El ganador de almas. Charles Haddon Spurgeon

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Название El ganador de almas
Автор произведения Charles Haddon Spurgeon
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9781629462745



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permitir que ninguno de ellos entre a la iglesia si hay alguna forma de mantenerlos fuera. Puede que al final de un culto se digan a ustedes mismos: “¡Esa captura de peces fue espléndida!”. Esperen un poco y recuerden las palabras de nuestro Salvador: “Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera”. No cuenten los pescados antes de asarlos ni cuenten los conversos antes de probarlos y testearlos. Este proceso puede enlentecer un poco su trabajo, pero entonces, hermanos, será seguro. Hagan su trabajo bien y constantemente, de modo que los que los sucedan no tengan que decir que les fue mucho más complicado limpiar la iglesia de los que nunca debieron haber sido admitidos en ella que lo que fue para ustedes admitirlos. Si Dios les permite añadir tres mil ladrillos a Su templo espiritual en un solo día, pueden hacerlo. Sin embargo, Pedro ha sido el único constructor que ha logrado esa hazaña hasta este día. No pinten la pared de madera para que parezca ser de piedra sólida, sino que edifiquen solo construcciones genuinas, sustanciales y verdaderas, pues solamente esa clase de obra vale la pena el esfuerzo. Que todo lo que construyan para Dios sea como la construcción del apóstol Pablo: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.

      Hermanos, nuestra responsabilidad principal es ganar almas. Al igual que los herreros, debemos saber muchas cosas: así como el herrero debe saber sobre caballos y sobre cómo hacer herraduras para ellos, también nosotros debemos saber sobre almas y sobre cómo ganarlas para Dios. La parte del asunto sobre la que les hablaré esta tarde es

      LOS REQUISITOS PARA GANAR ALMAS.

      Me restringiré a un solo grupo de esos requisitos, que son los que dicen relación con Dios, e Intentaré tratar el asunto con algo de sentido común, pidiéndoles a ustedes que juzguen por sí mismos cuáles serían los requisitos que Dios naturalmente esperaría en Sus siervos, cuáles serían los que Él aprobaría y utilizaría con más probabilidad. Ustedes deben saber que todo trabajador, si es sabio, usa una herramienta que probablemente le servirá para conseguir el propósito que tiene en mente. Hay algunos artistas que nunca han podido tocar música si no es en su propio violín ni han podido pintar si no es con sus pinceles y paletas favoritos. De seguro, al gran Dios, el trabajador más poderoso de todos, le encanta usar Sus propias herramientas especiales en Su gran obra de arte que es ganar almas. En la antigua creación solo utilizó Sus instrumentos propios ―”Él dijo, y fue hecho”―, y en la nueva creación, el agente eficaz sigue siendo Su Palabra poderosa. Él habla a través del ministerio de Sus siervos, y, por lo tanto, ellos deben ser trompetas adecuadas para que Él hable mediante ellas, instrumentos aptos para que Él los use con el propósito de comunicar Su palabra a los oídos y corazones de los hombres. Entonces juzguen, mis hermanos, si Dios los usará a ustedes; imaginen que están en Su lugar y piensen qué clase de hombres serían los que más probablemente usarían si estuvieran en la posición del Dios Altísimo.

      En primer lugar, estoy seguro de que dirían que quien ha de ser ganador de almas debe tener un carácter santo. ¡Ah, cuán pocos hombres que pretenden predicar piensan lo suficiente en esto! Si lo hicieran, los impactaría el hecho de que el Eterno nunca usaría herramientas sucias, que el Jehová tres veces santo solo seleccionaría instrumentos santos para llevar a cabo Su obra. Ninguna persona sabia vertería su vino en botellas inmundas, ningún padre bueno y bondadoso permitiría que sus hijos fueran a ver una obra inmoral, y Dios no empleará instrumentos que podrían hablar mal de Su propio carácter. Supongan que fuera de conocimiento público que si los hombres tan solo fueran listos, Dios los usaría sin importar su carácter ni su conducta. Supongan que fuera sabido que es tan fácil progresar en la obra de Dios mediante triquiñuelas y falsedades como mediante la honestidad y la rectitud, ¿qué persona con una pizca de sentimientos rectos no se sentiría avergonzada de tal estado de las cosas? Pero, hermanos, no es así. Hoy en día hay muchos que nos dicen que el teatro es una gran escuela de moralidad. Debe ser bien rara la escuela donde los profesores nunca aprenden sus propias lecciones. En la escuela de Dios, los profesores deben ser maestros del arte de la santidad. Si enseñamos una cosa con los labios y otra con la vida, los que nos escuchan dirán: “Médico, cúrate a ti mismo”. “Dices: “¡arrepiéntanse!”, pero ¿dónde está tu propio arrepentimiento? Dices: “Sirvan a Dios y sean obedientes a Su voluntad”, ¿lo sirves tú? ¿Eres obediente a Su voluntad?”. Un ministerio sin santidad sería el hazmerreír del mundo y una deshonra para Dios. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová”. Dios puede hablar a través de un necio si tan solo es un hombre santo. Por supuesto, no estoy tratando de decir que Dios escoge a los necios para que sean Sus ministros, pero si un hombre se vuelve verdaderamente santo, incluso si tiene la menor habilidad posible, será un instrumento más apto para los usos del Señor que aquel que tiene capacidades enormes, pero no es obediente a la voluntad divina ni tampoco es limpio y puro ante los ojos del Señor Dios Todopoderoso.

      Queridos hermanos, en verdad les imploro que den suma importancia a su propia santidad personal: vivan de verdad para Dios. Si no lo hacen, su Señor no estará con ustedes. Dirá de ustedes lo que dijo de los falsos profetas de antiguo: “Yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová”. Pueden predicar sermones muy buenos, pero si no son santos personalmente, no habrá almas salvadas. Lo más probable es que no lleguen a la conclusión de que su falta de santidad es la razón por la que no tienen éxito: culparán a la gente, culparán la época en que viven, culparán todo menos a ustedes mismos. No obstante, esa será la raíz de todo el mal. ¿Acaso no conozco yo mismo a hombres de gran capacidad y diligencia que ven pasar año tras año sin ningún crecimiento en sus iglesias? La razón es que no están viviendo delante de Dios como deberían vivir. A veces, la maldad está en la familia del ministro: sus hijos e hijas son rebeldes contra Dios, el pastor permite que incluso sus propios hijos empleen lenguaje impropio, y sus reprensiones solo son como la pregunta suave de Elí a sus hijos impíos: “¿Por qué hacéis cosas semejantes?”. A veces, el ministro es mundano, codicioso de ganancias y negligente en su labor. Eso no es acorde a la mente de Dios, y Él no bendecirá a un hombre así. Cuando escuché predicar a George Müller en Menton, su sermón fue como un discurso simple que podría haber impartido cualquier maestro de escuela dominical, pero nunca he oído un sermón que me beneficiara más o fuera de mayor provecho para mi alma. Lo que hizo que fuera tan provechoso es que George Müller estaba en él. En un sentido, no había nada de George Müller en el sermón, pues no se predicó a sí mismo, sino a Jesucristo el Señor. Müller estaba presente solo en su personalidad como testigo de la verdad, pero dio ese testimonio de una forma tal que era imposible evitar decir: “Este hombre no solo predica lo que cree, sino también lo que vive”. En cada palabra que articulaba, su gloriosa vida de fe parecía caer sobre el oído y el corazón. Fue un deleite sentarme a escucharlo, pero en todo el discurso no hubo ni una traza de ideas nuevas o complejas. La santidad era la fuerza del predicador, y ustedes pueden tener por seguro que si Dios ha de bendecirnos, nuestra fortaleza debe radicar ahí mismo.

      Esta santidad debe manifestarse en la comunión con Dios. Si un hombre transmite su propio mensaje, este tendrá la fuerza que le otorgue su propio carácter, pero si transmite el mensaje de su Amo, el que oyó de los labios de su Amo, eso será muy diferente; y si puede absorber algo del espíritu que tuvo su Amo cuando lo miró y le dio el mensaje, si puede reproducir la expresión del rostro de su Amo y el tono de voz de su Amo, eso también será muy diferente. Lean la vida de McCheyne, léanla completa. No puedo hacerles ningún favor más grande que recomendarles que la lean. No contiene pensamientos muy frescos, no hay nada muy nuevo