Название | Ni rosa ni azul |
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Автор произведения | Olga Barroso Braojos |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788426733276 |
3.4 HOMBRES Y MUJERES SOMOS CUALITATIVAMENTE IGUALES PARA CUIDAR
Yendo un poco más lejos, me gustaría hacer esta reflexión: cierto es que una de las diferencias entre europeos y africanos reside en la capacidad para el esfuerzo y la actividad física, solo hay que echar un vistazo a dos ámbitos del deporte: las pruebas de velocidad en atletismo y el baloncesto.
En ambos deportes hay un predominio claro de deportistas afrodescendientes, también lo son la mayoría de medallistas olímpicos de las pruebas de velocidad en atletismo y la mayor parte de los jugadores de la NBA. Ahora, ¿excluimos a los europeos de la práctica de estos deportes? No. No decimos que como los africanos o afrodescendientes están un poco más dotados para estos deportes, estos tienen que ser un ámbito exclusivo para ellos. De ser así, nunca habríamos disfrutado con las hazañas de los hermanos Gasol.
Abrimos el deporte a todas las culturas y, aunque los europeos poco podamos hacer para ganar una medalla olímpica en las pruebas de velocidad de atletismo o para llegar al nivel de Michael Jordan, Magic Johnson, Kobe Bryan o LeBron James en el baloncesto, se nos permite competir. Y competimos muy bien, porque estamos igualmente capacitados; lo hacemos también a un nivel altísimo, profesional, aunque sea un peldañito por debajo de los africanos o afrodescendientes.
No creo en absoluto que las mujeres, por nuestra capacidad para gestar una nueva vida dentro de nosotras, por nuestra capacidad para generar alimento para ese pequeño ser humano, estemos cualitativamente mejor dotadas que los hombres para el cuidado, para dar cariño, para consolar, para enseñar, para criar un bebé. Pero asumamos por un momento que sí, que estas capacidades fueran un poquito mayores, cuantitativamente mayores. Serían, en mi opinión, en todo caso, como las capacidades para el baloncesto de los afrodescendientes, un poquito mayores; pero esto no impide a los blancos jugar con ellos al mismo nivel, estar cualitativamente al mismo nivel. No impide que ambos estén en la misma liga profesional, en el más alto nivel. Por tanto, no tendría sentido, bajo el argumento que defiende que las mujeres están biológicamente mejor dotadas para la maternidad, excluir a los hombres del cuidado de sus hijos y asignar esta tarea exclusivamente a las mujeres como su responsabilidad. Sería como excluir a los blancos de la NBA o de las pruebas de velocidad del atletismo. Porque si nos ponemos a competir, nosotras ganaríamos el oro y ellos la plata en las olimpiadas de cuidar bebés. En la NBA esto no sucede, por eso Pau Gasol y Marc Gasol no fueron excluidos de la NBA, sino que fueron gratamente invitados. Invitemos a los hombres a la NBA de cuidar a nuestra descendencia.
Los hombres son personas, son seres humanos, y humano es cuidar a nuestra prole, como es hacer ejercicio y movernos (de ahí que el sedentarismo provoque problemas óseos, musculares y articulatorios graves). Como humanos, los hombres vienen preparados con todas las capacidades para cuidar, por lo que no tiene ningún sentido excluirlos de esta tarea, y asignársela exclusiva o preferentemente a las mujeres, aduciendo que están mejor preparadas, y limitarlas a ellas a no poder realizar otras tareas de puertas afuera de la casa porque tienen que encargarse de esta. Los hombres son capaces de cuidar a un nivel muy alto, de suficiente calidad, si se les estimulan estas capacidades y no se les educa de un modo que lleve a que se les atrofien. Estas capacidades para el cuidado de los demás funcionan de un modo muy semejante a las lingüísticas: si a un niño no se le habla y no escucha el lenguaje de otro ser humano, no aprenderá a hablar por muy dotado para aprender uno o varios idiomas que esté desde su nacimiento. Si a un niño varón no se le estimulan las capacidades afectivas y para el cuidado —es más, si se le cercenan con constantes «los hombres no lloran», «los hombres no deben mostrar sus sentimientos», «los hombres son duros», «los hombres deben valerse por sí mismos y no pedir ayuda, sino resolver ellos solos sus problemas»—, se le atrofiarán las capacidades emocionales y no podrá cuidar, cuando nació preparado para, con la estimulación necesaria, desarrollarlas plenamente.
Los presupuestos racistas han estado vigentes con fuerza hasta bien avanzado el siglo XX. De hecho, el racismo científico fue una pseudociencia bastante popular entre los siglos XVI y XX, construida deliberadamente para apoyar o justificar un racismo que contó, lamentable y vergonzosamente, con apoyo de gran parte de la comunidad científica hasta la Segunda Guerra Mundial. Este racismo se basaba en este tipo de razonamientos, mantenían que las diferencias observables entre personas negras y blancas eran la prueba incuestionable de que los africanos no eran iguales a los europeos o a los americanos anglosajones, y que eran la prueba de las diferencias en sus capacidades intelectuales. Estos razonamientos racistas defendían que las diferencias anatómicas (fundamentalmente las obtenidas al comparar la forma del cráneo) mostraban que la dotación de los africanos para lo físico era mayor y para lo intelectual era menor. Y, por tanto, con estas ideas, se justificaba que los negros ocuparan la posición de esclavos, puesto que era aquello para lo que su condición era mejor. Porque su naturaleza, considerada no igual a la de los blancos, no los dotaba para ninguna otra tarea. Ahora estos razonamientos nos parecen deleznables y absolutamente falsos, pero son el mismo tipo de razonamientos que se esconden detrás de ciertas ideas machistas, detrás de las ideas que siguen promulgando que las mujeres son diferentes a los hombres y que, en esta diferencia, están mejor dotadas para lo doméstico y para el cuidado, por lo que este es su papel, este es el rol que deben ocupar preferentemente en la sociedad.
3.5 EL VALOR DE HOMBRES Y MUJERES ES EL MISMO
Establecer la igualdad entre hombres y mujeres, es decir, considerarlos a ambos como personas y, por tanto, a ambos con las capacidades propias de las personas (pensar, cuidar, sentir, crear arte, hacer ciencia, política, educar, etc.), el no definirlos con capacidades diferentes, nos lleva a otro concepto, que en mi opinión es básico para la educación igualitaria: el concepto de equivalencia. De nuevo, para explicarlo de un modo preciso, vayamos a la definición de «equivaler» del diccionario de la Real Academia Española:
‘Dicho de una persona o una cosa, ser igual a otra en la estimación, valor, potencia y eficacia’.
Hombres y mujeres somos iguales en nuestro valor, ¿o alguien diría que vale más la vida de un hombre que la de una mujer, o viceversa? Creo que todos diríamos que la vida de un hombre vale igual que la de una mujer. Otra cosa es que aún no estén igualmente valoradas, hecho que ha causado, por ejemplo, la aberrante práctica de los abortos selectivos cuando se conocía que el feto era una niña. Entonces, de nuevo, si la vida de un hombre vale igual que la de una mujer es porque somos iguales.
Aunque hombres y mujeres seamos diferentes en algunas características, aunque haya diferencias individuales que puedan hacer que a una mujer en particular se le den peor las matemáticas, o que a un hombre en particular se le dé muy bien ejercer de líder, esto no confirma en absoluto que los hombres sean más inteligentes para las ciencias o para el poder. Porque también hay mujeres especialmente dotadas para aprender matemáticas, que llegarán a ser excelentes y prestigiosas científicas, y