Название | Me casé con un cura |
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Автор произведения | Gabriela De Napoli |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878718187 |
Puede ser que no estés de acuerdo conmigo, porque, como leí alguna vez, “no todas las verdades son para todos los oídos”. Espero expresarme claramente y despertar sentimientos parecidos a los míos. O contrarios, pero que inviten a cuestionamientos. A pesar de lo que acabo de decir, deseo e intento que esta historia “sea para todos los oídos”.
Cuando pienso en el tiempo que pasó sin contar mi historia, hallo algo, como una especie de presencia. Indago dentro de mí buscando qué o quiénes son los que me llevaron a tal mutismo y abatimiento, y conjeturo que es algo relacionado con la muerte.
La muerte… La muerte es parte de la vida. La muerte es la puerta a otro mundo más perfecto. La muerte asusta. La muerte se supera. La muerte se combate. La muerte se acepta. La muerte enseña.
Pienso, cuestiono y, afirmo que hay más de una muerte. Está la del cuerpo, y la que puede vivir adentro de nosotros. ¿Cuál es la que se llora? ¿Es aquella que existe en nosotros? ¿Cuántas experimentamos? ¿Una, muchas, o varios puñados de pequeñas muertes? ¿Cuánta gente se cae sin poder erguir la espalda por el peso del sufrimiento? Agonías.
—¿Caer, levantarse o quedarse hundido? ¿Son esas las opciones?
—A menudo, sentarse a pensar sobre todos los “¿por qué a mí?”, es una pérdida de tiempo. En cambio, buscar, encaminar los pies hacia una dirección e intentar acertar… es lo correcto; pero no es sencillo. En algún momento las circunstancias me ubicaron en un lugar de oscuridad. Luego de ese tiempo y con el afán por estar mejor, intenté descansar la mirada en la luz de la confianza. Confieso que a veces en aquella travesía entre albores y noches no advertía los rayos de la Fuerza Superior.
—A veces en el camino hay obstáculos, ¿no?
—Sí, son las piedras… las que dan la impresión de que te crujen por el cuerpo; las que aparecen en un camino sinuoso, resbaladizo o desnivelado, y siempre excesivamente largo.
2 La jugada del ángel
Observaciones y reflexiones del amigo interlocutor:
Emma sigue frecuentando con alegría a sus inestimables amigos cuando viaja de visita a su ciudad natal, y se organiza para no dejar de ver a ninguno de ellos. En esas oportunidades hacen falta pocas palabras para iniciar la comunicación: ¿Salimos? ¿Nos vemos? Tengo algo para decirte. ¿Cómo estás? ¡Qué lindo encontrarnos!
¿Quién podría cerrarse a esta característica tan humana de querer compartir las alegrías, las pesadumbres o la simple cotidianeidad?
La segunda vez que me encontré con Emma fue en su casa. Me invitó a sentarme cerca de una mesa baja, de madera pintada. Sirvió café, y mientras se enfriaba bajó una caja que estaba entre los libros de uno de los estantes.
¡La caja de los recuerdos!, donde está todo lo que se puede tener: rostros, mensajes, perfumes de flores sobre todo de lavanda, de rosa y de jazmín y también de algunos otros pocos olores a alquitrán o ceniza. Fechas, nombres que persisten y otros que olvidó. En el fondo quedan hierbas frescas que aún se conservan intactas, y piedras que recogió al moverlas para poder avanzar.
Hay un pequeño espacio de donde se despiertan historias al ver la luz; por eso, abrir su caja es recorrer pisadas sobre distintos terrenos, es sentir el aire y el entorno de hojas verdes, de cardones, de rocas y de arena. Es estar frente a reminiscencias que saltan eufóricas hacia quien las quiera conocer; es escuchar secretos y anécdotas. Veo un dibujo a lápiz y unas cartas que me imagino que atesora; quizás sean de Juan. Adentro hay texturas de todo tipo, que irrumpen en el corazón del que las descubre y generan interrogantes, como los ¿por qué?, los ¿para qué?, los ¿hasta cuándo? Parece un cofre que explota de riquezas del alma, que arman collares de vida y de afectos.
¡Afectos! Los que consuelan, los que acompañan y aquellos que mantienen el entusiasmo por vivir.
Diálogo del amigo con Emma:
—¿Cómo conociste a Juan?
—Para esa pregunta tengo dos respuestas. A los indiscretos les digo que a Juan lo conocí en un grupo de amigos. A vos te voy a contar la versión más completa.
—Lo conocí en Buenos Aires, en un encuentro cuyo objetivo principal era organizar una misión apostólica juvenil para ir a la provincia de Catamarca. Él era el cura coordinador del equipo. En aquella época yo era estudiante de bellas artes y, en honor a la verdad, diré que no tenía ganas de participar en esa actividad. Pensaba que para hacerlo había que cumplir con ciertos requisitos, como conocer la Biblia o el catecismo, y yo los ignoraba bastante. De todos modos, no tenía posibilidad de elección ya que al inicio me vi obligada a ir por cuestiones familiares.
—¿En qué consistían esas cuestiones familiares?
—Mirá, la explicación es una mera suposición personal y si te la digo vas a exclamar: “¡No, en serio!”. Como prefiero evitar tu cara de sorpresa, no te la cuento. (Risas).
—A pesar de haber tenido que viajar la primera vez a disgusto, misioné otros tres años más, pero en esas ocasiones la decisión corrió por cuenta mía. Tanto fue el compromiso que tomé con la gente del lugar, que hasta llegué a averiguar el modo en que podría quedarme a vivir en aquella región, como docente de plástica en alguna escuela.
—Pero no lo llevaste a cabo, ¿por qué? ¿También fue por cuestiones familiares?
—En efecto, así fue. En este caso no es que suponga las causas, sino que conozco bien cuáles fueron, pero también acá me reservo las razones.
(Sonrisas).
—Sigo con el relato. Con el fin de organizar y preparar a los jóvenes, periódicamente se hacían reuniones de formación a las que intentaba faltar inventando excusas. Pero de a poco me fueron resultando interesantes. Entendí el significado del apostolado, del liderazgo, de la solidaridad hacia la gente con escasos recursos económicos y culturales. Aprendí lo que es la confianza en la providencia de Dios y empecé a vivenciar el espíritu de entrega.
Con Juan no hablaba porque los religiosos y religiosas me resultaban aburridos. Cuando estábamos trabajando en los pueblos de Catamarca, lo vi y compartimos un solo día, ya que nos alojábamos en diferentes zonas.
Dos o tres años después de esas primeras misiones, el grupo evolucionó y también cambiaron las personas que estaban a cargo.
—¿Y qué pasó con Juan?
—En la práctica no volví a saber nada de él hasta unos siete años más tarde cuando me encontré con una persona conocida suya. Nos saludamos, conversamos un rato. Le pregunté por Juan, pero lo único que me dijo fue que estaba pasando por circunstancias particulares. Yo no sabía a qué se refería, tampoco le pregunté y al despedirnos le pedí que le entregase de mi parte un papel que decía: “Tu vida es un lío”.
—¿Cómo podías saber que era un lío si hacía años que no se hablaban?
—¡Tal cual! ¡Yo no sabía nada, y hasta hoy me pregunto cómo se me ocurrió decirle eso! Curiosamente acerté con esa afirmación. Sin imaginarlo, esa nota cambió nuestro destino.
—¿Qué habrá pensado Juan con ese mensaje?
—Le surgieron dos preguntas: ¿cómo es que aparecí con una expresión así de extraña, luego de tanto tiempo? Y, sobre todo como me comentó después, ¿cómo hice para intuir su estado y describir en una frase el terremoto que le pasaba en su interior?
—¿Y luego?
—Dado que él tenía los teléfonos de todos los misioneros, y sorprendido