Название | Campo de los almendros |
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Автор произведения | Max Aub |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788491347804 |
–¿No tienes coñac?
–Jerez no está en España.
–Francés –dice Chuliá.
–¿Quién me lo trae?
–Yo, si me lo hubieras dicho.
La conversación sigue donde la habían dejado Chuliá y Villegas, porque el inventor –siendo el centro del mundo– lo juzga lo más natural:
–Vosotros creéis –repite– que estos cuadros son más importantes que la vida humana. Que una vida humana. Una sola. Yo no. Sin arte se puede vivir. Muerto, ¿para qué se quiere? Ya sé que pensáis que soy simplista, primario. Nosotros (¿Quiénes «nosotros»?, se pregunta Cuartero) os tenemos por señoritos retorcidos. Yo le oí un discurso a Azaña donde dijo que le importaba más Las Lanzas que una provincia.29
–No lo creo.
–Yo lo oí. Además, aunque no fuera así, lo mismo da: muchos de vosotros lo pensáis. Es una tontería. Lo que importa es la vida, y no esa costra, esa buba que es el arte. Es natural que el hombre cante, lo hace sin tener que recurrir a un medio muerto. Para pintar se necesitan pinceles, paredes o telas. Para cantar basta la garganta. Todo lo que es humano pasa. Empeñarse en buscar la inmortalidad es una tontería. Eso del arte es algo que desaparecerá tarde o temprano. Los museos son una cosa reciente y pasajera.
–Pero no las bibliotecas.
–Tanto da. Lo que importa es el hombre como es; por mucho que le embadurnen, maquillen o le pongan postizos no dejará de ser quien es. En una situación histórica cómoda, sin sobresaltos, es posible que el arte dé el pego; que la gente crea en eso de la cultura; pero cuando se tiene que enfrentar con la guerra entonces se ve que tanta pintura, tanta literatura superferolítica no sirve para nada.
–Parece un personaje de Baroja –le dice Cuartero a Villegas, por lo bajo.
–Hoy, el arte es una casualidad, no una causalidad como pudo serlo en la Edad Media. Lo que importaban eran las iglesias y Dios. Como ya nadie cree en él, se han dedicado a darle importancia a los altares. Es como los médicos; ya no les importa la salud, sino los microbios.
–Para curar, al fin y al cabo –aduce Cuartero que no tiene por qué sacar a relucir su catolicismo.
–No, hombre. Se han enamorado de las enfermedades. Como vosotros de las tablas. La vanidad tiene mucho que ver con todo esto. Es como la higiene. Acaba de morirse –en París– el hijo del doctor Pascual; tenía veinte años; nunca había probado un alimento que no estuviese perfectamente esterilizado. Comió un helado de los de la calle y se murió. No tenía defensas. Ese helado se lo come cualquiera y no le pasa nada. Si fuese verdad eso de la higiene no habría mundo. Hay una hipertrofia de médicos y de clínicas, como de pintores, de exposiciones, de conciertos y de museos. En vez de vivir, por las buenas, la gente se especializa. De seguir así todo se acabará: unos especialistas contra los otros.
–Entonces, usted, ¿qué propone? –pregunta Cuartero.
–¿Yo? Nada. Las celdas de los monjes, desnudas.
–Lo siguen estando.
–¡Qué diferencia! ¿O es que Lenin se puede comparar con Jesús? Claro, eso es lo que quisieran los comunistas. Pero Lenin está todavía vivo, es un decir; viven gentes que lo vieron y anda embalsamado. Los católicos empezaron a pintar a Jesús siglos después de su muerte. Lo que representaron primero fue a Dios padre. ¿Cuál es el Dios padre de los comunistas? ¿Marx? Como no sea por las barbas...
–Podrían pintarse únicamente paisajes, por real orden –aduce Villegas.
–¿Para qué? Basta salir al campo.
–Pero es que el campo no lo suele ver la gente. En las telas, sí.
–No. Lo que pintan los paisajistas no es la naturaleza, es su ánimo. El suyo. Eso no le interesa a nadie.
Chuliá es así de tajante. No se puede discutir con él. No hacían otra cosa.
–La gran diferencia entre el arte del Renacimiento y el de ahora –mejor dicho de la falta de arte– o, por lo menos, de un arte de la importancia del de Petrarca o Calderón, de Donatello o Velázquez, consiste en que, en aquel entonces, el arte precedía a la ciencia; y ahora sucede al revés. Es decir que, para la imaginación, para la creación de mitos y de belleza, la ciencia ha tomado el lugar que entonces ocupaban las artes.
–Y ahora, ¿usted propone lo contrario? –preguntó Cuartero por meter baza.
–Sí: que el arte sirva para algo.
–¿Es comunista?
–¿Yo? ¿Por quién me ha tomado?
–Perdone mi ignorancia.
–Cuando digo que sirva para algo no es que se rebaje a limpiarle las botas a unas ideas, sean las que sean, sino que cree; que de él –del arte– salga vida nueva.
–Así que, ¿tú te vas ahora a Marruecos por amor al arte? –comenta divertido Villegas.
–¡Calla, bocazas! No se te puede decir ni pío. ¡Qué verdad que en boca cerrada no entran moscas! ¡Maricón!
Villegas, tras el silencio obligado por la intemperancia, conociendo el paño, no hace caso del insulto y habla de otra cosa, tras su mesa, como si fuese un profesor:
–«Hay que comer para vivir y no vivir para comer», dicen; y el español se queda tan ufano y orgulloso de su sobriedad. Pero la razón no está ahí, sino en aquello que cuenta Guicciardini, y que le estaba leyendo antes a este: «Trabajan cuando la necesidad les obliga, y después descansan mientras les duran las ganancias».30
–Ya sabemos que eres un erudito. La cuestión es no trabajar.
–Estuvo aquí por 1512: «La pobreza es grande –lee– y en mi juicio no tanto proviene de la calidad del país cuanto de la índole de sus habitantes, opuesta al trabajo; prefieren enviar a otras naciones las primeras materias que su reino produce, para comprarlas luego bajo otras formas, como se observa en lana y seda que venden a los extraños para comprarles después sus paños y sus telas».
–¿Y América? –pregunta Chuliá, como si no hubiera pasado nada.
–Es otro cantar. Primero, nadie es igual a sí mismo en el momento en el que sale de casa. Luego, conquistar América no fue un trabajo. Un trabajo, lo que nosotros llamamos un trabajo, es hacer algo determinado de antemano a horas prefijadas. El español es capaz de hacer tres veces más trabajo del previsto con tal de que no se llame trabajo. De ahí el honor, y el hambre, que cuesta mucho más esfuerzo conservar viva que dedicarse a cualquier oficio honrado que la mate. «Y como no trabajan, muy dispuestos al robo».
–Teniendo en tan poco el esfuerzo de los demás, es evidente que el robo no parece tan mala cosa. El ladrón puede pasar por señor.
–Así acaba Guicciardini diciendo que somos «buenos ladrones».
–¿Hemos cambiado algo en más de cuatrocientos años?
–«No son aficionados a las letras, y no se encuentra ni entre los nobles ni en las demás clases conocimiento alguno». No olvidéis que escribe un veneciano del Renacimiento. «En la apariencia y en las demostraciones exteriores son muy religiosos, pero no en realidad; son muy pródigos en ceremonias y las hacen con mucha reverencia, con mucha humildad en palabras y cumplimientos, y besándose las manos, todos son señores suyos, todos pueden mandarles, pero son de índole ambigua y hay que