Bichos Irracionales. Osvaldo Jesús Zarandón

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Название Bichos Irracionales
Автор произведения Osvaldo Jesús Zarandón
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878716268



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pero yo no bajaré. Prefiero morir a tener que matar sólo porque así lo mande el patrón... ¡sube nomás! —.

      Sin pensarlo ni un instante, el matón comenzó a subir. Con gran dificultad y temblando de rabia lograba asirse a una rama, para después hacer pie en una horqueta, y desde allí trepar entre el follaje hasta una rama más alta. Así fue, de rama en rama, hasta alcanzar la más elevada, la misma en donde el joven lo esperaba diciendo: —esta rama es muy delgada para que estemos los dos. Y ya que subir no puedes, ni yo deseo bajar, deberé seguir subiendo, pues si se quiebra terminarás en el suelo con todos tus huesos rotos —. Dicho esto, comenzó a volar: de una rama a otra rama, después, de una rama al cielo, sin mirar hacia atrás ni volver al reñidero. En tanto que, Abelardo, presa de terror, haciendo equilibrio y pensando en sus huesos, lo vio alejarse. Después fueron pasando los minutos, más tarde los minutos transformados en horas, y las horas en abandono. Y allí comprendió que estaba solo, muy solo e indefenso. Solo, lejos del suelo y lejos del cielo.

      EL NEGRO

      En mi estrecha calle urbana,

      de la noche a la mañana,

      de la mañana a la noche,

      sin odios y sin reproche,

      habita un perro, todo, huesos,

      que hace del hambre un exceso.

      La cola seca y caída.

      La mirada descreída.

      Marchitas las dos orejas.

      Sumido hocico, sin quejas.

      Gallardo en su abatimiento,

      el corazón sin aliento.

      Que sin cesar peregrina

      detrás de cualquier vecina.

      Y va irredento en su angustia

      llevando su sombra mustia,

      de árbol a carnicería,

      de allí a la panadería.

      Jadeando de hambre y sed,

      siguiendo a quién no lo ve.

      Solo, o en densa jauría,

      en la diaria correría

      que alborota al vecindario,

      sin importar el horario.

      ¡Ay!... ¡Pobre perro sin casa!...

      ¿no haber nacido de raza?

      Ser un perro distinguido,

      con un nombre y un apellido.

      Obsecuente con sus amos,

      sin gruñidos ni reclamos.

      Mezquino con su comida,

      pensar tan sólo en su vida.

      Como hacen muchos humanos,

      mis bien amados hermanos,

      que miran horrorizados

      si un pobre los ha rozado.

      Pero él es un callejero,

      (tal vez por aventurero).

      Y no finge sus modales

      cuando de quicio se sale,

      y en cualquier vereda queda

      levantando polvareda.

      El negro pelo erizado,

      tembloroso y mal parado

      de desafiar a la muerte

      con un igual o más fuerte.

      Y a veces... suele mirarnos

      (como si deseara hablarnos)

      Y en lo hondo de sus pupilas,

      una tierna luz titila.

      Y entonces suelo pensar:

      ¿Si El Negro sabrá llorar

      a solas su desventura

      de desolada criatura?

      Pero de algo estoy seguro,

      y es que: El Negro, aunque duro

      en esta febril partida

      de andar peleando a la vida,

      se olvida de su dolor

      al mirarnos con amor.

      EL PICAFLOR

      Azul, violeta y dorado,

      verde, pequeño y audaz,

      era un cometa emplumado,

      ígneo, eléctrico y fugaz.

      Descendió sobre el jardín,

      frente al sol crepuscular,

      y en su tibia luz carmín

      se agitaba si cesar.

      Ocultas mieles, bebía

      bañado en polvos astrales

      y en vuelo recto ascendía,

      o en graciosas espirales.

      Luego volvía al jardín

      para posarse en la rosa,

      o brillar entre el jazmín

      como una piedra preciosa.

      Entonces vibraba el aíre

      entre sus alas de seda,

      con un rumor fascinante

      de cascadas y de selvas.

      Y el ave india se elevaba

      hacia el sol, iridiscente,

      como un lucero con alas,

      o una flor fosforescente.

      Pero de pronto la luz

      fue rota en aquel instante,

      la muerte absurda y atroz

      quebró la gema del aire.

      Y sobre el jazmín perplejo

      y la rosa inconsolable,

      fue un vacilante reflejo

      y un arrebato de sangre.

      ¡Ay, corazoncito sin luz!

      ¡Ay, silencio de la tarde!

      ¡Ay!, estrella!... ¡ay quietud!

      ¡Ay, la rosa inconsolable!

      Azul, violeta y dorado,

      verde, pequeño y audaz

      era un cometa emplumado,

      ígneo, eléctrico y fugaz.

      UN AMOR VERDADERO

      A orillas de una laguna

      y en una noche de luna,

      Iban la rana y el rano

      tomaditos de la mano.

      Los dos ¡muy enamorados!

      mirábanse embelesados.

      Y el rano que era poeta,

      cantó a la rana coqueta:

      —¡Te quiero por ser tan bella!...

      ¡Más bella que aquella estrella! —.

      Y allí a su amada besó,

      cuando ella al cielo miró.

      —¡Ay, qué noche tan hermosa! —,

      dijo la rana mimosa,

      y a su amor se acurrucó,

      susurrándole croó- croó.

      Cuando una yarará overa

      que allí acechaba traicionera

      en las sombras enroscada,

      clavó