Название | El no alineamiento activo y América Latina |
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Автор произведения | Jorge Heine |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563249170 |
Es por ello que las presiones de Estados Unidos por lograr que los países no comercien ni reciban inversiones de China son contraproducentes. Ni siquiera aliados tan estrechos como Alemania y el Reino Unido han aceptado sin más la exigencia de Washington de no utilizar la tecnología de Huawei en sus redes de telecomunicaciones, llevando a fuertes diferencias entre Washington, por una parte, y Berlín y Londres por otra.
Y ha sido ese debate sobre lo que deben hacer los países europeos con Huawei, como en relación a Nord Stream 2, el proyecto de un gasoducto de la empresa rusa Gazprom a través del Báltico, (que ha generado fuerte oposición en Estados Unidos), que ha puesto sobre el tapete el tema de la autonomía estratégica europea, que ha dado lugar a extensas controversias (Fishmann 2021).
La Unión Europea y la noción de autonomía estratégica
La propuesta de una autonomía estratégica europea resurgió en el cuatrienio de Trump, por razones obvias, pero tiene sus orígenes en el gobierno de Barack Obama. Ella arranca en parte del anuncio de los Estados Unidos de un “pivote al Asia”. Obama se autodefinía como “el primer presidente del Pacífico” de su país. Dándose cuenta del papel cada vez más central del Asia-Pacífico, objetaba a la fijación de Washington con el Medio Oriente, y vio la urgencia de un giro hacia la zona más dinámica y de mayor crecimiento. En ese cuadro, la UE, percibiendo su falta de centralidad tanto para la política exterior estadounidense, como en el escenario global, se da cuenta de la necesidad de un espacio propio desde el cual proyectarse al mundo.
Como ha señalado Josep Borrell, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y de Política de Seguridad, la expresión se acuña originalmente en el ámbito de la política de defensa, y en particular de la industria de la defensa, pero se ha ido extendiendo a otros ámbitos, incluyendo la economía, la energía y la política en materia de datos, entre otros (Borrell 2020). Se basa en parte en proyecciones a futuro, que revelan que en veinte años la UE representará solo un 11% de la economía mundial, versus un 22% de China y un 14% de los Estados Unidos. En palabras de Borrell, “si no actuamos juntos ahora, nos volveremos irrelevantes… La autonomía estratégica es, desde esta perspectiva, un proceso de supervivencia política”. A ello Borrell añade la creciente interdependencia económica en el mundo de hoy, así como el desplazamiento del mundo hacia Asia, como factores que impulsan esta propuesta de autonomía estratégica.
La noción de autonomía estratégica no suscita unanimidad, y países como Francia y España la esgrimen con mayor vigor que Alemania. Ello no significa cuestionar la alianza transatlántica que ha anclado la política de defensa de la UEdesde sus inicios. Lo que hace es subrayar lo obvio. Desde la desaparición de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia, la OTAN se ha mantenido vigente más como una “solución en búsqueda de un problema”, que como una respuesta a un desafío real. Y los esfuerzos de Washington por convencer a Europa que la Rusia de hoy equivale a la Unión Soviética de ayer, para efectos de promover sus propios intereses estratégicos y comerciales, ponen a la UE en situaciones cada vez más insostenibles. Lo mismo vale para lo que significa China, ya mencionado más arriba, en relación al tratado de inversiones con la UE.
Un ejemplo de ello lo constituye el caso de Nord Stream 2, un gasoducto de la empresa rusa Gazprom, destinado a transportar gas natural desde Rusia hasta Alemania a través del Mar Báltico. El mismo iría en forma paralela a Nord Stream 1, con el mismo recorrido. Estados Unidos se opone al proyecto porque aumentaría la dependencia de Alemania de fuentes de energía rusa, algo que a Washington no le parece. Por otra parte, Washington objeta el hecho que con esto las exportaciones rusas de gas natural a la UE pasarían a depender menos de los gasoductos rusos que atraviesan Ucrania, que constituyen una importante fuente de ingresos de ese país y que le dan a Ucrania capacidad de presión sobre Rusia. En 2021, el proyecto ya está completado en un 90%, pero la presión de los Estados Unidos no disminuye, y continúa aplicando sanciones a las empresas involucradas (Sauquillo y Sevillano 2021).
La noción que, de alguna manera, Estados Unidos sabría mejor que Alemania el cómo este país debe suplir sus propiasnecesidades de energía es contraintuitiva, por decir lo menos. Que a Alemania le deba preocupar más el costo de oportunidad para Ucrania que podría implicar Nord Stream 2, por encima de su propia seguridad energética, también. Y el que muchos sostengan que el verdadero objetivo de Washington al oponerse en forma tan desembozada a este proyecto es asegurar mercado para sus propias exportaciones de gas embotellado, en formato LNG (mucho más caro que el gas ruso vía gasoducto), no ayuda a fortalecer el caso en contra del nuevo gasoducto.
Poca duda cabe que, con la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, el énfasis en una política de autonomía estratégica de la UE ha disminuido. Ya no se dan en Washington las minimizaciones del papel de la OTAN, ni las referencias a la urgencia de mayores aportes presupuestarios de los países europeos, algo recurrente con Trump. Con todo, los problemas de fondo, de la reducción de la importancia estratégica y comercial de Europa; del cada vez mayor papel de China en el escenario internacional; y el de una Europa bajo fuertes presiones por parte de los Estados Unidos para alinearse en contra de China y en contra de Rusia, no han cambiado.
La cuestión, entonces, ya no se reduce al plano de la defensa, sino que también al económico y al tecnológico. En una de las tecnologías de punta en la era digital, la Inteligencia Artificial (IA), la delantera la llevan, por lejos, los Estados Unidos y China, y Europa tiene muy poco que aportar, poniéndola en seria desventaja.
¿Cuánta autonomía tiene Europa? En años recientes, la cuestión de los impuestos que deben pagar las grandes empresas transnacionales de los Estados Unidos como Google también ha dado lugar a diferencias a ambos lados del Atlántico. En breve, la Unión Europea se encuentra en un punto de inflexión. Debe decidir si actuar de consuno y generar un espacio propio de toma de decisiones en una serie de áreas claves, o verse involucrada en arduas disputas entre las dos grandes potencias, per saecula saeculorum.
Hacia un mundo post pandemia
Es en estos términos que la pandemia provocada por el covid-19, la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial según el secretario general de la ONU, y la mayor crisis global de salubridad desde la gripe española de 1918, sacude al mundo. Tal y como en el pasado reciente, acontecimientos como el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, y la crisis financiera de 2008-2009, marcaron un antes y un después en el sistema internacional, algo similar puede decirse de esta pandemia. Ella ha impactado especialmente a América Latina. Si bien las pestes son tan antiguas como la propia humanidad, su significado en un mundo globalizado se puso de especial manifiesto. El virus se regó en apenas un par de meses por todo el planeta.
Más allá del costo en vidas humanas, con sus millones de muertos, sus devastadores efectos económicos y sociales, y el trauma colectivo causado a una humanidad en cuarentena, la interrogante que surge es, ¿cuál será su impacto en el orden internacional del futuro? Ello es especialmente válido dado que el mundo se encuentra en un momento fluido, en transición desde el antiguo orden liberal internacional que rigió por setenta años a uno muy distinto, con otros parámetros y otras coordenadas (Zakaria 2020).
Las respuestas a esa pregunta se dividen en tres categorías. Aquellas que sostienen que una vez que pase la pandemia, el mundo volverá a la situación ex ante; las que afirman que enfrentaremos un entorno muy distinto, en muchos aspectos irreconocible; y las que señalan que la pandemia ha acelerado tendencias provenientes de antes, y anticipar rumbos prefijados.
Y, lo que hemos visto en las últimas tres décadas ha sido un desplazamiento masivo de la riqueza en el mundo. Ello ha llevado a un reordenamiento radical de las jerarquías en el Sur Global y del orden internacional: un giro del eje geoeconómico del Atlántico Norte al Asia-Pacífico (De la Torre 2015). El surgimiento de China como gran potencia es la principal expresión de este fenómeno, pero no la única. Por algo la primera década del nuevo siglo fue calificada como la década de los BRICS. Este traslado de riqueza del Norte al Sur, sin embargo, ha ido de la mano con otro cambio, más intangible, pero no menos real. La creciente conciencia que lo que por mucho tiempo pareció la