Название | El no alineamiento activo y América Latina |
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Автор произведения | Jorge Heine |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563249170 |
Y, una década después, la pandemia de covid-19 vendría a ser otra prueba de fuego, tanto para las potencias occidentales tradicionales como para las emergentes. ¿Cuán resilientes serían para enfrentar este otro enorme desafío encarnado en un virus microscópico, pero no por ello menos letal? La presunción natural de muchos era que los países avanzados se desempeñarían mucho mejor que el resto. Ello se veía avalado por estudios y datos duros. Hay rankingsen la materia, basados en el así llamado Índice de Seguridad Sanitaria. Este índice incluye indicadores como Prevención, Detección y Respuesta, Respuesta Rápida, Sistema de Salud, Cumplimiento de Normas Globales y Entorno de Riesgo. En este ranking, los Estados Unidos y el Reino Unido ocupaban el primer y segundo lugar, respectivamente (Heine 2020b).
Poco más de un año después del inicio de la pandemia, la evidencia es abrumadora. Los Estados Unidos, con 560.000 muertes, y el Reino Unido, con 126.000 (el mayor de Europa), están considerados entre los países que peor han manejado la pandemia. El hecho que entre los países más afectados estén dos de los más ricos y, en teoría, los mejor equipados para hacer frente a una pandemia refleja algo muy equivocado en la gobernanza de estas potencias anglosajonas. Los mejores recursos científicos y médicos, son, al final, solo tan buenos como los responsables de las decisiones nacionales los hacen ser. La falta de una acción temprana de los Estados Unidos puede ser “el mayor fracaso de la inteligencia en la historia de los Estados Unidos” (Zenko 2020) de la mano con fallas lamentables al más alto nivel de la conducción gubernamental. La estrategia seguida por el gobierno del Reino Unido fue igualmente errática, llevando al resultado de marras. ¿Dónde está la alegada ventaja en materia de experiencia diplomática, de sistemas de inteligencia, de gestión de políticas públicas, así como de capacidad estatal, supuestamente ausentes en las potencias emergentes, pero abundantes en las potencias occidentales tradicionales?
A su vez, China, donde se originó el covid-19, y pese a su mal manejo inicial, lo logró controlar rápidamente, y exhibe cifras de muertes inferiores a los 5.000. Algo similar puede decirse de varios otros países del Este y el Sudeste Asiático, que con medidas preventivas aplicadas a tiempo y alta disciplina social lograron lo que las potencias occidentales no pudieron: mantener a raya al virus.
Los rápidos avances en vacunación de su población, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido en los primeros meses de 2021 compensaron en alguna medida su desastroso manejo de la pandemia. Sin embargo, ambos países están entre los grandes perdedores del annus horribilis que fue 2020. Este balance negativo se vio acentuado por la desigual dinámica que adquirió la distribución de vacunas contra el virus en el mundo. Las potencias occidentales, exhibiendo un “nacionalismo vacunatorio” exacerbado, se negaron a compartirlas con los países en vías de desarrollo, hasta haber vacunado a toda su población, lo que contrasta con la política seguida por países como China, Rusia e India (Heine 2021). Ello subrayó el creciente comportamiento autorreferente de Estados Unidos, ajeno a toda pretensión de liderazgo y de asumir los costos de conducción propios de las potencias hegemónicas en el orden internacional, prueba al canto de la crisis del orden internacional liberal y la transición a uno muy diferente, algunos dirían post-occidental.
América Latina, de la crisis a campo de batalla de las grandes potencias
En este cuadro, la región latinoamericana aparece en un panorama particularmente desesperanzador. Con un 8% de la población del mundo, América Latina ha tenido un 30% de las muertes por la pandemia, con algunos países, como Brasil y México, en situación especialmente crítica. El producto de la región cayó en un 7.7% en 2020, y se enfrenta la posibilidad real de otra “década perdida”, como fue la de los ochenta, ahora entre 2015 y 2025. En 2020 la región retrocedió a niveles de ingreso per cápita de 2010 y a los niveles de pobreza de 2006. En 2020, la pobreza extrema llegó a un 12.5% de la población (Cepal 2021).
Una vez más, las insuficiencias del Estado latinoamericano han quedado al descubierto. Décadas de políticas neoliberales de ajustar presupuestos y reducir el gasto fiscal han resultado en aparatos públicos de minimis, incapaces de responder a los desafíos de una era globalizada. En 2019, justo antes del inicio de la emergencia sanitaria, Ecuador, uno de los países más afectados por la pandemia, despidió a trescientos trabajadores de la salud, acatando exigencias del Fondo Monetario Internacional (FMI). A las debilidades inherentes de los Estados latinoamericanos, cabe añadir el papel de Washington. También en el curso de 2019, la administración Trump presionó a los gobiernos de Bolivia, Ecuador y El Salvador para que expulsasen a los equipos de médicos cubanos que llevaban años desempeñando funciones en esos países, sobre todo en áreas rurales en que proveían los únicos servicios médicos disponibles para la población. La expulsión de estos equipos médicos se materializó a fines de 2019, justo antes del inicio de la pandemia. Ello dejó a estos países sin una masa crítica de profesionales de la salud, que habrían podido jugar un papel clave en contener la expansión del virus. Junto a ello, y por razones relacionadas, Washington recortó el presupuesto de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) (Kirkpatrick y León, 2020). Esto no ayudó en la labor de la principal organización de la salud del hemisferio occidental en combatir la pandemia.
Los resultados están a la vista. Ecuador, con 17.000 muertes, y Bolivia, con 12.000 (al escribir estas líneas), países con frágiles sistemas de salud de por sí, fueron diezmados por el covid-19. Aún en junio de 2020, con la pandemia en pleno apogeo, USAID, la agencia del Departamento de Estado encargada de la cooperación internacional, se negó a restaurar el financiamiento original de la OPS, durante la peor crisis de salud de las Américas en un siglo.
En la misma línea, llamados del secretario general de la ONU a suspender, durante la pandemia, las sanciones internacionales aplicadas por los Estados Unidos a numerosos países, incluyendo a Cuba y Venezuela en las Américas, no encontraron eco. En contra de lo que algunos pensaron, ello no cambió con el gobierno de Biden. Para este, la competencia por la primacía con China es el foco principal de la política exterior de los Estados Unidos, y América Latina es uno de sus campos de batalla primordiales, algo no sin ribetes de la Guerra Fría.
Esto pone a la región en una encrucijada. La relación con Estados Unidos es de larga data y se expresa en muchas dimensiones. El romper con Washington no está en las cartas. Por otra parte, las relaciones con China, si bien mucho más recientes, son claves para las economías de muchos países latinoamericanos. Para Sudamérica en su conjunto, China es el socio comercial número 1, como lo es para Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay individualmente. China es el mayor inversionista en minería en Perú y el mayor comprador de cobre, hierro, petróleo y soya de Sudamérica. ¿Qué hacer?
Este dilema se ha expresado con especial nitidez en 2021, una vez desarrolladas las vacunas contra el Covid-19.
Vacunas, poder y diplomacia en las Américas
En 2020 el desafío fundamental de los gobiernos en la región fue contener y mitigar los efectos del virus, por medio de cuarentenas y otras medidas de distanciamiento social (Milet y Bonilla 2021). Sin embargo, a comienzos de 2021, con las vacunas anti-covid-19 ya en el mercado, el tema pasó a ser el cómo administrar vacunas a la mayor cantidad de personas posibles, y llegar así a la tan ansiada inmunidad de rebaño (Brun y Legler 2021).
Sin embargo, América Latina se encontró al final de la fila para acceder a las ansiadas vacunas. Si bien las mismas fueron desarrolladas en parte importante en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países de Europa Occidental, el acceso a ellas por parte de los países en desarrollo ha sido reducido. Ello ha creado