Название | Me casé con un cura |
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Автор произведения | Gabriela De Napoli |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878718187 |
Dejo sentado que al conversar con vos me interesa dirigirme al que desee compartir mi testimonio. Por otro lado, a quien no logre comprender del todo mi historia, aunque se esmere en hacerlo. Por último, a quien no comparta lo que expreso; a él le pido que me escuche con respeto.
Tenerte cerca y departir un rato, me resulta gratificante, como beber agua fresca en el desierto. Soy apasionada; ya lo verás. Recurro a metáforas, porque ellas son las únicas capaces de expresar de un modo adecuado las turbulencias interiores. Te doy las gracias por sosegarme con tu escucha y compañía. Desde este momento puedo empezar a sentirme feliz. Quizás presiento un hombro donde apoyar mi alma, y en tu oído atento puedo experimentar un abrazo en mi camino. ¡Gracias por estar ahí!
¿Realidad o fantasía? No sé.
Es mi historia.
Te entrego un abrazo de luz.
Emma de Ancares
1 Igual y diferente
De un amigo interlocutor al lector:
Acepté la invitación de Emma para acompañar sus recuerdos y también la propuesta de hacerlos conocer a otros. Ella estuvo de acuerdo con que yo expresara las dudas o inquietudes que me fueran apareciendo, y así lo hice.
Emma quiere hacer conocer su testimonio, entre otras razones, para sacar todo lo que le pesaba adentro….
Lo que hemos hablado surgió desde lo más sincero de su alma. Quizás a otro lo movilice algo o hasta lo estremezca con alguna lágrima, como le sigue pasando a ella por dentro, cada vez que lo recuerda.
A Emma le resultaba difícil iniciar su historia y por eso empezó a escribir simplemente escribiendo.
Pensaba que redactar sería ser dueña de una idea y nada más que componer con ella un texto en forma apropiada, o al menos pasable; que se trataba de apoderarse de un pensamiento, de sentir el deseo y poseer las razones para hacerlo conocer, y al final adentrarse en lo literario y jugar con las palabras, buscando que la historia fluyera armoniosamente.
Se llevó una sorpresa. Le resultó difícil encontrar el momento oportuno para escribir, porque cargaba desde tiempo atrás con demasiadas heridas en el corazón, que de tan profundas le costaba y aún le cuesta sanar.
Al principio se encontró atragantada con su enojo y su padecimiento, y no descifraba lo que le había tocado enfrentar, ni podía explicar claramente lo que aquellas emociones desagradables habían causado en su alma.
Tenía una fuerte inclinación a expresar lo suyo, pero generalmente se encontraba fuera de toda inspiración y aturdida entre miles de sentimientos que anulaban su sensatez. Así y todo, escribió páginas y páginas. En algún momento hasta más de trescientas. Borró casi todo de ellas y volvió a empezar. Probó cambiar de estilo o formas de redactar. Pidió consejos para hacerlo. Por tiempos, aunque breves, pensó que abandonaba.
Sin embargo, como el mundo interior encuentra un orden cuando se expone, a fuerza de intentarlo logró ir saliendo de su adentro. Poco a poco se fue serenando para encontrar respuestas, y desde ellas iniciar senderos que derivaban en diálogos. Nunca llegaba a estar del todo conforme, pero empezó a percibir que lograba estar más cerca de lo que necesitaba contar.
A menudo pensaba en la Iglesia y en el celibato obligatorio de los sacerdotes católicos. Se preguntaba si valdría la pena un aporte suyo, para que conductas y convicciones, que ya llevan varios siglos de teoría o tradición indiscutida a pesar de muchas prácticas dudosas, lograran rumbear para otro lado.
¿Sería mejor abandonar este anhelo de cambios y hacer como si una parte de su biografía se hubiera borrado?
Amigo interlocutor en diálogo con Emma:
—¿Cuánto creés que ha progresado la postura de la Iglesia, Emma?
—Creo que nada. Es cierto que nada se detiene, pero… ¿significa eso que cambia?
—¿No cambia nada?
—Nada de lo que sobre este punto yo quiero que cambie, verdaderamente cambia. Al mirar hacia atrás el corazón tiende a estar cubierto con algo gris, algo opaco. La realidad se evidencia como es, y parece indiferente a lo que en la vida desea brotar. Lejos estoy de hablar en un tono triste, aunque reconozco que algo de ese sentimiento está al acecho.
Dificultosamente vislumbro recuerdos y pensamientos como en colores pastel, en medio de resentimientos que solo guarda el que vivió mucho, el que olvida poco, o el que sana lento. Guardo emociones desde hace casi treinta años. ¡Ya mucho tiempo!, que me pesa demasiado para seguir llevándolas adentro.
Ahora mismo, demoran los vocablos en salir de mí. Me canso de tanto forzar las reflexiones para que nazcan. No sé si aguanto más.
(Uno, dos, tres, respiro profundo y vuelvo a pujar).
—¿Cómo pudiste vivir tantos años sin hablar?
—Pienso que porque los secretos a veces pudren la garganta y entumecen la voz.
Ha llegado el tiempo de compartir y traspasar la frontera del silencio. Lo que tengo adentro guardado, me agota.
—¿Cómo creés que puedo ayudarte?
—Dejá expandir tus alas capaces de ilusiones y emprendé vuelo conmigo.
Todavía no empecé a hablar y ya me siento mejor.
(Amigo: Así empezó nuestro diálogo. Su relato expresado en primera persona me permitió adivinar los latidos de sus pasiones y fue como si escuchara el ritmo lento y costoso de un arroyo de llanura avanzando entre guijarros, que intentan obstruir o dificultan sus canales para que pueda existir).
—(Emma: Ay… ay... A veces me cuesta respirar y cuando me escucho me doy cuenta de que ha cambiado el tono de mi voz. Quiero decir y decir, y sin embargo me choco con los contornos de mis propias palabras, que me limitan, y no puedo ahondar en lo que quiero expresar con cada una de ellas. Necesito aprender a licuar odios, a hacer de la sonrisa una estrella y a cantar con palomas blancas que traduzcan el susurro de los ángeles).
—¿Qué decías, Emma?
—Me pregunto a quién le puede importar leer sobre la existencia de otro. Puede ser que lo que digo sea solo para mí. Aunque al escribir y por alguna razón, levanto la cabeza hacia el cielo y no me detengo hasta que pueda descubrir por qué lo hago.
—Decís: “la cabeza hacia el cielo”; y abajo ¿hay algo?
—Abajo aparece el camino que fui transitando. Por eso anhelo que alguien reciba mis argumentos como un tesoro y lo cuide.
De Emma al lector:
Pienso que reconocerás algo de mi camino en el tuyo, y a algunas personas también. Son personajes animalescos hasta en la sombra de sus propias patas barrosas, incluyendo a quienes me dijeron: “No te conozco” o "Acá no".
Te sugiero que no te confundas pensando que se trata de un montón de historias pretéritas, porque lamentablemente muchas siguen siendo actuales.
Deseo que mis disputas internas y amarguras formen parte de algo terminado, para decir que son pruebas superadas. Sin embargo, en repetidas ocasiones me encuentro atrapada en medio de comentarios que me recuerdan lo vivido.
¡Todos sabemos que hay gente dañina que nunca para con sus habladurías!
Amigo interlocutor en diálogo con Emma:
—¿Cómo