Название | El ganador de almas |
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Автор произведения | Charles Haddon Spurgeon |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629462745 |
Además, si un hombre ha de tener éxito y ganar muchas almas en su ministerio, debe caracterizarse por un fervor cabal. ¿Acaso no conocemos a ciertos hombres que predican de una forma tan inerte que es sumamente improbable que alguien llegue a verse afectado por lo que dicen? Una vez vi a un buen hombre pedirle al Señor que bendijera el sermón que iba a predicar para convertir a los pecadores. No quiero limitar la omnipotencia, pero no creo que Dios haya podido bendecir el sermón que fue predicado después para salvar a un pecador sin hacer que el oyente malentendiera lo que el ministro dijo. Fue un sermón del tipo “atizador brillante”, como yo les digo. Como sabrán, hay atizadores que se colocan en el salón para que la gente los observe, pero nunca se usan. Si alguna vez tratan de atizar el fuego con ellos, ¿no es cierto que la señora de la casa los regañaría? Estos sermones son iguales a esos atizadores: pulidos, brillantes y fríos. Pareciera que tienen alguna relación con la gente que está en las estrellas; ciertamente no tienen ninguna conexión con las personas este mundo. Nadie sabe qué cosa buena podría venir de tales discursos, pero estoy bastante seguro de que no tienen suficiente poder para matar una cucaracha o una araña. Por cierto, no tienen poder para darle vida a un alma muerta. Hay algunos sermones de los que es muy cierto que mientras más uno piensa en ellos, menos los valora, y si un pobre pecador va a escucharlos con la esperanza de ser salvo, solo podemos decir que es más probable que el ministro sea un obstáculo para que vaya al cielo que que le apunte el sendero correcto.
Pueden estar totalmente seguros de que podrán hacer que los hombres entiendan la verdad si en verdad lo desean, pero si no actúan en serio, eso es improbable. Si alguien golpeara mi puerta en medio de la noche y, cuando yo sacara la cabeza por la ventana para ver qué está ocurriendo, me dijera con mucha calma y despreocupación “Hay un incendio en la parte trasera de su casa”, me importaría muy poco el supuesto incendio y me sentiría inclinado a arrojarle un jarro de agua a esa persona. Si fuera caminando por la calle y un hombre se me acercara para decirme en un tono alegre “Buenas tardes, caballero, ¿sabía usted que estoy muerto de hambre? No he comido ni un bocado en mucho tiempo, en verdad no lo he hecho”, le respondería “Mi buen amigo, pareces tomarlo con mucha calma. No creo que tengas tanta necesidad o no estarías tan despreocupado al respecto”. Algunos hombres parecen predicar de esta manera: “Mis queridos amigos, hoy es domingo, así que aquí estoy. He pasado el tiempo en mi oficina toda la semana y ahora espero que escuchen lo que tengo que decirles. No creo que haya nada en ello que los afecte particularmente. Podría tener alguna conexión con el hombre que está en la luna, pero, según entiendo, algunos de ustedes están en peligro de ir a un cierto lugar que no quisiera mencionar, solo que he escuchado que no es un sitio agradable ni siquiera para alojarse allí temporalmente. En especial, debo predicarles que Jesucristo hizo una u otra cosa que, de una cierta manera, tiene algo que ver con la salvación, y si les importara lo que hacen… es posible que deseen, etc., etc.”. Esa es, en resumen, la sinopsis completa de muchos discursos. En esa clase de lenguaje no hay nada que pueda hacerle bien a nadie, y cuando el hombre ha seguido hablando en ese estilo por tres cuartos de hora, concluye diciendo “Ahora es el momento de ir a casa”, y espera que los diáconos le den un par de monedas por sus servicios. Pues bien, hermanos, esa clase de cosas no bastará. No hemos venido al mundo para desperdiciar el tiempo propio y el de los demás de esa manera.
Espero que hayamos nacido para algo mejor que para no tener sabor ni olor como el hombre que acabo de describir. Tan solo imagínense que Dios enviara a un hombre al mundo para tratar de ganar almas, y ese fuera el estilo de su mente y todo el tenor de su vida. Hay algunos pastores que siempre están agotados por no hacer nada. Predican dos sermones de algún tipo el domingo y dicen que el esfuerzo por poco les desgasta la vida. Hacen pequeñas visitas pastorales que consisten en tomarse un té y cotillear un poco, pero no hay una agonía vehemente por las almas, no existe un “¡Ay!, ¡ay!” en sus corazones y labios, no hay una consagración perfecta, no hay celo en el servicio a Dios. Bien, si el Señor los barre, si los corta como estorbos de la tierra, no será sorprendente. El Señor Jesucristo lloró por Jerusalén, y ustedes tendrán que llorar por los pecadores si han de ser salvados a través de ustedes. Queridos hermanos, sean en verdad fervorosos, pongan toda el alma en la obra, y si no, abandónenla.
Otro requisito esencial para ganar almas es una gran sencillez de corazón. No sé si puedo explicar a cabalidad a qué me refiero con esto, pero trataré de clarificarlo contrastándolo con otra cosa. Ustedes conocen a algunos hombres demasiado sabios como para ser meros creyentes sencillos. Saben tanto que no creen nada que sea simple y claro. Sus almas han comido platillos tan finos que no pueden alimentarse de nada que no sean nidos de pájaros chinos u otros lujos por el estilo. No hay leche recién sacada de la vaca que sea lo bastante buena para ellos; son demasiado, demasiado finos como para consumir tal brebaje. Todo lo que tienen debe ser incomparable. Ahora, Dios no bendice a estos dandis celestiales exquisitos, a estos aristócratas espirituales. No, no; apenas los vemos nos sentimos inclinados a decir: “Pueden ser siervos buenos de tal o cual señor, pero no son los hombres indicados para realizar la obra de Dios. Es improbable que Él emplee caballeros tan magníficos como ellos”. Cuando estas personas seleccionan un texto, nunca explican su significado verdadero, sino que dan vueltas hasta encontrar algo que el Espíritu Santo nunca quiso transmitir por medio de él, y cuando han atrapado una de sus “ideas nuevas” tan preciadas ―¡oh, vaya!―, ¡qué alboroto hacen al respecto! ¡Aquí alguien encontró un pescado rancio! ¡Qué delicia! ¡Es tan aromático! Ahora vamos a escuchar sobre ese pescado rancio los próximos seis meses hasta que alguien más encuentre otro. ¡Cómo gritan! “¡Gloria!, ¡gloria!, ¡gloria! ¡Una idea nueva!”. Alguien lanza un libro nuevo sobre esa idea, y todos estos grandes hombres van a husmearlo para demostrar que son pensadores muy profundos y hombres muy maravillosos. Dios no bendice esa clase de sabiduría.
Lo que quiero decir con sencillez de corazón es que es evidente que el hombre que ingresa al ministerio lo hace para promover la gloria de Dios y ganar almas, y para nada más. Hay ciertos hombres que quisieran ganar almas y glorificar a Dios si pudieran hacerlo con la debida consideración a sus propios intereses. Les encantaría, ¡sí!, en verdad les gustaría extender el Reino de Cristo si el Reino de Cristo sacara el máximo provecho de sus capacidades asombrosas. Se ocuparían en ganar almas si eso indujera a la gente a sacar los caballos de sus carruajes y pasearlos por las calles en señal de triunfo. Deben ser alguien, deben ser famosos, deben ser temas de conversación, deben escuchar a la gente decir: “¡Qué espléndido es ese hombre!”. Desde luego, le dan la gloria a Dios luego de haberle sacado el jugo, pero ellos deben exprimir la naranja primero. Bien, como sabrán, esa clase de espíritu existe incluso en los ministros, y Dios no puede tolerarlo. Él no se queda con las sobras de nadie: debe tener toda la gloria o nada de ella. Si un hombre procura servirse a sí mismo, conseguir honor para sí mismo, en lugar de buscar servir a Dios y honrarlo solo a Él, el Señor Jehová no lo usará. El hombre que ha de ser usado por Dios solo debe creer que lo que va a hacer es para la gloria de Dios, y no debe trabajar por ningún otro motivo. Cuando los incrédulos van a escuchar a algunos predicadores, todo lo que pueden recordar es que eran actores magistrales, pero también existen hombres de un tipo muy distinto. Luego de escuchar predicar a uno de ellos, la gente no piensa en cómo se veía ni en cómo hablaba, sino en las verdades solemnes que pronunció. Otros predicadores le dan tantos rodeos a lo que tienen que decir que los que los escuchan se dicen entre ellos: “¿Acaso no ves que vive por su predicación? Se gana la vida predicando”. Preferiría escucharlos decir: “Ese hombre dijo algo en su sermón que hizo que mucha gente lo mirara en menos, expresó sentimientos muy desagradables, lo único que hizo fue embestirnos con la Palabra del Señor durante toda la predicación, su único objetivo era llevarnos al arrepentimiento y a la fe en Cristo”. Ese es el tipo de hombres que el Señor se deleita en bendecir.
Me gusta ver hombres, como algunos