Название | El jardín de los delirios |
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Автор произведения | Ramón del Castillo |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418895852 |
En El mundo sin nosotros, Weisman (2007) imaginó cómo sería el mundo si despareciéramos los seres humanos lenta o rápidamente. En Colapso, Jared Diamond (2005) explicó no solo por qué algunas civilizaciones desaparecen lentamente, sino también por qué algunas actuales han atravesado o podrían atravesar situaciones críticas (Ruanda, Haití, República Dominicana, China, Australia). En la cuarta parte de este monumental libro, Diamond analiza el impacto de las grandes empresas petroleras, mineras y forestales en el medioambiente y la incapacidad de las sociedades para anticiparse y prever los problemas que ellas mismas crean. Da cuatro razones por las que ocurre esto. La primera es que los problemas ambientales a veces son literalmente imperceptibles. Por ejemplo, los nutrientes del suelo (necesarios para cultivos) no son perceptibles a simple vista, sino solo mediante análisis químicos. Llevó su tiempo descubrir también que en algunos lugares los nutrientes no están en el suelo, sino en la vegetación, de tal forma que si esta se arrasa el terreno ganado no es fértil (tampoco se percibe fácilmente si el suelo tiene demasiada sal, sobre todo cuando está a un nivel profundo). Una segunda razón por la que no se suele percibir un problema grave es que los responsables no están cerca de él. Según Diamond, una sociedad en la que todos sus miembros están familiarizados con la totalidad del territorio del que dependen, tiene más posibilidades de percibir un problema a tiempo y gestionar bien sus recursos. En una isla quizá sea posible, pero en grandes sociedades el contacto directo con los problemas es más difícil, por muchos observadores y analistas que se envíen a los campos de producción. Las dos siguientes razones por las que no se percibe un desastre son las que vienen más al caso. Una circunstancia agravante, dice Diamond, es que el problema ambiental en cuestión “adopte la forma de una tendencia lenta, oculta entre amplias fluctuaciones al alza y la baja”. El ejemplo obvio es la subida de temperatura del planeta: no todos los años son más cálidos que el anterior; el clima puede oscilar de forma errática, con fluctuaciones amplias e impredecibles, por lo que puede ser difícil discriminar una tendencia media ascendente. Es como tratar de percibir una señal rodeada por demasiado ruido, sugiere Diamond.51 Esas tendencias ocultas en el barullo de las fluctuaciones se suelen considerar como una “normalidad progresiva”: si el medioambiente se deteriora de forma gradual (algo que también puede pasarle a la economía, la educación o la salud) resulta más difícil percibir que cada año es ligeramente peor que el anterior, “de modo que el criterio de referencia para lo que constituye la ‘normalidad’ varía paulatina e imperceptiblemente. Pueden ser necesarios varios decenios de una larga secuencia de variaciones anuales leves antes de que la gente se dé cuenta, sobresaltada, de que las condiciones eran mucho mejores varios decenios atrás y lo que se tenía por normal ha variado a la baja” (p. 551). La cuarta razón por la que todo se puede percibir demasiado tarde es lo que Diamond llama “amnesia del paisaje” y consiste en “olvidar el aspecto tan diferente que tenía el entorno circundante hace cincuenta años debido a que las transformaciones sufridas de un año para otro han sido muy graduales” (ibíd.). Pone como ejemplo la sorpresa que él mismo sintió al volver a las montañas de Montana más de cuarenta años después de haber paseado por la maravillosa nieve que las cubría, entre 1953 y 1956. En 1998 apenas quedaba nieve, y en 2003 se fundió toda. Diamond se entristeció, pero sus amigos, que habían vivido allí durante esos años, eran menos conscientes del cambio porque comparaban la falta de nieve de cada año con la de los años inmediatamente anteriores: la amnesia del paisaje “les dificultaba a ellos más que a mí recordar cómo eran las condiciones en la década de 1950. Este tipo de experiencias constituyen una razón importante para que las personas no consigan percibir un problema hasta que es demasiado tarde” (p. 552).
La lentitud de los cambios –explica Diamond– es sumamente contraproducente. La velocidad de un desastre, sin embargo, puede ayudar a evitarlo. Por ejemplo, la rapidez con la que se deforestaron zonas de Japón en la era Tokugawa “facilitó que los shogun detectaran las alteraciones del paisaje y reconocieran la necesidad de emprender una acción preventiva” (p. 553). En la isla de Pascua, en cambio, el ritmo progresivo con el que se cortaron palmeras permitió que sus habitantes cortaran hasta la última de ellas. Cuando cayó la última ya hacía tiempo que “el recuerdo de aquel valioso palmeral había sucumbido a la amnesia del paisaje” (ibíd.). No entiendo exactamente cómo Diamond determina la velocidad de deterioro en cada caso, cuán lenta tiene que ser la velocidad de deterioro para que no se vea venir el desastre, ni cuán rápida tiene que ser para lo contrario, para evitarlo. Diamond compara sociedades del pasado con las del presente, y distintas sociedades del presente entre sí. Pero tampoco acabo de entender qué relación hay entre velocidad y conciencia del desastre en el momento actual. Leyendo los últimos capítulos de Colapso (“Las grandes empresas y el medio ambiente” y “El mundo entendido como un pólder: ¿qué significa todo esto para nosotros?”) pueden sacarse algunas conclusiones que tampoco están claras, aunque algo parece indiscutible: sea cual sea la relación que guarda la percepción del riesgo con el ritmo y modo de destrucción, Diamond admite que existe conexión directa entre crisis ambientales y crisis políticas y propone intervenciones y soluciones discutibles pero al menos dependientes de decisiones políticas a gran escala.52 La amnesia del paisaje no es un trastorno que necesite terapia, es un síntoma de una situación social y no puede separarse de otras circunstancias como la sobrepoblación, el hambre, la pobreza, la violencia social y la crisis gubernamental. El argumento de Diamond es aparentemente sencillo, pero apunta a lo más difícil: si nosotros mismos somos los que estamos agravando los problemas ambientales, entonces somos los únicos que podemos decidir si seguir agravándolos o tratar de resolverlos: “Aunque se nos presenten riesgos importantes, los más serios no escapan de nuestro control, como lo sería una posible colisión con un asteroide de gran envergadura que chocara con la Tierra cada cien millones de años o algo similar […]. Tenemos el futuro en nuestras manos, descansando en nuestras manos. No necesitamos nuevas tecnologías para resolver esos problemas; aunque las nuevas tecnologías puedan colaborar un poco en ello, en esencia necesitamos ‘solo’ la voluntad política de implantar soluciones que ya existen” (p. 675).
¿Será por eso por lo que proliferan películas en las que colisionan planetas o un asteroide va a chocar con la Tierra? ¿Es esa la única forma, ridícula y siniestra, de imaginarnos a la humanidad tomando decisiones políticas al unísono y a tiempo? ¿Por qué solo somos capaces de reaccionar políticamente cuando la amenaza es externa? ¿Por qué es tan difícil aceptar que nosotros mismos somos una amenaza muchísimo más peligrosa que una piedra flotando por el espacio?
21 Un planteamiento parecido al de Tuan ya fue sugerido durante la posguerra por el geógrafo y filósofo Bernard Charbonneau en el El jardín de Babilonia (1969): a medida que el hombre se separa de la naturaleza –decía– experimenta más la necesidad de reintegrarse en ella. Conforme crece su poder sobre ella, añora más una vida armoniosa con ella. Dicho de otra forma: la civilización surgió porque había naturaleza y había que protegerse de ella, controlarla, domesticarla. Pero tampoco hay naturaleza sin civilización, o sea, no se fantasearía con la idea de una realidad ajena a lo humano –tal como salió de las manos de Dios o de la evolución, da igual ser teísta o panteísta–, si no fuera por el sentimiento de culpa que siente la propia humanidad. Rousseau trató en vano –dice Charbonneau con toda la razón– de reintegrar en el hombre la unidad que el cristianismo había roto para siempre en su corazón (p. 30). “El sentimiento de la naturaleza no es propio del primitivo o del campesino, sino del burgués; sigue a la ‘revolución industrial’, y va alcanzando progresivamente a los países y a las clases que van