Campo Abierto. Max Aub

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Название Campo Abierto
Автор произведения Max Aub
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788491343974



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Teresa?

      –No sé. No la he visto. Me hizo pasar la criada.

      –Debe estar en casa de su madre.

      –Ya supondrás a lo que he venido.

      –No.

      –¡Vaya, hombre! Defiéndete, pero no niegues. Sabes muy bien de qué se trata.

      Vicente y Gaspar eran amigos, lo fueron íntimos antes de que el segundo se marchara a trabajar a Madrid por indicación de la U.G.T., hacía ya cerca de cinco años. Era de Ruzafa, aparejador y muy entusiasta del club de fútbol de la barriada. Pasó al partido comunista en 1934, y lo tenían en mucho.

      –Sabemos que has hecho todo lo posible para que Salas embarcara en Alicante.

      –Sí. ¿Y qué?

      –No quisiera dar a esto más importancia de la que tiene.

      –El solo hecho de que estés aquí demuestra lo contrario. Te advierto que no pienso justificarme.

      –Ni lo podrías.

      –Esa es tu opinión.

      –La mía y la de muchos.

      –Por mí puedes llamarme «traidor al pueblo español».

      –Así no nos vamos a entender.

      –Es posible.

      –No hay nada peor que emperrarse en la equivocación.

      –Todo dependerá de lo que tengamos por equivocación. ¿Fumas?

      –No, gracias. ¿Ya no crees que hay que obrar en todo como si cualquier cosa fuese tan importante como la que más?

      –Depende…

      –¡Claro que depende! Pero en otro sentido… Todo está enlazado. No hay más cabos sueltos que los malos. ¿No me dijiste alguna vez que para ganar un partido lo que importaba era jugar los noventa minutos al mismo tren endemoniado?

      –Sí. Pero cuando la pelota está del otro lado del campo puedes rascarte la nariz sin que el entrenador ni el público tenga nada que decir.

      –Salas es falangista.

      –Cuentos. Veis fantasmas por todos lados.

      –Si hubieses sabido que era falangista, ¿hubieses obrado igual?

      –Es posible.

      –¿Tanto has cambiado? ¿Ya no crees en la lucha?

      –¿Te parece que hago poco?

      –No. Pero, de pronto, por debilidades personales, fallas.

      –Lo mío, déjamelo a mí.

      –En la lucha no hay nada tuyo ni mío.

      –Entonces, ¿por qué te metes en lo que no te importa?

      –Te estás mintiendo. Has obrado mal y lo sabes. No quiero sino una cosa: que lo reconozcas.

      –Salas era amigo mío. Como lo eres tú… Si aquí hubiesen ganado los rebeldes, y tú hubieses estado en peligro, yo hubiera hecho lo necesario –lo posible– para salvarte.

      –No lo dudo; pero no es ésta la cuestión. Salvarme hubiese sido lo justo, salvar a Salas es una falta contra el pueblo, contra ti mismo.

      –Es amigo mío y lo fue tuyo, aunque no tanto.

      –¿Crees que basta?

      –Sí.

      Gaspar se levantó, fue hacia el balcón; se volvió de repente.

      –Entonces: estás perdido.

      –¿Tú crees?

      –Si lo dices de verdad, sí. Y no tenemos más que hablar.

      Se dirigió hacia la puerta. Vicente no le contestó, seguro, como lo estaba, que no acabaría ahí la cosa. Acertó y se le fue una sonrisa, a su pesar. Se arrellenó en la silla, apoyó los codos en la mesa:

      –¿Para vosotros lo primero es el hombre?

      –Desde luego.

      –El mundo para el hombre, ¿no? Entonces…

      –No sigas por ahí. Por el hombre, para el hombre hay que cambiar de todo en todo la actual estructura de la sociedad.

      –Hasta ese momento privará la política sobre cualquier otra cosa, y lo justifica todo…

      –Sigue.

      –¿No has pensado nunca que toda política vencedora, toda revolución triunfante ha determinado una burocracia que acabó ahogándola? Pensáis que el comunismo es un movimiento continuo, que seguirá adelante, con baches, con volteretas, pero sin pasos atrás. Y aunque los tenga. Que llegará a su meta y que, una vez entronizado el socialismo en el mundo ya no habrá sino tumbarse a la bartola. Intentáis convencer de que es posible la existencia del paraíso en la tierra. En eso sois menos listos que los católicos.78

      –¿De qué estás hablando?

      (Vicente se dio cuenta de que se salía por una tangente. ¿Por miedo? Y de que Gaspar lo notaba. Porfió).

      –Yo creo en el progreso. En el progreso, siempre. Tras el comunismo debe haber otra cosa. Y luego otra. No se puede ser tan categórico.

      –¿De qué estás hablando? Lo que importa es hoy. Lo que hay que hacer hoy. Ahora. Lo que has hecho. Lo demás… Lo de mañana, mañana se discutirá. Y hoy, lo que has hecho es contribuir a la fuga de un enemigo.

      –Amigo mío…

      –Eso no tiene nada que ver.

      –¡Cómo que no! Además, si te hubieses visto en el mismo caso que yo, tú también…

      –No. Puedes tener la seguridad de que no. Tengo otra conciencia que tú.

      –¿Por qué quieres hacerte más inflexible de lo que eres?

      –Estamos perdiendo el tiempo. Y sabes que no son las discusiones las que me molestan.

      –Mira, Gaspar, para vosotros sólo existe la política. Para mí, no. Para mí la política es una parte integrante del hombre, no todo.

      –Para nosotros, también.

      –Si quieres, pero la política priva y determina el resto, los sentimientos por ejemplo. Dejaste de saludar a Landín cuando abandonó el Partido.

      –Lo expulsamos.

      –¡Qué remedio! Para vosotros no hay alternativas. Además, eso es lo que está bien, es vuestra fuerza. Habéis hecho desaparecer la duda de vuestro mapa. Pero reconoce, por lo menos, que todos no son, no pueden ser, comunistas. Landín no es un bandido no es una mala persona. Sencillamente, con honradez –¿oyes?, con honradez–, no estaba de acuerdo con la táctica del Partido, le pareció que eso del Frente Popular era una equivocación fundamental –me consta que sigue pensándolo–. Dejó el Partido. Lo expulsasteis. Hasta ahí no hay nada que decir. Correcto, a pesar de la nota infamante con que lo adornasteis. Pero tú, tú, su fraternal amigo, dejaste de saludarle. Como si hubiese muerto.

      –Es lo justo.

      –No, Gaspar, no. Por cuenta de la política ahogáis toda una porción del hombre que os proponéis salvar. Sois capaces de forjar una humanidad nueva donde todos sean iguales: todos cojos.

      –¿Y tú eres socialista?

      –Sí.

      –No me hagas reír. Laborista o fabiano,79 y gracias. Hacéis más daño al pueblo que el más reaccionario de los reaccionarios.

      –No hagas frases.

      Vicente se arrepintió: Gaspar no hacía frases, era sincero.

      –Perdona. Pero si enterráis durante generaciones y generaciones todo sentimiento