Название | El jardín de los delirios |
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Автор произведения | Ramón del Castillo |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418895852 |
35 35 Como recuerda Ellard, la empresa Sky Factory comercializa tragaluces artificiales que proyectan imágenes o vídeos de escenas naturales, imitando la visión que uno tiene del cielo y de las copas de árboles cuando se está recostado o tumbado en el campo.
36 La “zona verde” de Schiphol tiene árboles artificiales, asientos en forma de tocón de árbol y bancos circulares con follaje en el medio. También hay una terraza al aire libre donde los pasajeros pueden sentarse en mesas de pícnic de madera con vistas a los aviones estacionados. A la vez, se proyectan imágenes de parques famosos de todo el mundo en las paredes y mariposas virtuales rodean a los pasajeros que se sientan en ciertos lugares, todo ello ambientado con sonidos de animales, timbres de bicicleta y juegos de niños. El primer jardín del aeropuerto de Changi se remonta a principios de 1980. Hoy cuenta con más de quinientas mil plantas de unas doscientas cincuenta especies. También produce unas tres mil plantas al mes en su propio vivero. Tiene un jardín de mariposas, otro de orquídeas con un estanque y un “jardín encantado” que combina flores y helechos con esculturas y luces brillantes. También cuenta con algunos jardines al aire libre, uno de cactus y otro de girasoles. Todo el sistema de jardines es cuidado por 11 horticultores y más de una centena de contratistas y proveedores externos. En 2017 abrió en la terminal 4 nuevas áreas con un bulevar de árboles, santuarios verdes relajantes y jardines de roca. Otro aeropuerto que compite por ser el más verde es el de Incheon de Seúl, que tiene siete jardines e incluye uno al aire libre con flores silvestres.
37 Véase cómo las formula Kahn en Technological Nature: “la naturaleza tecnológica es mejor que ninguna naturaleza, pero no tan buena como la naturaleza real” (p. xvi). Véanse también los capítulos 4 y 5: “A Room with a Technological Nature View” (pp. 45-64) y “Office Window of the Future?” (pp. 65-87). Aunque no está claro por qué las ventanas con vistas virtuales no tienen los mismos efectos que las ventanas con vistas reales –afirma Ellard– lo que sí está claro es que “parte de la reacción biofílica se fundamenta en las propiedades puramente visuales de las escenas naturales” (2016). El problema de las ventanas virtuales es que las distinguimos fácilmente de las reales (por el paralaje) y saber que no son reales nos impide disfrutar. Pero si la tecnología mejorara mucho quizá sus efectos serían iguales.
38 Kahn propone, además, que esa interacción hombre-naturaleza podría reducirse a lo que él llama lenguaje de la naturaleza, una serie de esquemas básicos de experiencia que redundan positivamente en los humanos. Véase el capítulo “Adaptation and the Future of Human Life” (op. cit.: 185-210). Lo más discutible de estos esquemas –creo– es que se describen como si no tuvieran un origen cultural.
39 Kahn se apoya en los trabajos de R. S. Ulrich, un autor al que yo conocía por sus trabajos sobre los efectos sanadores de los jardines en hospitales y de las habitaciones con vistas naturales, pero que también analiza respuestas biofóbicas y estrés producido en entornos naturales. Véanse los trabajos que cita Kahn (2011: 222).
40 Cuando leo a Kahn se me vienen a la cabeza comparaciones entre las nuevas formas a distancia de “tener sexo” y de –digámoslo así– “tener naturaleza”. Quizá Kahn y otros neurocientíficos dan por hecho que uno se conforma con un sustituto o un sucedáneo de algo porque no puede acceder al original, y se sorprenden al descubrir que la gente disfruta del sucedáneo tanto o más que del original, pero quizá no se hubieran sorprendido tanto si leyeran más literatura (incluida la psicoanalítica) sobre sexo.
41 Guelton insiste en que el jardín es un lugar real, un espacio pequeño, cerrado, pero conectado a un espacio enorme, sumamente abierto, la red.
42 Desconozco si desde que se cerró el Telegarden en agosto de 2004 han surgido otros jardines a distancia, pero me atrevo a preguntar algo: ¿podría realmente una tecnología de interacción mejorada favorecer un mayor nivel de biofilia? Hoy ya hay sistemas de cultivo casero a distancia (manejables desde una app) como el Seedo, una especie de neverita con iluminación y sistemas de ventilación donde se pueden cultivar vegetales, hierbas y flores. No sé qué relación con la naturaleza tienen los usuarios del Seedo, si la aman antes de comprarse el chisme, o si la aman después, tras cultivar. Kahn y los neurólogos debían estudiar el asunto. Sí sé que la gente la usa para plantar marihuana en casa. Quizá después de fumarla se sientan más cerca de ella.
43 Véase, de F. Kuo y W. Sullivan, “Environment and Crime in the Inner City: Does Vegetation Reduce Crime?” (Environment and Behaviour, 2001, 33).
44 En ciertas ciudades las clases más desfavorecidas no logran disfrutar de zonas naturales que les quedan cerca simplemente porque no disponen de tiempo para acercarse hasta ellas. Hay que recordar también que en algunas ciudades las clases pudientes no hacen uso de muchos parques públicos porque los consideran espacios donde más que estar cerca de la naturaleza se está cerca de “todo tipo” de gente. O sea, les parecen poco naturales, y muy vulgares. Estas clases pueden usar un parque público solo como pista de entrenamiento para correr, pero prefieren beneficiarse del contacto con la naturaleza en el jardín privado de una urbanización (preferiblemente con piscina y campo de golf), en una finca, en una mansión de campo, o en alguna reserva natural que visitan como turistas de élite.
45 Descubrí a Albrecht gracias a un trabajo de Nancy Tuana, “Climate Change and Place”, presentado en Madrid hace unos años. Véase de Tuana “Climate Change and Human Rights” en Handbook of Human Rights (Londres, Routledge, 2010, cap. 33).
46 Entre ellos, claro, habría que contar con el peso de las imágenes: estamos acostumbrados a ver imágenes de desastres lejanos, ajenos, o relativamente próximos. Pero no parece que eso nos haga más sensibles a ciertos problemas. Se diría que al contrario: ayuda a ignorar los signos de un desastre cercano. Si hubiera vivido lo suficiente, Sontag debería haber escrito una secuela de Ante el dolor de los demás que se llamara Ante el dolor de la naturaleza, en la que explicaría el efecto insensibilizador de las imágenes de desastres naturales. ¿Sentimos realmente algo cuando vemos la imagen de un bosque después de un incendio, o la devastación de un ciclón o de un maremoto? Probablemente también tendría que escribir añadidos a un fascinante ensayo en el que analizó por qué nos da tanto morbo observar desastres: “La imaginación del desastre” [1965] en Contra la interpretación y otros ensayos (Barcelona, Seix