El ganador de almas. Charles Haddon Spurgeon

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Название El ganador de almas
Автор произведения Charles Haddon Spurgeon
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9781629462745



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estén en un peligro aun mayor por esa misma razón si Dios llega a bendecirlos y a colocarlos en una posición prominente. El hombre que ha crecido en la clase alta de la sociedad no siente tanto el cambio cuando llega una posición que causaría gran altivez en otros. Siempre pienso que se ha cometido un grave error en el caso de algunos hombres a los que podría nombrar. Apenas se convirtieron fueron apartados de sus antiguas compañías y colocados ante el público como predicadores populares. Es una verdadera lástima que muchas personas los hayan transformado en pequeños reyes, pues prepararon así el camino para su caída porque no pudieron tolerar el cambio repentino. Para ellos habría sido bueno que todos los hubieran picaneado y abusado por diez o veinte años, pues probablemente eso les habría ahorrado mucha miseria posterior. Siempre estoy muy agradecido por el trato duro que recibí de distintas clases de personas en mis años de juventud. Apenas yo hacía cualquier cosa que fuera buena, esa gente era para mí como una jauría de perros. No tuve tiempo para sentarme y hacer alarde de lo que había hecho porque estaban despotricando y rugiendo contra mí todo el tiempo. Si hubiera sido elevado de golpe y colocado donde estoy ahora, lo más probable es que habría vuelto a caer igual de rápido. Cuando egresen del seminario, sería bueno que los trataran como me trataron a mí. Si gozan de gran éxito, eso les nublará la cabeza a menos que Dios permita que sean afligidos de una manera u otra. Si alguna vez son tentados a decir “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?”, solo recuerden que Nabucodonosor fue “echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves”. Dios tiene muchas maneras de abatir a los nabucodonosores orgullosos, y puede humillarlos fácilmente a ustedes también si llegan a elevarse con arrogancia. Este asunto de la necesidad de que el ganador de almas sea profundamente humilde no necesita demostración alguna. Todos pueden ver, incluso con la mitad de un ojo, que es improbable que Dios bendiga mucho a un hombre que no es verdaderamente humilde.

      El siguiente requisito esencial para el éxito en la obra del Señor ―y este es vital― es una fe viva. Ustedes saben, hermanos, que el Señor Jesucristo no pudo hacer muchas maravillas en Su propio país debido a la incredulidad de la gente, y es igualmente cierto que Dios no puede hacer muchas maravillas con algunas personas debido a su incredulidad. Si no creen, tampoco serán usados por Dios. Una de las leyes inalterables de Su Reino es “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Sin embargo, si hay que hacerles la pregunta “¿Dónde está vuestra fe?”, los montes no se moverán ante ustedes y ni siquiera un mísero sicómoro cambiará de lugar.

      Hermanos, deben tener fe en cuanto a su llamado al ministerio. Deben creer más allá de toda duda que en verdad han sido escogidos por Dios para ser ministros del evangelio de Cristo. Si creen firmemente que Dios los ha llamado a predicar el evangelio, lo predicarán con valor y confianza, y sentirán que ejercen su labor porque tienen el derecho a hacerlo. Si tienen la idea de que es posible que solo sean intrusos, no harán nada de valor: simplemente serán predicadores pobres, cojos, tímidos y medio compungidos cuyo mensaje no le importará a nadie. Más vale que no comiencen a predicar hasta que estén bien seguros de que Dios los ha llamado a esa obra. Una vez un hombre me escribió para preguntarme si debía predicar o no. Cuando no sé qué responderle a alguien, siempre trato de darle la respuesta más sabia que pueda. Por eso, le escribí a esa persona: “Querido amigo: Si el Señor te ha abierto la boca, el diablo no puede cerrarla, pero si el diablo te la ha abierto, ¡que el Señor la cierre!”. Seis meses después, me encontré con ese hombre y me agradeció por la carta, que, dijo él, lo animó mucho a seguir predicando. Yo le dije “¿Cómo pasó eso?”. Me respondió: “Usted dijo: “Si el Señor te ha abierto la boca, el diablo no puede cerrarla””. Yo repliqué: “Sí, eso es lo que dije, pero también hablé de la otra cara del asunto”. “¡Oh!”, dijo él de inmediato, “esa parte no tenía relación conmigo”. Siempre podemos hacer que los oráculos se adecúen a nuestras propias ideas si sabemos cómo interpretarlos. Si tienen fe genuina en su llamado al ministerio, estarán listos, junto a Lutero, para predicar el evangelio incluso si se hallan en las mandíbulas del leviatán, entre sus enormes dientes.

      También deben creer que el mensaje que tienen que entregar es la Palabra de Dios. Preferiría que creyeran una media docena de verdades de forma intensa que cien verdades de forma débil. Si no tienen manos lo bastante grandes como para sostener muchas cosas, sostengan con firmeza lo que sí pueden sostener, pues si nos viéramos en una trifulca a mano limpia y todos estuviéramos autorizados a sacar todo el oro que pudiéramos de una pila, no serviría de mucho tener una bolsa grande, sino que el que mejor saldría de la refriega sería el que apretara las manos con firmeza para coger la mayor cantidad de oro que pudiera maniobrar sin problemas y no lo dejara escapar. A veces puede ser bueno imitar al niño mencionado en la fábula antigua. Cuando metió la mano por la boca de un jarrón y agarró todas las nueces que pudo, ni siquiera logró sacar una de ellas, pero cuando soltó la mitad, el resto salió con facilidad. Lo mismo debemos hacer nosotros; no podemos agarrarlo todo, es imposible porque nuestras manos no son lo suficientemente grandes. Sin embargo, cuando sí agarremos algo, sostengámoslo con tesón y agarrémoslo con firmeza. Crean lo que en verdad creen, de lo contrario, nunca lograrán persuadir a nadie más para que lo haga. Si adoptan el siguiente estilo: “Pienso que esto es verdad, y como joven que soy les ruego que presten amable atención a lo que voy a decir; es solo una sugerencia…”, si esa es su forma de predicar, su predicación será la manera más sencilla de crear dudas en la gente. Preferiría escucharlos decir: “Joven como soy, lo que tengo que decir viene de Dios, y la Palabra de Dios dice esto y esto otro. Aquí está, y deben creer lo que Dios dice, de lo contrario, se perderán”. La gente que los oiga dirá “Ese joven en verdad cree algo” y es muy probable que algunos de ellos también sean guiados a creer. Dios usa la fe de Sus ministros para engendrar fe en otras personas. Pueden tener por seguro que las almas no son salvadas a través de un ministro que duda, y es imposible que la predicación de sus dudas y sus preguntas alguna vez decida a un alma para Cristo. Deben tener una gran fe en la Palabra de Dios si han de ser ganadores de almas para los que los escuchen.

      Además, deben creer en el poder de ese mensaje para salvar a las personas. Quizá hayan oído la historia de uno de nuestros primeros estudiantes, que se me acercó y me dijo: “Ahora ya he estado predicando por algunos meses, y no creo haber tenido una sola conversión”. Le dije: “¿Y acaso esperas que el Señor te bendiga y salve almas cada vez que abres la boca?”. “No, señor”, me respondió. “Bueno, entonces”, le dije, “por eso no recibes almas salvadas. Si hubieras creído, el Señor habría dado la bendición”. Lo atrapé de forma muy bonita, pero muchos otros me habrían respondido exactamente de la misma manera en que él lo hizo. Tiemblan y creen que es posible que mediante algún método extraño y misterioso en uno de cada cien sermones Dios gane la cuarta parte de un alma. Apenas tienen suficiente fe para mantenerse de pie, ¿cómo pueden esperar que Dios los bendiga? A mí me gusta ir al púlpito sintiendo “Lo que voy a entregar en el nombre de Dios es Su Palabra; no puede volver a Él vacía. He pedido Su bendición sobre ella, y Él se ha comprometido a otorgarla, y Sus propósitos se cumplirán, ya sea mi mensaje olor de vida para vida u olor de muerte para muerte a los que lo oigan”.

      Ahora, si ese es su sentir, ¿qué pasará si no hay almas salvadas? Convocarán reuniones de oración especiales para saber cuál es la razón por la que la gente no está acudiendo a Cristo, tendrán reuniones especiales para los que tienen inquietudes espirituales, abordarán a la gente con un rostro gozoso para que vean que están esperando una bendición, pero al mismo tiempo les harán saber que estarán terriblemente decepcionados si el Señor no les da conversiones. Pero ¿qué ocurre en muchos sitios? Nadie ora mucho sobre el asunto, no hay reuniones para clamar a Dios por la bendición, el ministro nunca fomenta que la gente vaya y le cuente de la obra de la gracia en sus almas. De cierto, de cierto os digo, tiene su recompensa; recibe lo que ha pedido; recibe lo que ha esperado; su Señor le da su centavo, pero nada más que eso. El mandamiento es “Abre tu boca, y yo la llenaré”, pero aquí estamos, sentados con la boca cerrada, esperando la bendición. Abre la boca, hermano, con plena expectación, con firme confianza, y te será hecho según tu fe.

      Este