El ganador de almas. Charles Haddon Spurgeon

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Название El ganador de almas
Автор произведения Charles Haddon Spurgeon
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9781629462745



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hubiera vivido una vida de comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. La fuerza máxima del sermón radica en lo que ha ocurrido antes de él. Deben prepararse para todo el culto mediante la comunión privada con Dios y un verdadero carácter santo.

      Todos ustedes confesarán que si un hombre ha de ser usado como ganador de almas, debe tener una vida espiritual elevada. Como verán, hermanos, nuestro trabajo es transmitir vida a otros con la ayuda de Dios. Sería bueno que imitáramos a Eliseo cuando se estiró sobre el niño muerto y lo revivió. La vara del profeta no bastaba porque no tenía vida: la vida debe transmitirse a través de un instrumento vivo, y el hombre que ha de transmitir la vida debe tener una buena medida de vida él mismo. Recuerden las palabras de Cristo: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Es decir, después que el Espíritu Santo viene a morar dentro de un hijo vivo de Dios, salta desde el interior de ese hijo como una fuente o un río para que otros puedan venir a participar de Sus influencias de gracia. No creo que ninguno de ustedes quiera ser un ministro muerto. Dios no usa herramientas muertas para hacer milagros vivos; debe tener hombres vivos, y hombres que estén totalmente vivos. Hay muchos que están vivos, pero no están totalmente vivos. Recuerdo que una vez vi un cuadro de la resurrección, una de las imágenes más raras que he visto. El artista intentó plasmar el momento en que la obra aún estaba a medias: había algunas personas que solamente estaban vivas de la cabeza a la cintura; otras tenían vivo un brazo; otras, parte de la cabeza. Eso es muy posible en nuestros días. Hay algunos que solo están vivos a medias: tienen viva la mandíbula, pero no el corazón. Otros tienen vivo el corazón, pero no el cerebro. Otros tienen vivos los ojos ―pueden ver las cosas con mucha claridad―, pero sus corazones no están vivos: pueden describir bien lo que ven, pero no tienen la calidez del amor. Hay algunos pastores que son mitad ángel, mitad… digamos que gusano. Es un contraste horrible, pero hay muchos ejemplos de él. ¿Habrá alguien así aquí? Predican bien y cuando escuchamos a alguno de ellos, decimos: “Ese es un buen hombre”. Sentimos que es un buen hombre y cuando escuchamos que va a asistir a la casa de tal o cual persona para comer, deseamos ir a comer allá para escuchar las palabras de gracia que caerán de sus labios. Sin embargo, al verlo comer, ¡ahí vienen los gusanos! Era un ángel en el púlpito, ¡ahora vienen las larvas! Es algo muy frecuente, pero nunca debería ocurrir. Si queremos ser testigos verdaderos de Dios, debemos ser cien por ciento ángeles y cero por ciento gusanos. ¡Dios nos libre de ese estado de muerte parcial! ¡Quiera Él que todos estemos vivos desde la mollera hasta la punta de los pies! Conozco a algunos pastores así. Es imposible entrar en contacto con ellos sin sentir el poder de la vida espiritual que tienen. No es solo mientras están hablando de asuntos religiosos, sino incluso cuando hacen las cosas comunes del mundo que uno es consciente de que hay algo en esos hombres que señala que están vivos por completo para Dios. Los hombres así son usados por Dios para darles vida a otros.

      Imagínense que ustedes pudieran ser exaltados al lugar de Dios, ¿no piensan que emplearían a un hombre que pensara poco de sí mismo, un hombre de espíritu humilde? Si vieran a alguien muy orgulloso, ¿sería probable que lo usaran como siervo? De seguro, el gran Dios tiene una predilección por los que son humildes. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Él aborrece a los orgullosos, y cuando observa a los altivos y poderosos, los pasa por alto, pero cuando encuentra a los humildes de corazón, se deleita en exaltarlos. Se deleita especialmente en la humildad de Sus ministros. Es horrible ver a un pastor orgulloso. Pocas cosas pueden darle más gozo al diablo cuando anda por la tierra. Eso es algo que lo deleita y, cuando lo ve, se dice a él mismo: “Aquí se han hecho todos los preparativos para que haya una caída grande antes de mucho tiempo”. Algunos ministros muestran su orgullo en el estilo que usan en el púlpito. Uno nunca puede olvidar la forma en que anunciaron su texto: “Yo soy; no temáis”. Otros lo manifiestan en su atuendo, en la tonta vanidad de su vestimenta, o en su habla común, en la que todo el tiempo magnifican las deficiencias de los demás y se explayan en sus propias excelencias descomunales. Hay dos tipos de personas orgullosas y a ratos se hace difícil decir cuál es peor. En primer lugar, están las personas llenas de la vanidad que habla sobre sí misma e invita también a los demás a hablar sobre ellas, a sobarles la espalda y acariciar sus plumas en la dirección correcta. Todo lo que hacen tiene un bocadito del “yo”, y andan por todos los lugares pavoneándose y diciendo: “Haláguenme, por favor, haláguenme: eso es lo que quiero” como una niña pequeña que va a todas las personas de la habitación para decirles: “Mira mi vestido nuevo, ¿no es bonito?”. Posiblemente ustedes han visto a muchas de estas queridas personas; yo he conocido a muchas. La otra clase de orgullo es demasiado grande para esa clase de cosas. No le importan para nada; menosprecia tanto a las personas que no condesciende a desear sus halagos. Está tan supremamente satisfecho consigo mismo que no se inclina a considerar lo que los demás piensan de él. A veces he pensado que esta clase de orgullo es la más peligrosa espiritualmente hablando, pero es por lejos la más respetable de las dos. Después de todo, hay algo muy noble en ser demasiado orgulloso como para ser orgulloso. Supón que esos burros enormes te rebuznan al pasar, no cometas la burrada de prestarles atención. Por otro lado, la otra alma pobre y diminuta dice: “Bueno, todos los halagos tienen su valor”, así que prepara las ratoneras e intentar atrapar los ratoncitos del halago para desayunárselos. Tiene un gran apetito por esas cosas. Hermanos, despójense de las dos clases de orgullo si en ustedes hay algo de ellas. Tanto el orgullo enano como el orgullo ogro son abominaciones ante los ojos del Señor. Nunca olviden que son discípulos del que dijo: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

      La humildad no es tener una mala opinión de uno mismo. Si un hombre tiene una baja opinión de sí mismo, es muy posible que su estimación sea correcta. He conocido a algunas personas cuya opinión de ellas mismas, según lo que decían, era en verdad muy baja. Miraban tan en menos sus propias facultades que nunca se atrevían a hacer nada bueno; decían que no tenían autoconfianza. He conocido a algunos que son tan maravillosamente humildes que siempre les gusta asumir una posición fácil para sí mismos. Eran demasiado humildes para hacer cualquier cosa que les pudiera acarrear culpa. Decían que era humildad, pero a mí parecer un mejor nombre para su conducta habría sido “amor pecaminoso a la comodidad”. La verdadera humildad los llevará a pensar correctamente sobre ustedes mismos, a pensar la verdad sobre ustedes mismos.

      Cuando se trata de ganar almas, la humildad los hará sentir que no son nada ni nadie, y si Dios les concede éxito en la obra, los impulsará a atribuirle toda la gloria a Él, pues en verdad nada del crédito podría corresponderles a ustedes. Si no son exitosos, la humildad los llevará a culpar su propia necedad y debilidad, no la soberanía de Dios. ¿Por qué Dios habría de darles bendiciones y luego dejarlos arrancarse con la gloria? La gloria de la salvación de las almas le pertenece a Él y solamente a Él. Entonces, ¿por qué habrían de intentar robársela? Ya saben cuántos son los que intentan cometer ese robo. “Cuando prediqué en tal o cual lugar, quince personas fueron a la sala pastoral luego del culto para agradecerme por el sermón que había predicado”. ¡Que te cuelguen a ti y a tu bendito sermón! Podría haber usado palabras más fuertes si hubiera querido, pues en verdad mereces ser condenado cuando tomas para ti el honor que solo le pertenece a Dios. Ustedes recordarán la historia del príncipe joven que ingresó al cuarto donde ―pensaba él― su padre moribundo estaba durmiendo y se puso la corona real en la cabeza para ver cómo le quedaría. El rey, que lo estaba observando, dijo: “Espera un poco, hijo mío; espera hasta que esté muerto”. Así también ustedes, cuando sientan cualquier inclinación a colocarse la corona de la gloria en la cabeza, solo imagínense que oyen a Dios diciéndoles: “Espera hasta que esté muerto antes de probarte Mi corona”. Como eso no ocurrirá nunca, más vale que dejen la corona en paz y permitan que la use Aquel a quien le pertenece legítimamente. Nuestro cántico siempre debe ser: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad”.

      Algunos hombres que no han tenido humildad han sido echados del ministerio, quedando así a la deriva, pues el Señor no usará a quienes no le atribuyen todo el honor a Él. La humildad es uno de los principales requisitos para poder ser