Obras escogidas de Ireneo de Lyon. Alfonso Ropero

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Название Obras escogidas de Ireneo de Lyon
Автор произведения Alfonso Ropero
Жанр Документальная литература
Серия Obras Escogidas Patrística
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788416845095



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pacificador en la controversia sobre la fecha de la Pascua por la carta al obispo de Roma Víctor I (189-198), donde le advierte que no rompa con facilidad la unión, ya que Víctor había creído que algunos obipos de Asia y Oriente, que celebraban la Pascua con los judíos, el día catorce de la luna, habían de ser condenados (Jerónimo, De Viris Illustribus, 35).

      Gregorio de Tours cuenta que fue martirizado bajo el reinado de Septimio Severo en el año 202 o 203, pero no es del todo seguro, ya que no dicen nada al respecto Tertuliano, Hipólito, Eusebio, Efrén, Epifanio, Agustín ni Teodoreto. La primera noticia de su martirio proviene de Jerónimo, ofrecida en su comentario al libro de Isaías, escrito alrededor del 410, donde se habla de Ireneo como vir apostolicus episcopus et martyr (varón apostólico obispo y mártir), pero calla cuando trata ex profeso de la vida de Ireneo, por lo que la noticia sobre su martirio se atribuye a una interpolación.

      Eusebio habla de un buen número de obras escritas por Ireneo, de las que nos transmite algunos fragmentos, pero solo se han conservado dos: Elenjos kai anatrope tes pseudonímon gnóseos (Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis), y Epídeixis ou apostolikon kerigmatos (Demostración de la enseñanza apostólica). No tenemos el original griego de ninguna de ellas.

      La primera, escrita hacia el año 180, ha sobrevivido en una traducción latina muy literal, conocida como Adversus Haereses, además de unos fragmentos griegos, armenios y siríacos. Esta obra aparece dividida en cinco libros o capítulos, como diríamos hoy. En el primero Ireneo presenta los diversos sistemas gnósticos, deteniéndose en los valentinianos y trazando su origen hasta Simón Mago, padre de todos los herejes. En el segundo refuta con argumentos tomados de la razón y de la misma lógica gnóstica las tesis de los seguidores de Valentín y Marción. En el tercero muestra la verdad y unidad de la predicación de la Iglesia sobre Dios y Cristo. En el cuarto afirma detalladamente la unidad radical de los dos testamentos o alianzas productos de un mismo Dios. Por último, el quinto se centra en la enseñanza paulina sobre la resurrección de la carne, para terminar con una visión milenarista del Reino eterno, que recapitula todas las cosas creadas: al hombre con Dios y con el mundo, con su carne y con su tierra, tomando así la anakephaloisis paulina de Efesios 1:10, que será también el eje sobre el que gire el sistema teológico de Orígenes.

      De la segunda obra, Epídeixis o Demostración, se ha conservado entera solo una traducción armenia, de los años 575 a 580, descubierta en el año 1904. Es una versión breve no polémica, sino apologética de la teología de Ireneo, dirigida a un tal Marciano. Expone la predicación de la enseñanza apostólica y explica las razones de los dogmas divinos con referencia a la Escritura. Es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del siglo II, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo. En la primera parte comienza con una teología de la economía o historia de la salvación, Dios y la creación (4-16), seguida por el pecado del hombre y la misericordia divina (17-30) y la obra redentora de Cristo (31-42). La segunda parte muestra la verdad de la historia de la salvación según las Sagradas Escrituras, la preexistencia y la encarnación del Hijo de Dios (43-51), el cumplimiento de las profecías sobre Jesús (52-84) y el cristianismo como cumplimientos de las profecías mesiánicas (85-97). Concluye con una exhortación pastoral a vivir la fe y oponerse a la herejía (98-100).

      La primera traducción latina del Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis debió de hacerse inmediatamente después de su composición en griego, pues Tertuliano ya la usa en latín diez años después en su tratado contra los valentinianos (Adversus Valentinianos). Su traductor tuvo que ser un celta a juzgar por su latín bárbaro, quizá un presbítero de Lyon.

      Su objetivo primero fue refutar a los seguidores del famoso gnóstico alejandrino Valentín, aunque después se extiende a otros herejes, conforme iban pasando los años que Ireneo dedicó a componer la totalidad de la obra. Sus fuentes son los escritos de los mismos herejes, algunos de los cuales fueron descubiertos recientemente en las proximidades de la localidad egipcia de Nag Hammadi.

      Allí, en diciembre de 1945, se encontraron doce códices coptos y un buen número de fragmentos, que contienen cincuenta obras de autores gnósticos. Fueron depositados en el lugar alrededor del año 400 d.C. y aunque se descubrieron en 1945 no se comenzaron a publicar hasta años más tarde.

      No hay pueblo en el mundo que no se haya preguntado una vez en su historia por el angustioso problema del mal. En épocas de transformación político-social, cuando el viejo mundo se viene a bajo, y las antiguas creencias son incapaces de soportar y responder a los nuevos retos y a las nuevas ideas, la pregunta sobre el mal y su origen se convierte en punto de partida de una revisión radical de la cosmosivión que ha dejado de ofrecer seguridad. “¿De dónde el mal y en qué consiste?”, se pregunta el gnóstico Valentín, “¿de dónde procede el hombre y cómo y cuál es la cosa suprema? ¿De dónde Dios?” (Tertuliano, De praescriptione haereticorum, 7).

      Es posible que el gnosticismo sea anterior al cristianismo, pero poseemos pruebas claras de que a mediados del s. II d.C. los gnósticos tenían mucha fuerza y adeptos en las iglesias bañadas por el Mediterráneo; desde el sur de Francia hasta Alejandría, en Egipto, donde surgieron un número considerable de maestros y una cantidad no menor de sectas o partidos. El gnóstico se creía poseedor de un conocimiento (gnosis) secreto y salvífico superior a la fe de los simples cristianos, apodados de hílicos o materiales.

      No eran filósofos, pues en sus ideas se mezclan especulaciones míticas y numerológicas explicadas con un alegorismo extremo. Una “mitomanía” alegórica y matemática que embriagaba los espíritus, dando pie a la infinita curiosidad que atormenta el alma humana. Su lenguaje hoy nos resulta tan extraño como a muchos de sus contemporáneos. De todos modos, su pretensión de conocimiento superior, de corte mistérico, reservado a los iniciados, y su pretendida solución al problema del mal, le ganó para sí un buen número de seguidores y adeptos entre las capas más cultas de la sociedad. Los teólogos ortodoxos más habituados al ejercicio dialéctico, Clemente de Alejandría y Orígenes, por ejemplo, comprendieron que detrás de la jerga sobre eones y genealogías se hallaban elementos de valor e importancia. Frente a los más rígidos que combatieron el gnosticismo sin entenderlo, ellos buscaron promover una verdadera gnosis cristiana y ortodoxa. El rechazo indiscriminado del gnosticismo, llevó a la formación de sociedades ocultas y secretas, que reaparecen cuando la situación les es propicia. Como escribía el Dr. Raven, el tipo de personas atraídas por esta clase de enseñanza y práctica, suelen ser en general gente sensitiva, y a menudo de temperamento religioso, místico, como se suele decir, sin olvidar la contrapartida de los introvertidos, exhibicionistas y charlatanes, que medran en estos círculos, para descrédito de los mismos (Charles E. Raven, St. Paul and the Gospel of Jesus, p. 106. SCM Press, Londres 1961).

      Cuando no se atienden las necesidades espirituales de este tipo de gente, con las garantías de la enseñanza ortodoxa y sin los peligros de la bufonería narcisista tan propia de personajes sin control institucional, amparados bajo el velo del misterio y del secreto, velo que, en muchos casos, una vez retirado deja ver en toda su desnudez la desilusionante pobreza y mediocridad de su pretendida sabiduría profunda.

      “No reserváis nada a Dios –afirma Ireneo irónicamente–. Vosotros pretendéis exponer la génesis y la producción de Dios mismo” (Adv. haer. II, 28,4). “¿Por qué se muestran superiores al Demiurgo esos hombres, ante los que se pasma de admiración una gran multitud de necios, como si pudieran aprender de ellos algo superior a la verdad misma?” (I, 30,2).

      Como todas las ideas surgen en un momento histórico determinado y obedecen a una situación concreta, es significativo que la gnosis sea la moda de las clases cultas oprimidas, judíos, egipcios, sirios, galos, sometidos a una ley extranjera, la impuesta por el Imperio romano, y a la presencia y dominio de unos dioses que no son los suyos. Son sociedades sometidas al trauma de la desaparición de sus centros de seguridad ancestral. Los dioses, el cielo y la tierra que en otro tiempo les cobijaban se han vuelto amenazantes, extraños. “Es el sentimiento de un abismo absoluto