventana. Cuando Ian ya estaba totalmente desnudo sobre la cama, vino hacia mí y continuó acariciándome la espalda, los brazos… mientras me besaba como no lo había hecho hasta el momento. Me invitó a que me quitara las braguitas y suavemente tocó el interior de mis muslos y llegó a mis labios, que masajeó con mucha delicadeza, haciendo que empezara a sentirme húmeda. Se puso sobre mí y pude notar su miembro erecto, lo que me excitó aún más. Le ayudé a ponerse un condón (en una ocasión, Lola nos había explicado a la pandilla cómo lo hacía). Al instante, introdujo un dedo en mi interior, como comprobando si estaba lista. Entonces se