Ladrar al espejo. Álvaro González de Aledo Linos

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Название Ladrar al espejo
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417845247



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todo en un caldero) y la cama es una tabla con un saco de velas encima, donde no dormiría ni Simón el Estilita. Pues ellos aguantan allí varias semanas de regata y otros, como Cifri, hasta lo han convertido en su apartamento para vivir siempre que estaba fuera de Santander. Admirable. El día siguiente llevaría el barco a su puerto base en la Rochelle para las reparaciones y prepararse para la repetición de las mil millas. Como lo iba a llevar a motor (un fueraborda creo que de 4 CV, ¡y yo diciendo que el mío de 8 CV es pequeño!) y no tenía depósitos de gasolina, le dimos dos de cinco litros que llevábamos para las etapas interminables de Las Landas y que ya no necesitábamos. Nos despedimos con un abrazo rígido recordándole que la prudencia es la mejor parte del valor, y aún nos saludamos el día siguiente antes de la partida. Por desgracia el gafe le siguió acompañando, y unas semanas después, cuando estábamos en St. Valery-sur-Somme entrando a los canales, nos enteramos de que en la siguiente regata tuvo que abandonar por un problema eléctrico.

      El día siguiente, 8 de junio, recorrimos tranquilamente Saint-Gilles porque la etapa hasta la Isla de Yeu era corta y podíamos salir tarde. Llegamos a un estanque de barcos de juguete (46º 41,

       4’ N; 1º 55,9’ W) que es una atracción muy original para los niños y que vimos en otros puertos en este viaje. El de Saint-Gilles-Croix-de-Vie está situado tras una esclusa que retiene el cauce del río “Le Jaunay”, un afluente del río “de la Vie”. Son barcos eléctricos para los niños, como los coches de choque pero en el agua. Allí había faros y balizas, y varios sitios de “desembarco” para que aprendieran a hacer las maniobras. Después recorrimos el pueblo, hicimos la compra y salimos a las 13 h.

      Fue una navegación veraniega, con sol y el mar llano como una cama con la sábana recién estirada. Al salir de Saint-Gilles el viento era del Oeste, justo de morro, pero a lo largo de la tarde fue rolando al Norte y nos permitió alcanzar Yeu en unos cuantos bordos, haciéndonos las 22 millas en siete horas, todas a vela en una ceñida maravillosa.

      Al poco de salir escuchamos por la radio un Pan Pan de una motora blanca con dos personas a bordo, a dos millas de Saint-Gilles, con avería de motor y solicitando remolque. Aunque estaba a nuestra popa no habríamos podido con ella y al poco rato se ofreció otro velero con más potencia de motor a llevarla a puerto. Peor fue la siguiente. A media tarde salió un Pan Pan de una motora con dos personas, con incendio a bordo, entre la isla de Yeu y el Continente, pidiendo ayuda y remolque hasta Saint-Gilles. El señor tenía la voz rara y al principio nos pareció que estaba llorando. La de Salvamento Marítimo le pidió el teléfono (cuando hay incendio puedes quedarte sin batería y la radio deja de funcionar) y al cabo de un rato dijo a la lancha de salvamento que había hablado con el señor y “el pánico se había reducido”. Pero claro, el interesado lo estaba oyendo por el canal 16, como todos los barcos a la redonda y seguramente todos sus amigos del puerto, y quiso dejar claro al colegueo que de pánico nada, que los dos a bordo estaban muy tranquilos y habían apagado el incendio, pero seguían necesitando remolque porque se habían quedado sin motor. Estaban como a seis millas de nosotros, pero claro, con nuestro fueraborda no podíamos remolcarle. Finalmente les fue a recoger la lancha de Salvamento de Saint-Gilles. El señor siempre hablaba con la misma voz y era su tono lo que hacía parecer que estaba en pánico. En los pueblos pequeños nadie es Perico el de los Palotes, todos están fichados y bien fichados, y más con aquella voz y cuando le vieran regresar a puerto con el barco quemado, y él, obviamente, no quería quedarse con el sambenito de que tuvo pánico. Toda la conversación fue por el canal 16.

      Llegamos a Port-Joinville (46º 43,77’ N; 2º 20,77’ W) la capital de la isla de Yeu, a las 20 h. Está al Norte de la isla y tiene un calado de 1,2 metros en el canal de entrada y de 1,5 a 2,5 metros en el interior. La entrada es inconfundible, con una gran pasarela peatonal elevada a babor, sostenida por cuatro patas de hormigón impresionantes y que se adentra en el mar. Toda la zona del antepuerto entrando a estribor se seca en bajamar, y tiene además un muelle a flote con esclusa, con calado de 3,7 metros, para los barcos grandes. Yo había pedido plaza por la radio y me dirigí directamente a la C6 que es la que me habían asignado. Pero al llegar estaba ocupada y me obligó a salir de allí en marcha atrás, pedir aclaraciones (le habían dado la plaza a otro) y buscar y amarrar en la nueva. Pero eso que parece una tontería con el Corto Maltés puede ser una odisea, porque al tener el motor a un lado (en estribor) al dar marcha atrás deriva mucho hacia babor, y eso en el pasillo estrecho de una marina que no conoces, y más con viento de lado, puede acabar en un choque con otros de la fila. Todo terminó bien, recorrimos aquel pueblecito que a pesar de ser “la capital” tenía ese aire de viejo péndulo parado de todas las ciudades insulares, y cenamos en una creperie después de ver la puesta de sol, porque ya era tarde para cocinar a bordo.

      Nuestra siguiente etapa debería haber sido hasta la segunda isla atlántica hacia el Norte, Belle-Île, saltándonos la isla de Noirmoutier que yo ya conocía de la anterior navegación a Bretaña. La distancia a salvar era de más de cincuenta millas, lo que nos obligó de nuevo a madrugar. Nos levantamos a las 6 h, pero nos recibió una lluvia que se comía los colores, como todas las de Bretaña, y no pudimos salir a navegar hasta casi las 8 h. Entre ese retraso y que al salir no hacía demasiado viento, calculamos que llegaríamos a Belle-Île al atardecer, con la bajamar, lo que nos impediría entrar en su puerto a flote, que tiene una esclusa que solo abre en pleamar. Como por la noche tampoco abre, no podríamos acomodarnos hasta el segundo día al mediodía, teniendo que pasar esa primera noche en la isla amarrados a una boya sin poder bajar a tierra. Por eso preferimos ir a La Turballe, en el Continente justo enfrente de Belle-Île. En la Turballe se puede entrar con cualquier marea y nos permitiría ir a Belle-Île el segundo día por la mañana, y hacernos las 27 millas que las separan antes de que abrieran la esclusa. Esta es una de las cosas que más me gustan de la vela de travesías y que la diferencian de los viajes en coche: que nunca hay un plan definitivo y tienes que resignarte a que los encuentros, las mareas y la meteorología decidan tu suerte.

      La primera hora y media, a sotavento de la Isla de Yeu, se la pasó lloviendo y con un viento local entrado allí como por mera curiosidad, lo que nos obligó a ir a motor. Pero luego se levantó el viento del Oeste y nos hicimos las 41 millas en doce horas, en una larga galopada siempre con el espí, y alternando la mayor con el génova atangonado en orejas de burro según de dónde viniera el viento. Una gozada. Al pasar frente a la desembocadura del Loire, río precioso que exploré en mi anterior viaje a Bretaña, nos sorprendió ver mercantes fondeados a doce millas de la costa, esperando la subida de la marea para meterse por el río. Es impresionante ver barcos fondeados en mitad del mar, y comprender el poco calado que debe haber en la desembocadura, que lo hace tan peligroso. Está plagado de pecios.

      Llegamos a La Turballe (47º 20,65’ N; 2º 30,89’ W) a las 19.30 h. Su acceso no tiene dificultad, pues aunque tiene unos escollos rocosos a babor de la entrada están por fuera de la escollera, que se divisa desde lejos. El puerto está dividido en dos dársenas claramente diferenciadas, la pesquera al Norte, junto a la lonja, con 2,5 metros de calado, y la deportiva al Sur, entrando a estribor, con solo 1,5 metros de calado, pero suficiente para nosotros. Es uno de los pocos puertos de esta costa con acceso a cualquier hora de la marea. Las oficinas estaban ya cerradas y no contestaban por la radio, así que intuimos cuál era el pantalán de visitantes y nos abarloamos a otro velero francés con tres parejas a bordo. Lo tenían alquilado y fueron superamables con Mario y conmigo, nos invitaron a un aperitivo y nos dieron algunas instrucciones para las etapas siguientes. Me dejaron fotografiar sus instrucciones náuticas para Belle-Île, tres de ellos eran de Brest y me dieron consejos para las navegaciones allí con Ana, y me desaconsejaron firmemente varar en el entorno del Monte Saint-Michel por la peligrosidad de la marea, asegurando que por allí nadie lo hace.

      Cuando estábamos en esa conversación entró otro velero de unos siete metros, con dos tiarrones a bordo, que obviamente estaban buscando, como nosotros, el pantalán de visitantes. Me sorprendió que todo lo que con nosotros había sido amabilidad con ellos fuera la misma indiferencia con que miraría una vaca un trébol de cuatro hojas. En el pantalán ya no había más sitio y mi primera reacción fue invitarles a abarloarse a nosotros. Pero como nosotros estábamos abarloados a los franceses y el nuevo barco sería ya el tercero que sujetasen sus amarras, la educación manda que sea el barco más