Obras escogidas de Ireneo de Lyon. Alfonso Ropero

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Название Obras escogidas de Ireneo de Lyon
Автор произведения Alfonso Ropero
Жанр Документальная литература
Серия Obras Escogidas Patrística
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788416845095



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creación de la divinidad, sino de un principio inferior cuya ley cumple e impone. El verdadero Dios tiene que ser el Dios desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo y sus injusticias, el Dios totalmente Otro. El mundo es el producto de un poder ignorante, repetirán una y otra vez los gnósticos para sorpresa de Ireneo, y por ello malvado, surgido de la voluntad de dominio y de coacción. Las leyes del universo son las leyes de este dominio, y no las de la sabiduría divina. La ley del Imperio bajo la que se encontraban era el decreto de un poder externo, y el mismo carácter tenía para ellos la ley del universo, el destino cósmico, cuyo ejecutor terreno era el Estado mundial.

      Los gnósticos, como bien dice Hans Jonas, si hubiesen querido formular la base metafísica de su nihilismo, hubiesen podido decir como Nietzsche: “el Dios del cosmos ha muerto», es decir, ha muerto como Dios, ha dejado para nosotros de ser divino y de dar dirección a nuestra vida (cf. Hans Jonas, La religión gnóstica. El mensaje del Dios extraño y los comienzos del cristianismo (Siruela, Madrid 2000). El Dios gnóstico distinto del Demiurgo es el totalmente otro, ajeno a nosotros, desconocido, que no tiene nada que ver con el mundo presente, de ahí el desprecio del mundo por parte de los gnósticos “Todavía más atrevidos que Epicuro –se quejaba Plotino– en sus reproches contra el señor de la providencia y contra la providencia misma, desprecian toda la legalidad de este mundo y la virtud que se ha ido formando entre los hombres desde el comienzo del mundo” (Plotino, Enéadas, 11, 9, 15).

      Lo que para sus contemporáneos es libertinaje y anarquía, para los gnósticos es la consecuencia práctica de sus doctrinas: hostilidad contra el mundo y contra la vida humana en el mundo. Por eso repudian al Dios creador del Antiguo Testamento, que hizo el mundo, creyendo que era bueno, y buscan el Dios desconocido que no es creador en absoluto. Las licencias que condena Ireneo, son para ellos el modo de afirmar su indiferencia, menosprecio y superioridad sobre las leyes propias del Dios inferior interesado en perpetuar su dominio sobre el mundo. Por eso ponen en duda y quebrantan los valores de la sociedad civil y eclesial, entregándose al exceso. Es un fenómeno típico en tiempos de crisis y angustia, bien conocido en las sectas mileniaristas de la Edad Media y de la Reforma.

      No todo era exceso y libertinaje en los gnósticos. Algunos tomaron el camino de situarse fuera de la norma objetiva mediante el retiro del mundo, la práctica de la vida solitaria, de modo que la libertad mediante el abuso o la libertad mediante el no uso no eran más que formas alternativas de expresar su rechazo de los valores del mundo. También es muy probable que la mayoría de los gnósticos llevasen una vida normal en la sociedad, al mismo tiempo que se dedicaban a su búsqueda interna. Dentro de las iglesias desafiaban la autoridad de los obispos y presbíteros, confiando en el acceso directo a Dios. Más adelante nos detendremos un poco en esto.

      Para Ireneo, la respuesta a la angustia y al problema del mal en el mundo camina en dirección opuesta. Hay que tener confianza en la bondad natural de la creación, pues obedece a un plan divino superior donde la libertad se manifiesta no en el abuso y la transgresión, sino en la asimilación a Dios por la fe y gracias al Espíritu, en un espíritu de honestidad y buena conducta hacia todos, precisamente lo que echa en falta en algunos herejes. “Es un espectáculo banal –dice– el de esos hombres que explican pomposamente, cada uno a su manera, de qué pasión y de qué elemento trae su origen la materia. Me parece que no quieren entregar manifiestamente estas enseñanzas a todo el mundo, sino solo a aquellos que son capaces de pagar sustanciosas recompensas a cambio de tan grandes misterios” (I, 4,3). Por si fuera poco, y de forma semejante a muchos casos actuales, parece que algunos sectarios también se dedicaron al abuso sexual de sus seguidoras so capa de religiosidad, hasta el punto de destruir los matrimonios, para así acceder fácilmente a las mujeres apetecidas, pues es evidente que no hay nada nuevo bajo el sol. “Por eso los más perfectos de entre ellos cometen sin temor todas las acciones prohibidas, aquellas de las que las Escrituras afirman ‘los que las hacen no poseerán en herencia el reino de los cielos’” (Gá. 5:21). Comen sin discernimiento las viandas ofrecidas a los ídolos, estimando no ser de ninguna manera mancillados por ellas. Son los primeros en mezclarse en todas las diversiones que se dan en las fiestas paganas, celebradas en honor de los ídolos. Algunos de ellos no se abstienen ni siquiera de los espectáculos homicidas, que horrorizan tanto a Dios como a los hombres, en que los gladiadores luchan contra las fieras o combaten entre sí. Otros, haciéndose hasta la saciedad esclavos de los placeres carnales, dicen que lo carnal se paga con lo carnal y lo espiritual con lo espiritual. Los hay que se relacionan en secreto con las mujeres que adoctrinan, como lo han reconocido con frecuencia, con otros errores suyos, las mujeres seducidas por ellos y convertidas después a la Iglesia de Dios. Otros, procediendo abiertamente y sin el menor pudor, han apartado de sus maridos, para unirse a ellas en matrimonio, las mujeres de las que se habían enamorado. Incluso otros, después de unos comienzos llenos de gravedad, en que fingían habitar con las mujeres como con hermanas, han visto, con el transcurso del tiempo, descubierto su engaño, al quedar la hermana embarazada de su supuesto hermano” (I, 6,3)

      “El mismo Marcos usa incluso de brebajes amorosos y hechizos, si no con todas las mujeres al menos con algunas de ellas, para poder deshonrar sus cuerpos. Ellas, después de regresar a la Iglesia de Dios, han reconocido que han sido mancilladas muchas veces por él en su cuerpo y que ellas a su vez han experimentado una gran pasión por él” (I, 13,5).

      Forman un ejército los que acusan a los primeros cristianos de haberse dejado llevar por la metafísica griega hasta el punto de desfigurar el cristianismo de Cristo, nacido en seno de la comunidad judía y del pensamiento hebreo; ajeno, por tanto, al modo e ideas de la filosofía helénica. Esta acusación ignora muchas cosas. En primer lugar, que no existe un supuesto pensamiento hebreo puro, impermeable a las ideas de la época, no solo helénicas, sino, principalmente persas. Muy pocos, si algunos, se han detenido en este aspecto de la tremenda influencia de la religión persa en el judaísmo postexílico, pese a ser un dato de primer orden en historia de las civilizaciones. Los judíos deportados por los asirios recibieron un poderoso impacto en su conciencia religiosa de parte de los iranios, a la vez que el culto judío influenció en sus vencederoes asirios. “Hacia el siglo II a.C. la interpretación mutua del judaísmo y del zoroastrismo había ido tan lejos que nuestros modernos investigadores occidentales encuentran las mayores dificultades en determinar y distinguir las respectivas contribuciones hechas por estas dos fuentes a la corriente alimentada por sus aguas unidas (Plotino, Enéadas, 11, 9, 15).

      En segundo lugar, que los llamados Padres de la Iglesia fueron muy cuidadosos en no permitir en sus escritos especulaciones ni ideas que no tuvieran base escritural. No es fruto de la escolástica medieval, sino de los teólogos del siglo II la utilización de la filosofía como ancilla, sierva de la teología, o por mejor decir, de la doctrina apostólica. Allí donde perciben la menor discrepancia entre filosofía y Escritura, optan sin dudarlo por la segunda. Su adhesión a la auoridad bíblica no conoce fisuras. Es un hecho fácilmente comprobable repasando sus escritos. Gregorio de Nisa, que había nacido en Cesarea de Capadocia alrededor del 355, y que es uno de los Padres griegos más instruidos, resume el modo cristiano de relacionarse con la filosofía y cultura clásica en general. Para él es correcto emplear la especulación humana y el razonamiento filosófico a propósito del dogma cristiano, pero las conclusiones no serán válidas a menos que estén de acuerdo con las Escrituras (Gregorio, Contra Eunomio, 45). Además, para apurar el dato histórico, hay que señalar que la idea de emplear la filosofía como sierva de la doctrina revelada se remonta al judío alejandrino Filón.

      En tercer lugar, y no se ha reparado bastante en ello, fueron los escritores rechazados por la Iglesia como herejes los que verdaderamente hicieron una lectura metafísica y hasta paganizante del Evangelio, hasta el punto que, de haber triunfado, el cristianismo habría venido a nada, es decir, a nada reconocible en la enseñanza original del Jesús de Nazaret. Lo que ocure es que se ha rodeado a todo lo herético de los primeros siglos, a lo rechazado por la Iglesia de la época, de un halo de seriedad y veracidad superior a la supuesta jerarquía manipuladora y totalitaria. Se trata, indudablemene, de leer en la antigüedad un prejuicio moderno. Querer ver en los gnósticos una versión original y fiel del cristianismo suprimida por la jerarquía de la Iglesia es simplemente