Ladrar al espejo. Álvaro González de Aledo Linos

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Название Ladrar al espejo
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417845247



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natural. El acceso es bastante difícil, por secarse la desembocadura y abrir la esclusa solo en el momento de la pleamar local (que a su vez se retrasa veinte minutos respecto a La Rochelle), y además mediante el único y extraño sistema de avisar por teléfono al esclusero 24 horas antes. Es una de las últimas esclusas de apertura manual que queda en Francia, se construyó en 1882 y está catalogada como monumento histórico. Lo de avisar el día anterior no sé si será solo para que el esclusero madrugue como nosotros o también para que vaya tonificando los bíceps para la manivela. El Sévre Niortaise no lo había recorrido en mi anterior viaje a Bretaña, y me apetecía mucho conocerlo. Pues al llamar desde La Rochelle para que me abrieran el día siguiente resultó que el puente levadizo estaba averiado, o sea que no se podía pasar a Marans sin desarbolar, y la reparación llevaría varios días (me abriría la esclusa pero no el puente). No quedó más remedio que echar la rodilla a tierra y cambiar de planes, porque naturalmente no iba a desarbolar solo para conocer Marans, y tuvo que quedar para otro viaje.

      Finalmente el martes por la noche llegó Mario después de un largo viaje desde Murcia. Entre el trasnoche y que el miércoles por la mañana no paraba de llover, estuvimos esperando una escampada que no se presentó y salimos de La Rochelle casi a las 12 h bajo la lluvia. Nos esperaban 36 millas hasta Les Sables-d’Olonne, nuestro destino alternativo al no poder ir a Marans.

      La opinión de Iker

      ¿Cuál es tu trabajo? ¿Dónde estás ahora? ¿Qué ves por la ventana?

      Trabajo en una multinacional del neumático, y ahora mismo estoy sentado en una mesa, en casa viendo como la primera depresión del otoño nos pasa por encima. ¡Llueve mucho!

      ¿Podrías describirnos un día normal de tu vida en tierra?

      Actualmente mis días están dedicados al cuidado de mi hija Noa, que ya tiene casi 4 años y está hecha una campeona. Muchos días vamos al barco a merendar y a enredar por allí.

      ¿Podrías describirnos un día normal de navegación de esta travesía?

      El día anterior, durante la cena, preparamos la travesía del día siguiente, miramos meteo y dejamos todo más o menos preparado. La subida de Las Landas (en la que he estado yo) son etapas largas, así que madrugábamos. Al llegar a puerto, después de arranchar el barco, una vuelta por el pueblo para hacer turismo, ¡y vuelta a empezar!

      Cuéntanos algo que hayas aprendido en tu parte del viaje.

      Nunca había subido Las Landas. Es una zona de navegación que hay que “comprender”. Son etapas largas, puertos con condicionantes de mareas, una zona de prácticas de tiro, que hay que cumplir a rajatabla... ¡Son unas cuantas variables que tienes que manejar! Esta travesía me ha servido para conocer cómo plantear la navegación por esa zona.

      ¿Qué ha sido lo mejor? ¿Y lo peor?

      Para mí el mejor momento del viaje fue la noche desde Arcachon subiendo a Royan. El viento vino, y navegamos toda la noche a 5/6 nudos con viento de través y no demasiado frío, haciendo guardias de dos horas cada uno. ¡Una noche increíble para navegar! Lo peor, las horas de motor desde Capbreton a Arcachon.

      ¿Repetirías la experiencia? ¿Por qué?

      Sí. Desde mi punto de vista, aunque tengas barco propio, hay que navegar lo máximo posible en otros barcos o en otros proyectos. Siempre se aprende y además te obliga a adaptarte a otras maneras de hacer las cosas. Es la mejor manera de multiplicar tus recursos y crecer como navegante.

      ¿Recomendarías al propietario de un velero pequeño que haga travesías largas con él? ¿Por qué?

      ¡Pregunta difícil esta! Tengo claro que para disfrutar del mar no hace falta necesariamente un barco grande. Según yo lo veo, el límite lo van a poner tu conocimiento de la navegación, el tiempo del que dispongas y tus ganas. Mucho más atrás estará el barco. Si sabes hacerlo en un 34 pies, probablemente sepas también hacerlo en un 23 pies. Nadie mejor que uno mismo sabe si el barco que tienes es el indicado PARA TI. Lo que para una persona le parece cómodo, para otra persona puede resultar lo contrario.... y todo es respetable… venimos a disfrutar.

      Respondiendo a la pregunta... contestaría que sí, claro que se pueden hacer travesías en barcos pequeños... solo es cuestión de tiempo y determinación. Pero también he de decir que, a pesar de pensar de esta manera, yo mismo me pasé a una eslora mayor... y la verdad que no volvería atrás.

      ¡Buena proa a todos!

      Capítulo 5

       Las primeras islas

      Y claro, salir a las 12 h tuvo sus consecuencias. Nos hicimos las 36 millas en diez horas, casi todas a vela, alternando chubascos de los que hacen salir humo del mar con ratos de sol, y en un único bordo amurados a babor gracias al viento del Oeste. Pasamos entre la isla de Ré y el Continente, y luego paralelos a la costa. A las 19.30 estábamos frente a Bourgenay (46º 26,25’ N; 1º 40,70’ W)

       que era nuestro destino alternativo si algo se complicaba, pero a pesar de la hora decidimos seguir a Les Sables. Yo ya lo conocía de mi navegación anterior por Bretaña y preferimos continuar, lo que hizo que llegáramos a Les Sables (46º 29,31’ N; 1º 47,44’ W) a las 22 h, prácticamente de noche porque aunque el sol no se había puesto estaba nublado y lloviendo. Nos dirigimos al Quaie Garnier, el más cercano al centro, donde ya no contestaban por la radio y fuimos directos al pantalán de visitantes. En la oscuridad y bajo la lluvia, en aquel pantalán llamado "deseo" unos navegantes desaprensivos habían amarrado su barco justo en medio del espacio disponible. La mujer nos vio llegar y no solo no lo corrió al ver que intentábamos alcanzar el pantalán, sino que se fue para dentro y no nos ayudó a amarrar en el huequecito que nos dejaba.

      Por el contrario, en el otro extremo estaba una motora gigantesca, un megayate de tres pisos del que salió una pareja madura no solo a ayudarnos a amarrar, sino a cambiar sus tomas de corriente eléctrica para hacer sitio a la nuestra bajo aquella lluvia como una lámina de cristal. Debían echar de menos a sus hijos o ser almas de la caridad, porque la mujer nos preguntó si teníamos hambre y nos ofreció una hamburguesa caliente. Nos dio vergüenza y dijimos que no, aunque llegábamos con el estómago pegado al espinazo. Luego nos contaron que venían en ese barcarrón desde California. Sí, lo habéis oído bien, desde California. Del Pacífico al Atlántico por el paso del Noroeste, o sea, por el Polo Norte al Norte de Canadá, Groenlandia, Islandia y Europa. Ahora estaban yendo al Mediterráneo y querían llegar a Israel. ¡Y todo a motor! Alucinante. Y menudo consumo de combustible. Nos contaron que tenían un depósito de 15.000 litros, que consumía 24 litros a la hora, y que navegaban a ocho nudos. Y por allí no vimos a ningún marinero, o sea que aquella mole la manejaban ellos dos. Siempre que nos cruzábamos tenían unas palabras amables, en una mezcla de italiano, inglés, francés y español. Una pareja de las que no se resignan a retirarse a casa para ver la tele y hacer tricot. Por el contrario a la pareja joven del velero le faltaba un hervor y no nos daba ni los buenos días.

      Utilizamos la mañana siguiente para descansar, ducharnos, hacer la compra, y ver los preparativos de la Golden Globe. Por cierto, las oficinas y aseos de la marina, donde nos habíamos quedado, están en el mismo pantalán flotante, y hacía raro ver las volutas y arabescos del agua de la ducha cuando venían olas. La Golden Globe es una réplica vintage de la primera regata de la vuelta al mundo en solitario de 1968, con barcos y medios técnicos de aquella época, y los participantes iban a tomar la salida en Les Sables. Aquel año mítico fue el de los hippies, el de la revolución de mayo del 68, el anterior a llegar el hombre a la luna, y ni siquiera se sabía si era posible hacer esa vuelta al mundo a vela. De hecho en la de 1968 se apuntaron nueve barcos y solo uno consiguió volver a Europa, el Suhaili, de Robin Knox-Johnston, que se convirtió en el primer hombre en lograr esa hazaña. Fue la regata en la que a Moitessier, el peso pesado de la vela francesa, le dio la venada y decidió no volver a Europa cuando la iba ganando, ese gesto con el que troqueló la vida de muchos navegantes de los años sesenta y