Cuentos selectos. Paul Bowles

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Название Cuentos selectos
Автор произведения Paul Bowles
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789876286169



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Bowles, siguiendo el consejo del compositor Henry Cowell, comenzó a estudiar música con Aaron Copland.

      Cuando Copland le comentó sus planes de viajar a Europa, no dudó en seguirlo a París, donde continuó su formación musical con el propio Copland y con Virgil Thompson. En la efervescencia cultural parisina de esos años, Bowles también tomó contacto con algunos de los protagonistas de la generación que se llamó perdida, como Ezra Pound y Djuna Barnes, y con Gertrude Stein, por entonces referente indiscutible de los jóvenes artistas estadounidenses allí instalados. Fue Stein quien, con su habitual arbitrariedad, definió a Bowles como un “salvaje artificial” y le aconsejó que abandonara la poesía y se dedicase a la música.

      Paradójicamente, ese apartarse de las letras lo llevó a dar un rodeo que, al cabo de unos diecisiete años, lo devolvió no solo a la escritura sino también al escenario decisivo para su vida y buena parte de sus narraciones: Tánger, la ciudad que, como decía Pierre Loti, “posa altiva como una vedette en la puerta de África”.

      Pero ese amor a la literatura que en un comienzo se reflejó en los materiales que alimentaban su producción musical fue transformándose poco a poco en literatura propiamente dicha. Mucho tuvo que ver, en ese retorno de Bowles a la escritura, la singular relación sentimental que lo unió, desde 1937, con Jane Auer, quien pasó a llamarse Jane Bowles al contraer matrimonio con él y cuya obra literaria Paul estimuló vivamente, al tiempo que se dejaba entusiasmar por ella. Excede el propósito de estas páginas detenerse en la peculiar relación entre ambos hasta la trágica y temprana muerte de la autora de Dos damas muy serias y de un notable conjunto de relatos. Baste consignar aquí que trascendió el vínculo amoroso, nunca impidió que cada uno viviera libremente su propia homosexualidad y, más allá de los rumores en contrario, hay suficientes testimonios para suponer que estuvo basada en una colaboración afectuosa y admirativamente recíproca.

      Otra razón de peso que llevó a Bowles a inclinarse definitivamente por la literatura fue, según Allen Hibbard, uno de sus biógrafos, el hecho de que esta lo libraba de viajar constantemente a los Estados Unidos para seguir de cerca los ensayos de los espectáculos teatrales o musicales para los que componía sus partituras y no requería de la interacción con ninguna otra persona.

      Lo cierto es que, mientras continuaba su exitoso trabajo como compositor (la música para el montaje de Dulce pájaro de juventud de Tennessee Williams, por ejemplo, es de 1959), a comienzos de los años ’40, Bowles empezó a publicar, primero, críticas de música en el New York Herald Tribune y, luego, cuentos en revistas como View, Harper’s Bazaar y Partisan Review.

      Esos primeros relatos publicados no tienen el aspecto de haber sido los primeros escritos por Bowles, a juzgar por su madurez y acabamiento. Llevan ya la marca inequívoca de un estilo: la voz impersonal que recuerda la invisibilidad que pedía Flaubert al narrador, la concisión de un actuario, la precisión de un científico y la clara y perturbadora belleza propia de un verdadero artista.

      Para hablar de los que se incluyen en esta antología, un relato como “Un episodio distante”, publicado originalmente en 1945, pone en juego buena parte de los elementos que estarán presentes en la narrativa posterior de Bowles. En lo que atañe al asunto tratado, desarrolla algo que será una constante en sus relatos y novelas: la imposibilidad de un entendimiento genuino entre dos culturas que hoy continúan dirimiendo violentamente sus diferencias, el mundo árabe, para llamarlo de una manera imprecisa pero reconocible, y el mundo occidental. Un profesor de lingüística de origen presumiblemente anglosajón regresa a una ciudad norafricana a investigar los diferentes dialectos que se hablan en la región y, además, a intentar conseguir unas cajitas hechas con ubre de camella. Ese interés por aspectos de un mundo que le es ajeno terminará por provocar en su vida un vuelco tan drástico como el que Antonio Di Benedetto hace vivir al protagonista de su ejemplar novela Zama, una peripecia cruel que sus verdugos ejercen sin saña, como quien cumple un destino. El narrador se limita a describir la parábola experimentada por el protagonista sin manifestar empatía ni rechazo para con él, ni tampoco para con quienes intervienen en su progresiva degradación. Esta ausencia de juicios morales, esta aparente insensibilidad por la suerte de las criaturas de sus ficciones será desde entonces una constante en una obra en la que abundan la violencia, el desatino y las acciones desmesuradas. Esa ausencia de calificación moral distingue a Bowles de autores vinculados con el existencialismo, como Sartre o Camus, con quienes algunos críticos han creído encontrarle un aire de familia.

      El paisaje y los diferentes aspectos que este adquiere en los distintos momentos del día compiten en protagonismo con los seres que los habitan; y, en más de una ocasión, estos parecen simples y efímeros accidentes del espacio y del tiempo, como si todo estuviera visto desde una suerte de distancia demiúrgica antes que con los ojos de un narrador humano. Esa perspectiva puede encontrarse también en la obra, más reciente en el tiempo, de su compatriota Cormac McCarthy.

      La impermeable incomprensión de una cultura diferente por parte de los blancos occidentales es también el factor que motoriza otro de los notables relatos que transcurren en el norte de África, “El tiempo de la amistad”, en el que la relación insalvablemente asimétrica entre una maestra suiza y un niño argelino se revela en toda su imposibilidad cuando la situación política en el país africano comienza a volverse conflictiva. Pero también es un asunto primordial en relatos que transcurren en tierras calientes del continente americano como México y Colombia o en la hermética Tailandia (“Bajo el cielo”, “El pastor Dowe en Tacaté” y “Olvidó sus cabezas de loto en el autobús”), asumiendo el carácter de una tragedia sorda, de una comedia de enredos y equivocaciones, o de ambas cosas a la vez.

      Pero el pesimismo de Bowles no se limita a señalar las desavenencias entre occidentales y árabes o asiáticos, o entre anglosajones y latinoamericanos; también expone, con similar desafección, el desencuentro entre miembros de una misma cultura, sea esta la occidental, como sucede en “Escala en Corazón” entre los integrantes de una pareja de recién casados, y en “A cuatro días de Santa Cruz” entre un joven tripulante de un barco y sus compañeros veteranos; o se trate de habitantes del noroeste de África, como en el escalofriante relato “La delicada presa”, donde se asiste a un acto perfectamente gratuito, a la manera de Jean Genet; o en “La historia de Lahcen e Idir”, singular variación de “El curioso impertinente”, el célebre relato incluido en el Quijote que Bowles –a pesar de haber sido un profundo admirador de la cultura española– nunca leyó, según ha hecho saber amablemente Rodrigo Rey Rosa al autor de estas líneas.

      A medida que su estadía en Tánger fue deviniendo en residencia permanente, Bowles se convirtió en un referente para los integrantes de la Beat Generation y de la llamada Gay Society –Tennessee Williams, Truman Capote, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes y Cecil Beaton–, sirviéndoles de guía en un país y una cultura aún bastante incontaminados por Occidente. Su conocimiento cada vez más profundo del país –lengua, literatura, música, geografía, gastronomía, religión, drogas, creencias y costumbres– no lo hizo ceder a la tentación de considerarse un entendido, mucho menos como uno más del lugar. No en vano definió alguna vez Tánger como “una sala de espera entre conexiones,