El jardín de los delirios. Ramón del Castillo

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Название El jardín de los delirios
Автор произведения Ramón del Castillo
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788418895852



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a esa imagen (pero no respecto a una visión prolongada en el tiempo), como mucha gente llega a creer que sus acciones pueden producir daños, pero que no son graves (menos aún, en relación con los beneficios que se obtienen). El “síndrome del punto de partida” (baseline) –como lo llama Pauly–49 es ese: la gente acepta como normal un estado del entorno, pero cuando la siguiente generación empieza a actuar en ese entorno, aunque esté más deteriorado, toman el estado en que lo encuentran como base, como normal, y miden respecto a esa situación el posterior grado de impacto (Kahn, 2011: 174). Ahora bien, yo no entiendo cómo se puede medir el grado de amnesia sin tener en cuenta muchísimas otras variables, además de la falta de conocimiento de una generación sobre el estado del suelo cultivable o sobre un caladero de pesca.50

      ¿Será por eso por lo que proliferan películas en las que colisionan planetas o un asteroide va a chocar con la Tierra? ¿Es esa la única forma, ridícula y siniestra, de imaginarnos a la humanidad tomando decisiones políticas al unísono y a tiempo? ¿Por qué solo somos capaces de reaccionar políticamente cuando la amenaza es externa? ¿Por qué es tan difícil aceptar que nosotros mismos somos una amenaza muchísimo más peligrosa que una piedra flotando por el espacio?

      21 Un planteamiento parecido al de Tuan ya fue sugerido durante la posguerra por el geógrafo y filósofo Bernard Charbonneau en el El jardín de Babilonia (1969): a medida que el hombre se separa de la naturaleza –decía– experimenta más la necesidad de reintegrarse en ella. Conforme crece su poder sobre ella, añora más una vida armoniosa con ella. Dicho de otra forma: la civilización surgió porque había naturaleza y había que protegerse de ella, controlarla, domesticarla. Pero tampoco hay naturaleza sin civilización, o sea, no se fantasearía con la idea de una realidad ajena a lo humano –tal como salió de las manos de Dios o de la evolución, da igual ser teísta o panteísta–, si no fuera por el sentimiento de culpa que siente la propia humanidad. Rousseau trató en vano –dice Charbonneau con toda la razón– de reintegrar en el hombre la unidad que el cristianismo había roto para siempre en su corazón (p. 30). “El sentimiento de la naturaleza no es propio del primitivo o del campesino, sino del burgués; sigue a la ‘revolución industrial’, y va alcanzando progresivamente a los países y a las clases que van