Ladrar al espejo. Álvaro González de Aledo Linos

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Название Ladrar al espejo
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417845247



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Luego me enteré de que en Francia eso significa borrachera, tal vez aludiendo a que a los borrachos se les pone roja la nariz, igual que se te pone roja si te la retuercen. El equivalente al gesto español de empinar el codo. Yo no lo entendía y les pregunté por qué sospechaban que iban bebidos. Para mí ninguno de los dos tiarrones tenía aspecto de ser el que al final de la peli se lleva a la chica, pero los hubiera tenido por compañeros de pantalán sin ninguna aprehensión. Por unanimidad dijeron que por la forma de hablar. Claro, no era nuestro idioma y nosotros no percibíamos esos matices. Al final se colocaron en otro hueco vacío, muy cerca de la rampa de varada, y ni nos dirigieron la palabra, aunque a lo mejor por dentro estaban pidiendo nuestras cabezas.

      El principal problema de llegar tarde a un puerto es no poder ducharte si se han ido los de la oficina y no tienes la clave para acceder al baño. En La Turballe nos pasó eso. Los franceses del barco de al lado tenían la clave, pero las duchas funcionaban con un “jeton”, que es una ficha como las antiguas de las cabinas de teléfonos, y la máquina que los suministraba no funcionaba. Yo me duché a bordo pero Mario, más valiente, a pesar de la hora se fue a bañar al mar y luego a las duchas con agua fría de la playa. Cenamos a bordo y por la noche nos tocó soportar el crepitar de la lluvia en el techo, porque cayeron varios chubascos que hasta nos despertaron. A cambio por la mañana nos fuimos antes de que abrieran las oficinas, por lo que involuntariamente nos tuvimos que ir sin pagar, aunque no nos pareció incorrecto porque realmente no habíamos recibido ningún servicio.

      Así pues, salimos de la Turballe a las 7.30 h por la necesidad de llegar a Belle-Île con la pleamar, para la apertura de la esclusa de las 15 h. Por eso no nos quedó más remedio que salir bajo un chubasco, y luego aguantar varios diluvios por el camino que hacían ebullir la superficie del mar, aunque hablar de superficie era un eufemismo ya que había tanta agua por encima como por debajo de la línea de flotación. Aun así conseguimos hacernos las 27 millas a vela en unas seis horas y llegar justo cinco minutos antes de la pleamar. ¡Hay que fastidiarse con esta meteorología bretona, llegar a Belle-Île (en teoría “La Isla Bella”) en pleno junio con todo el Pescanova puesto! Esperábamos un paisaje bello como una primavera japonesa y encontramos una tierra que cuando conseguíamos verla entre la lluvia era de un solo color, el marengo, bajo un cielo gris como un elefante recién lavado.

      Eso sí, el recorrido estuvo lleno de emociones fuertes. Vimos la primera manada de delfines de este viaje, se acercaron al Corto Maltés por babor y había varios chiquitines. Por la radio empezaron a anunciar ejercicios de tiro del ejército francés. Resulta que no practican solo en Las Landas, también los hacen en esa costa y estaban anunciando maniobras para los próximos días, con dos fragatas que iban a efectuar fuego real y un desembarco. No conseguí coger las coordenadas porque solo las daban en francés, sin decirlas luego en inglés como es lo habitual, a toda velocidad y sin repetirlas, y eran polígonos con varios vértices que anotar. Lo que sí entendí es que estarían navegando por la zona las dos fragatas y que estaba prohibido acercarse a 150 metros de su popa y a 100 metros de su costado. ¡A cualquiera se le ocurre acercarse a “eso”! Tendría que preguntar en Capitanía las fechas y las coordenadas porque los ejercicios iban a ser allí, en la misma bahía de Quiberon por donde tendríamos que pasar para seguir de Belle-Île hacia el Norte. Al llegar a Belle-Île vimos dos grandes barcos de color gris naval fondeados frente al puerto de Le Palais, que es la capital y el puerto principal, y eran las fragatas de los ejercicios que se nos habían adelantado.

      Finalmente llegamos a Le Palais (47º 20,81’ N; 3º 9,02’ W) a las 14.52 h. No ocupamos la parrilla de ninguna radio, pero después de las dificultades para mí era una emoción especial porque de aquí en adelante ya no conocía la costa, mientras que hasta ese punto la había recorrido en mi anterior navegación a Bretaña, en 2015. O sea que llegaba con todos los sentidos abiertos a las novedades. El puerto está presidido por La Ciudadela, un impresionante fortín construido por Vauban (vuelve a aparecer en el relato) en el siglo XVIII. Es un puerto de ferries que unen la isla al Continente, y sus idas, venidas y maniobras añaden una dificultad más al ya de por sí difícil tráfico en ese puerto complicado. Porque en efecto tiene cuatro dársenas. Un antepuerto no esclusado que no tiene una protección absoluta de los elementos, especialmente cuando sopla del Norte al Este, que deja entrar las olas y el fondeo es movidito. En verano colocan en este antepuerto unos pantalanes flotantes provisionales para los barcos que esperan la apertura de la esclusa. Cuando no los han colocado, o están llenos, solo queda esperar en las boyas; o fondeado, sin acceso directo a tierra. En total cuarenta plazas. Luego viene el “Puerto de varada”, que como su nombre indica se seca en bajamar, y está lleno de pequeñas embarcaciones locales. A continuación el “Bassin a flot”, pasando una esclusa y un puente levadizo, que está dragado a 2,5 metros y es donde se sitúa en muelle comercial y la mayoría de los atraques para la náutica deportiva. La esclusa y el puente se abren solo desde una hora antes a una hora después de la pleamar aproximadamente (depende del coeficiente) y solo durante el día, de 6 a 22 h. A un lado está el muelle comercial, con grúas para pequeñas cargas, naves y almacenes, y enfrente el muelle deportivo con pantalanes. El espacio es reducidísimo y los pantalanes (noventa plazas) no tienen fingers. Colocan a los barcos abarloados unos a otros hasta en filas de cinco o seis. Esa distribución es incomodísima, porque tienes que pasar tus amarras y tus tomas de luz y agua por encima de los demás barcos, para ir a tierra tienes que saltar igualmente de barco en barco, y si de repente un día se quiere marchar uno de los del interior tienen que hacer la maniobra todos los de fuera, dejarle salir y volver a colocarse. Un auténtico lío, pero sin otra solución en un puerto tan abarrotado y además en una isla, porque la única alternativa es no dejarte entrar y hacerte volver al Continente. Y finalmente el cuarto es el “Bassin de la Saline”, el más interior, separado del Bassin a flot solo por un puente levadizo que se abre a demanda, pero ya sin esclusa, dragado a dos metros, y reservado para barcos locales y con diez plazas para visitantes.

      Bueno, pues al entrar en Le Palais no tardó en acercarse a nosotros un marinero en una Zodiac para situarnos. Había dos o tres por el puerto exterior recibiendo a todos los que llegaban, y desplazándose en las Zodiac a una velocidad endiablada y derrapando en las curvas, como si toda su vida fuera una recta final. Vimos que a los de la regata los estaban haciendo esperar fuera fondeados, y a los demás nos situaban al fondo del puerto exterior a estribor, justo tras el amarradero del ferry, en un trocito de muelle donde nos abarloamos de tres en tres. Allí esperamos como una hora, durante la cual el tiempo cambió, el cielo se despejó y nos quitamos la ropa de aguas para empezar sudar, y la marinería nos fue pidiendo nuestros datos para situarnos luego en el interior. Había que tenerlo todo claro