Название | Mijo, levántese que llegó Belisario |
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Автор произведения | Ramón Elejalde |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585495760 |
Notoria fue la presión que soportó el doctor Jorge Eliécer Gaitán para que no realizara este viaje a Frontino, por lo retirado del lugar y las dificultades del transporte. Pudo más el deseo del doctor Gaitán de conocer la región y a Pedro Antonio Elejalde Gaviria, y agradecerle a éste su gran generosidad y desprendimiento.
¡Fragmentos de historia patria que no se pueden perder!
La actividad política no ha estado exenta de apuntes o gracejos que la hacen más llevadera o que arrancan una sonrisa a quienes los conocen. Dediquemos esta lectura a recordar algunas de esas anécdotas. La época lo reclama.
En su juventud, el reputado ingeniero Milcíades Sánchez frecuentaba sitios de diversión; cualquier día estuvo en un negocio de cantina donde atendía a la clientela una dama a quien se le conocía con el alias de “La Rumbo”. Al día siguiente de su etílica diversión se le apareció en su oficina al doctor Sánchez la dicha mesera. Ante la sorpresiva aparición y el trato amigable que le daba la intrusa, el ingeniero no tuvo más remedio que decirle que él no era ningún Milcíades, sino el doctor Milcíades Sánchez, a lo que respondió la visitante: “¡Qué par de negros hijos de puta tan parecidos!”.
En la época de la división del Partido Conservador, entre ospinistas y laureanistas, tuvieron una agria disputa el distinguido médico Antonio Castrillón, afiliado al alzatismo (de Alzate Avendaño) y un doctor Arango, odontólogo afiliado a las huestes de Laureano Gómez. Durante la discusión, y mientras el médico Castrillón accionaba con sus manos, golpeó al doctor Arango. Cuando Jorge Tobón Restrepo conoció en la Asamblea de Antioquia el incidente, oportuno e inteligente en sus comentarios exclamó con gracia: “Siquiera fue un puño, qué tal que le hubiera recetado”.
En 1972, cuando se inauguraba en Frontino el fluido eléctrico de las Empresas Públicas de Medellín, en medio de solemne acto en el parque principal, y cuando llevaba la palabra el ilustre hijo de la comarca, el doctor Guillermo Gaviria Echeverri, desde el público comenzó a sabotear la intervención el dirigente conservador Óscar Vallejo, quien exhibía para la ocasión una elegante cachucha. El gobernador Diego Calle, ante las impertinencias del godito le ordenó al comandante de la Policía: “Por favor, retengan al señor de la cachuchita que está vociferando y entorpeciendo el acto”. Dentro de los jolgorios por el acontecimiento, la ciudadanía había organizado una cabalgata de la cual participaban lugareños y visitantes. Uno de los más alegres caballistas era el piloto Leonel Gaviria Echeverri, hermano del doctor Guillermo, quien, en el momento de iniciar la intervención el gobernador Calle Restrepo, pasó en su caballo cerca de la manifestación y en un acto de gracia le quitó la cachucha a Óscar Vallejo, y siguió su camino con ella puesta. Pues, amables lectores, la Policía cumplió al pie de la letra las órdenes gubernamentales y a la estación de Policía fue a dar “el señor de la cachucha” que, para el momento de la retención, no era nadie menos que Leonel Gaviria. Vallejo, el verdadero saboteador del acto, había tomado las de villadiego.
Cuentan que, en un Consejo de Gobierno, el gobernador Octavio Arismendi Posada, siempre tan recatado y sobrio, pidió a sus colaboradores disminuir el consumo de licor y dejarlo, exclusivamente, para los fines de semana. Víctor Cárdenas, secretario de Educación, se le acercó a su jefe al final de la reunión y en tono jocoso, pero respetuoso, le dijo: “Usted no bebe porque es del Opus Dei, yo sí lo hago porque soy del Opus night.
En mi pueblo se ha vuelto famosa la expresión “¡Ah, pis que viva!” para aceptar algo que se hace contra la voluntad y en reemplazo de la frase “¡Ah, pues que viva!”. Resulta que César Londoño, Rigoberto Parra, y yo, cuando cursábamos lo que hoy llaman el ciclo complementario en la Escuela Normal, cumplíamos en la región de Nobogá con el requisito de la alfabetización a campesinos. Luego de trabajar todo un fin de semana en forma responsable con los habitantes del Corregimiento, y de regreso al pueblo, y ya sobre las cabalgaduras, decidimos tomarnos unos aguardienticos, revueltos con guarapo. En uno de los brindis, ya bastante alicorados los tres, César Londoño, muy liberal él, en mi compañía comenzamos a gritar vivas a Jorge Eliécer Gaitán. Rigoberto Parra, conservador, guardaba silencio frente a las arengas políticas. En un momento dado, el negro Londoño sacó del cinto un machete y comenzó a vociferar sus vivas al político liberal, mientras rastrillaba su arma contra el suelo, cerca de los pies de Parra. Ante la insistencia y la presión del energúmeno liberal, Rigoberto Parra no tuvo más remedio que comenzar a gritar contra su voluntad: “¡Ah, pis que viva!, ¡ah, pis que viva!”.
El maestro Camilo García Bustamante, salvo que tuviera compromisos artísticos fuera de Medellín, no faltaba ningún domingo a las diez de la mañana en el restaurante Doña María, hoy Pasaje Unión, segundo piso, situado en la carrera Junín, casi al frente de donde funcionó Radio Córdoba, lugar donde se conformó el Dueto de Antaño. Lo hacía para leer los periódicos locales y nacionales y resolver los crucigramas de los mismos. Un domingo ya lejano, llevaba yo a mis hijos Jorge Hugo y Hernán Darío a clases de natación en el antiguo colegio de San José. Al pasar por el lugar me percaté de que Hernán Darío tenía los cordones de los zapatos sueltos y me agaché a amarrárselos. Intempestivamente, el niño comenzó a vociferar: “Papá ve al Dueto de Antaño. Papá ve al Dueto de Antaño”. Era el maestro Camilo que venía a resolver sus crucigramas al lugar de siempre, y con cariño y afabilidad se arrimó y le explicó al niño que, efectivamente, él era integrante del Dueto de Antaño y que se llamaba Camilo García. Le dijo que debía ser mucha la afición de sus padres por su música, ya que los hijos los reconocían, a pesar de su corta edad. Lo acarició, me saludó con amabilidad y siguió su camino.
Cuando el Dueto de Antaño celebró sus cuarenta años de vida artística, el dieciocho de marzo de 1981, en el teatro Pablo Tabón Uribe, fueron recibidos por una prolongadísima ovación a la que ellos respondieron levantando sus guitarras, Ramón las manos porque no interpretaba ningún instrumento. Fue tan larga la ovación que, cansados, tuvieron que bajar sus manos para luego volver a levantarlas. Fue un momento apoteósico.
Cuenta María Esther Arango: “Al salir cualquier día del Club Rialto de Pereira, en medio de un aguacero tremendo, resolvieron envolverse en sus impermeables y, guitarra en mano, llegarse hasta el hotel, a dos cuadras de distancia. Unas jóvenes, desde un segundo piso, les preguntaron que quiénes eran y cuando ellos, levantando la cabeza, respondieron: “Somos el Dueto de Antaño”, las muchachitas lanzaron una sonora carcajada y replicaron: “¿Ustedes el Dueto de Antaño? Eso se quisieran”.
Por allá en los lejanos años de 1965 o 1966, se me pierde en el tiempo la fecha precisa, visitaron a mi pueblo Frontino un grupo de artistas encabezados por el Dueto de Antaño y la soprano lírica Alba del Castillo (Lucía Libia Agudelo Revolledo), y se presentaron en el teatro Imperial, el único que por la época tenía la municipalidad. Como aspecto curioso e inolvidable, del cual no se conserva ni una grabación, está el que Alba del Castillo, Ramón Carrasquilla y Camilo García, el Dueto de Antaño, interpretaron dos o tres composiciones en un memorable trío. Años después, contaba el maestro Camilo García Bustamante que un recuerdo inolvidable era una serenata que había llevado en Frontino, en una vereda, utilizando una carretera destapada y angosta, a la esposa de una persona adinerada, y que el conductor del vehículo era un señor a quien le faltaba una pierna y aceleraba el vehículo con un palo que conectaba su mano con el piso del carro. La serenata la llevó Miguel Ángel