Obras escogidas de Ireneo de Lyon. Alfonso Ropero

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Название Obras escogidas de Ireneo de Lyon
Автор произведения Alfonso Ropero
Жанр Документальная литература
Серия Obras Escogidas Patrística
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788416845095



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el Jesús humano (Adv. haer. I, 7,2).

      Todos coincidían en negar la pasión de Cristo y con ello justificar a la vez su rechazo del martirio por causa de la fe, o quizá llegaron a negar la pasión de Cristo para dejar sin argumentos a los cristianos ortodoxos, a quienes acusaban de suicidas y necios por dejarse matar por las autoridades de este mundo. Para Ireneo la conexión está bastante clara, los herejes niegan la pasión de Cristo porque ellos no están dispuestos a padecer por la verdad del Evangelio. Los herejes “no tienen mártires” (Adv. haer. IV, 32,89). Justino hace notar que los seguidores de Simón el Mago y Marción no son perseguidos, “al menos por sus doctrinas” (Justino, Apología, I, 26). Como ocurre en todos los órdenes de las cosas, las doctrinas esconden y justifican una práctica, no son meras cuestiones intelectuales. El docetismo de los primeros siglos justifica el rechazo del martirio, oponiéndose a la doctrina ortodoxa del mismo, en seguimiento del ejemplo de Cristo. Solo basta leer las cartas de Policarpo (7,8) e Ignacio a los Trallanos, 10, Esmirnenses 4, para darse cuenta (Padres Apostólicos, Policarpo, Carta 7,8, Ignacio, a los Trallanos, 10, a los Esmirnenses 4).

      Para la iglesia, como para sus contradictores, la realidad de la pasión no es meramente una cuestión doctrinal, en ella se halla implicado el pathos del creyente y del mismo honor de Cristo: “Si Cristo no ha sufrido realmente no se le debe ningún agradecimiento, ya que no ha existido la pasión. Y, cuando nosotros comenzamos a padecer realmente, aparecerá Él como impostor por exhortarnos a recibir golpes y a presentar la otra mejilla, si es que Él no ha padecido primero realmente; porque en ese caso, como Él ha engañado a los hombres, aparentando ser lo que no era, así nos engaña a nosotros exhortándonos a soportar lo que Él no ha sufrido; y seremos superiores al maestro cuando padecemos y soportamos lo que no ha padecido ni soportado el maestro. Mas, en realidad, nuestro Señor es el único maestro verdadero, Hijo de Dios verdaderamente bueno y paciente, Verbo de Dios Padre que se hizo Hijo del Hombre. Porque, efectivamente luchó y venció, ya que era un hombre que luchaba por sus padres, pagando con su obediencia la desobediencia. Él encadenó al que era fuerte y libertó a los débiles y dio la salvación a la obra de sus manos, destruyendo el pecado. Porque el Señor es compasivo y misericordioso, y ama al género humano” (Adv. haer. III, 18,3. Cf. E. Pagels, op. cit., cap. 4. “La pasión de Cristo y la persecución de los cristianos”).

      Acostumbrados a la lectura religiosa de los Evangelios sobre las afirmaciones de Cristo tocante a la libertad, entendida casi siempre en términos de perdón de pecados y donación de nueva vida mediante la fe, se suele pasar por alto la novedad y radicalidad del mensaje cristiano en su día y en su mundo.

      Tanto en la religión griega como en la romana la vida de los hombres estaba dominada por un destino que ni siquiera los dioses podían cambiar. Solamente los misterios de Osiris ofrecieron por primera vez al mundo grecorromano una salida individual al inquebrantable destino, enseñando que era posible resistirlo y abrir un camino de salvación. Esto explica su gran difusión por todo el imperio. El cristianismo va a ahondar en ese mensaje liberador frente a todo fatalismo religioso y astrológico de la época. Ireneo, y Orígenes sobre todo, son sus defensores más apasionados. El muy posterior debate teológico sobre la predestinación, la soberanía divina y el libre albedrío oscureció en el sector reformado la importancia y novedad del llamamiento a la libertad del cristianismo. El hombre es necesariamente libre por ser un sujeto moral por libre determinación divina.

      De modo que Ireneo es el teólogo de la unidad de Dios, y de la unidad del designio de Dios sobre la creación a través de la redención de su Hijo y de la acción perenne del Espíritu en la Iglesia; pero es también el teólogo de la libertad del hombre y de la realización progresiva del designio de Dios en la vida humana, que de la infancia va caminando hacia la madurez gracias a la admirable pedagogía divina.

      La primera edición impresa de Contra las herejías fue editada por Erasmo en 1526; está basada en manuscritos de la versión latina, bastante deficientes en algunas partes, corregidas por la edición de Feuardent, profesor de teología de París, publicada en el 1575, que conoció seis reimpresiones. En 1702 apareció la edición de Grabe, un erudito prusiano que utilizó las porciones griegas del texto de Epifanio, publicada en Oxford. Diez años después apareció la importante edición parisina del monje benedictino Massuet, reeditada en Venecia en 1724 y París en 1857 por Migne.

      La edición alemana fue publicada el año 1853, mientras que en 1857 Wigan Harvey publicó en Cambridge una edición crítica inglesa, con la importante innovación de incluir el texto griego del Philosophoumena de Hipólito, recientemente descubierto, y tres nuevos fragmentos de una versión siríaca del texto griego de Ireneo, de la colección Nitrea de manuscritos siríacos del Museo Británico. Estos manuscritos tienen el interés de corregir la lectura de la bárbara versión latina, sin cuya ayuda hubiera sido ininteligible. Adelin Rouseau y Louis Doutreleau publicaron una edición crítica en francés (1965-1982), utilizando los fragmentos griegos que se conservan y la traducción latina que se hizo en el siglo V.

      Sorprendentemente, España quedó descolgada de esta labor hasta hace bien poco, cuando Jesús Garitaonandia Churruca tradujo por primera vez en castellano Adversus Haereses publicada en cinco pequeños volúmenes por la Editorial Apostolado Mariano (Sevilla 1999), basada en la edición crítica de Rouseau y Doutrelau. Casi al mismo tiempo, Carlos Ignacio González, S. J., profesor de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, preparó una nueva edición, literalmente titulada Contra los herejes, publicada por la Conferencia del Episcopado Mexicano (México 2000).

      Antes de esto, teníamos los magníficos trabajos de Antonio Orbe, que es, sin lugar a dudas, el mayor especialista de Ireneo en castellano. Suyas son las siguientes obras:

      Parábolas evangélicas de San Ireneo, 2 volúmenes. BAC, Madrid.

      Antropología de San Ireneo. BAC, Madrid 1969.

      Cristología gnóstica. Introducción a la soteriología de los siglos II y III. 2 vols. BAC, Madrid 1976.

      Teología de San Ireneo, 3 vols. BAC, Madrid 1985-1988.

      Así como la edición bilingüe y crítica de:

      Demostración de la predicación apostólica. Editada por Mons. Eugenio Romero Pose. Ciudad Nueva, Madrid 1992.

      ALFONSO ROPERO

      CONTRA LAS HEREJÍAS

      LIBRO I

      EXPOSICIÓN DE LAS DOCTRINAS HERÉTICAS

      Prefacio

      1. Hay quienes, rechazando la verdad, introducen falsos discursos y “genealogías interminables, más propias para promover discusiones”, como dice el apóstol, “que para la edificación de los planes de Dios, que se fundan en la fe” (1ª Ti. 1:4). Por una verosimilitud, dispuesta artificiosamente, seducen el espíritu de los necios y los cautivan alterando las palabras del Señor, haciéndose mal intérpretes de lo que ha sido expresado correctamente. Se hacen así causa de la perdición de muchos, apartándolos, con el pretexto de gnosis, de aquel que ha establecido y ordenado este universo; como si ellos pudieran mostrar algo más elevado y más grande que el Dios que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que ellos contienen.

      Por medio de su elocuencia atraen de manera especial sobre todo a los que son un tanto simples y tienen comezón de oír; después, sin preocuparse más de la verosimilitud, causan la ruina de estos desgraciados, inculcando pensamientos blasfemos e impíos contra su Creador a gentes incapaces de discernir lo falso de lo verdadero.

      2. Porque el error no se manifiesta tal cual es, por temor de que, apareciendo desnudo, sea reconocido; sino que, adornándose artificiosamente de un vestido de verosimilitud, obra de modo que aparece a los ojos de los ignorantes más verdadero que la verdad misma, gracias a esta