Juan Tres Dedos. Segismundo Gallardo

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Название Juan Tres Dedos
Автор произведения Segismundo Gallardo
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789563176230



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      Juan Tres Dedos

       ©Segismundo Gallardo

       Primera edición: agosto 2020

       © MAGO Editores

       Director: Máximo G. Sáez

       www.magoeditores.cl [email protected] Registro de Propiedad Intelectual: N°: 301.852 ISBN: 978-956-317-581-3 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Lectura y revisión: MAGO Editores Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

      Prólogo

      Describe tu aldea y serás universal, sentenció León Tolstoi, conminando a los escritores noveles de partir siempre por lo conocido, y, comenzando por ahí, aventurarse hacia lo desconocido, hacia lo fantástico, incluso, guiados luego por su oficio y una fértil imaginación. Todos los clásicos han seguido el precepto. La novela que tenemos ahora frente a nuestros ojos no se aparta de ese canon. Es la exaltación de la figura paterna, (motivo tan antiguo como la escritura misma), del tótem familiar, y, otra vez a la manera de los clásicos, del héroe. Y en este punto, querido lector, ciertamente agradecerás contar con un auténtico héroe literario en estos días grises donde se destacan, como protagonistas actuales del arte literario, otros modelos muy diferentes, como son el fracasado, el deprimido inmóvil, el bellaco, el estafador de sí mismo, y, más frecuentemente, el hombre mediocre.

      Ahora bien, hablar del padre como figura literaria, es hablar de un tema que ha tenido una presencia fundamental en el desarrollo de la literatura de todos los tiempos. Su enfoque, desde luego, varía según los países, y los escritores que han abordado este arquetipo han pasado por todos los matices, desde el odio profesado en secreto que podemos encontrar, por ejemplo, en Carta al padre, de Franz Kafka, hasta el amor incondicional reflejado en la venganza de Hamlet, el insufrible príncipe de Dinamarca, sin olvidar los anémicos tributos a Freud que suelen hacer muchos escritores contemporáneos, fascinados con el psicoanálisis y el misterio del inconsciente, y que deberían seguir el ejemplo de Edipo y matar a su padre intelectual (en sentido metafórico, desde luego). Y, aun así, el verdadero homenaje al padre ha quedado un poco olvidado por la literatura clásica, que ha preferido destacar su histórico papel de tirano y opresor de su familia, cuando no sencillamente ausente.

      Por eso, y por varias otras razones que el lector podrá descubrir por sí mismo, es un verdadero placer hallar una novela como Juan Tres Dedos, porque en sus páginas el tótem paterno se vale por sí mismo, obedece a su propia mitología, tanto por la historia misma y su trama, como por el cuidado tratamiento de la prosa que ha hecho Segismundo Gallardo; prosa fluida que avanza por sí sola, sin esfuerzo, aparentemente sencilla, aunque con una tensión que va in crescendo y que la hace adquirir ese carácter propio que trasciende las palabras y la coloca medio a medio en el lugar de donde ha salido: la vida real. Porque el protagonista de esta notable historia, dicho sea de una vez, es el propio padre del autor, lo que transforma esta novela reveladora en un significativo viaje hacia los propios orígenes.

      Gabriel Gallardo

      7 de septiembre de 2018

       Un breve despertar

      Sonaban estremecidas las planchas de zinc del techo de su casa, ante la fuerza del viento silbante de aquella noche fría —en Comodoro Rivadavia, Argentina—, cuando Abel sintió ese extraño temblor arriba de su estómago y al instante una convulsión repentina y violenta que recorrió y envolvió su cuerpo de pies a cabeza por un par de segundos, y, acto seguido, tal como si fuese un coligüe verde que alguien dobla hasta quebrarlo, escuchó el sonido seco de sus entrañas al estallar. Su sangre comenzó lentamente a escaparse de sus venas, recorriendo sus cansadas carnes, esparciéndose suavemente por las sábanas. Sintió su humedad espesa y casi entre sueños murmuró:

      —Vieja, me estoy desangrando.

      Sus párpados le pesaban. Normalmente cuando eso pasaba, con solo poner la cabeza en la almohada se dormía. Ahora todo se presentaba distinto. A pesar de esa característica pesadez en sus ojos, por primera vez en su vida tuvo conciencia de que empezaba a transitar nuevamente entre la vigilia y el sueño. Lo que nunca había pasado antes, sucedía ahora. Se daba cuenta de que se estaba quedando dormido y que, a pesar de sus esfuerzos por permanecer despierto, poco a poco… lentamente… el sueño lo iba venciendo irremediablemente, mientras escuchaba a lo lejos algunas voces y un extraño ajetreo.

      —No es nada, vieja, ya pasó, salió solo un poco de sangre tibiecita, otras veces la he sentido fría… sigamos durmiendo.

       Buscando trabajo

      Es su primer día de trabajo en la imprenta Chorrillos, ubicada en la esquina de Chorrillos con Aldunate, callejuelas inundadas de charcos y corrientes de aguas lluvias que bajan desde los cerros, abriéndose en hebras rojizas y azuladas producto de la descomposición y el óxido de los metales del ripio y que, al mezclarse con los afloramientos de aguas servidas de las letrinas, forman un barro negruzco y maloliente. Llueve torrencialmente como es habitual en este Puerto Montt de principios del siglo XX, donde sus casi treinta y cinco mil habitantes conviven a diario con la espesa humedad de la costa y los intensos olores de sus playas cubiertas por restos de pescados y mariscos que los pescadores depositan en ellas, producto de la limpieza de los mismos y que así faenados venden directamente en la Caleta Angelmó.

      Abel, que recién se empina sobre sus primeros diez años de vida, se siente todo un hombre, dispuesto a iniciarse en la vida laboral y no quiere por ningún motivo perderse esta oportunidad. Pasaba ya oscureciendo el día anterior por delante de la imprenta cuando vio el letrero: «SE NECESITA AYUDANTE DE IMPRENTA» leyó con dificultad. Cursaba el segundo año preparatoria y, a fuerza de varillazos en las manos y tirones de orejas, había aprendido a leer y escribir. Con el hambre aprisionando sus tripas, no lo pensó dos veces. «Aunque alcance solo para que mi mamá y yo comamos», pensó. Esa visión de niño pobre y triste fue la que conmovió al viejo dueño y único trabajador de aquella vetusta maquinaria.

      —¿Tú no vas a la escuela? —lo interrogó con las manos enfundadas en su mameluco de mezclilla desteñido y con manchas de tinta por todo el frente de sus piernas y su pecho.

      —No —dijo el niño, rascándose nerviosamente la cabeza—. Este año no he podido ir porque mi mamá está enferma y la he tenido que cuidar. Además, ahora tengo que trabajar para comprar las cosas de comida porque ya se acabaron.

      —¿Y tu papá? —preguntó, adivinando la respuesta.

      —No tengo.

      —¿Y tu mamá, qué hace?

      —Es lavandera.

      —¿Dónde vives?

      —En calle Miraflores.

      —¿Sabes el número?

      —No tiene.

      Procedió entonces a darle al viejo, las indicaciones de cómo llegar a su casa. Vivía como a diez cuadras de la imprenta.

      —¿Cómo se llama tu madre?

      —Herminia.

      El negocio de imprenta iba de mal en peor, con suerte duraría un año más antes de cerrar. Este pensamiento le producía al viejo más nostalgia que temor. En el ocaso de su vida, él y su anciana esposa, no aspiraban a nada más que sobrevivir lo mejor posible, bastaba con tener para comida y remedios. En último caso, para situaciones más complicadas estaba la Posta del Seguro Obrero. Su vieja Linotipia presentaba ya problemas en la calidad de su impresión. Cuando sus hijos eran pequeños, hacía ya unos veinte años atrás, todo iba bien, tenía tres operarios y muchos clientes, entre ellos el diario El Melipulli.

      Fue precisamente en el leer de reojo las páginas de ese diario, egresadas de su imprenta, que se informó de la Gran Depresión de 1929, con sus jueves y martes negros y que, según se señalaba, Chile era uno de