Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon

Читать онлайн.
Название Bell: La vida es puro cuento
Автор произведения P. S. Brandon
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9781953540119



Скачать книгу

pero no me hizo caso.

      –No es lo mismo, Snow. Además, el rojo me sienta muy bien –me dijo.

      Bell se encontró unas piedras de obsidiana negra en forma de espina y las levantó.

      –¿Cuánto por estos? –preguntó, mostrándoselas a la mujer.

      –Serían cien por ambos, junto con unos collares, para que los cuelgues. Solo que tendrás que regalar uno de esos colgantes a alguien a quien quieras: tu hermano, por ejemplo –dijo señalándome.

      –No somos hermanos. Es mi mejor amigo –le dijo.

      –Parecen hermanos –dijo sorprendida, y se fue al mostrador.

      Bell regresó con el colgante puesto y la mujer se acercó a mí para estar frente a Bell. En una mano tenía el otro collar.

      –Después de que hayas pasado mucho tiempo con el collar, podrás usarlo como amuleto. Siempre que estés inseguro de algo, gíralo sobre tu mano. Si se detiene, es porque no debes hacer lo que le preguntaste; pero, si sigue su curso, es porque tú también tienes que seguirlo. –Hizo una pausa–. Gracias por su compra.

      Cuando íbamos a la puerta, se había calmado la lluvia. Así que solo nos cubrimos con la sombrilla y seguimos hasta la estación del tren.

      Para entrar en la estación teníamos que bajar por treinta escalones y pasar por un pasillo, largo y macabro. Bell me dio el collar que llevaba, a la mitad del pasillo.

      –Me gustaría que te lo quedaras, como un collar de mejores amigos.

      –Y decías que el afeminado era yo, pinche joto.

      Le agradecí y lo tomé. Me preguntó que si quería ponérmelo.

      Conforme avanzamos por el pasillo empezamos a escuchar con mayor intensidad una canción de hip–hop. Al final había un grupo de chicos bailando, con movimientos increíbles.

      –Me molaría bailar así. ¿Tú qué opinas? –dijo Bell.

      No le respondí porque yo estaba hipnotizado con el baile. Era una clase gratuita en la estación del tren que ya tenía varios meses, solo que nunca había visto tantos chicos guapos bailando.

      –¿Es que te ha gustado alguno? –me dijo Bell–. El chico del cabello rubio es buenmozo. Deberías de hablar con él.

      Era precisamente el chico al que estaba observando: alto y de tez blanca, al igual que yo, solo que él era rubio y tenía ojos verdes. Vestía una camisa negra de tirantes y pants grises. El sudor le escurría por la camisa y las puntas del cabello.

      –Me conoces mucho y creo que es un problema –le dije, dándole la razón y sonriendo–. Bueno, vayámonos. –Caminé para poder entrar a la plataforma de abordaje.

      –¿Así? ¿Sin llamar su atención? –Intenté, detenerlo, pero no pude. No hay quien pueda con un impulso de Bell.

      –¡Hey, galán! Mi amigo piensa que eres un tío interesante, que cuándo le enseñas a mover así el culo.

      Jalé a Bell para irnos a la plataforma para abordar el tren y evitar que hiciera otra tontería. Mientras esperábamos, veía cómo el chico me observaba. En varias ocasiones me sonreía. Cuando llegó el tren y subí, pude verlo por última vez. El chico me sonrió y con un movimiento de mano se despidió.

      –No hay de qué, idiota. No desaproveches tu oportunidad –dijo Rojo, en tono burlón.

      Los días siguieron hasta que se cumplió un mes, y siempre lo encontraba en la estación practicando con su grupo. Nunca cruzábamos palabras, solo gestos y sonrisas.

      En varias ocasiones me había masturbado pensando en él. Imaginaba encuentros sexuales en el tren o en mi cama. Cuando veía pornografía me gustaba imaginar que los chicos éramos nosotros. Siempre que me venía, pensaba en él.

      Había salido con siete chicos diferentes en los últimos meses, cada uno diferente, en actitud y en habilidades, pero eran una decepción: me ilusionaban y después se iban.

      Rojo había faltado a trabajar en varias ocasiones porque tenía “asuntos personales”, así que yo llevaba algunos días yendo solo a trabajar. Era viernes e iba a encontrarme con mi amiga Melisa, a quien no había visto desde hacía ya seis meses.

      Estaba lloviendo y me cubrí con la sombrilla de Bell. Al pasar por la plazoleta, pasé frente la tienda en la que Rojo había comprado nuestros collares. Siempre llevaba el mío en la bolsa del pantalón. Metí mi mano para sentirlo, lo apreté y seguí hacia la estación.

      A la entrada vi un letrero que en letras grandes decía: “Charlando con mi chico perfecto”. En el letrero había una foto de un muchacho rubio, lo que me hizo pensar en el bailarín a quien Bell le decía “Encantador”.

      Pensé que hoy por fin sería el día en que le hablaría. Estaba algo nervioso, metí mis manos a mis bolsillos y en el izquierdo sentí mi collar, y recordé lo que la mujer había dicho, así que lo saqué y pregunté en voz baja:

      –¿Debería hablarle a Encantador?

      Tomé el collar y comencé a girarlo. Habían pasado diez segundos y aún no se detenía, estaba parado a la mitad del pasillo, las personas me miraban, pero no me importaba, el péndulo seguía girando.

      –Lo haré.

      Caminé muy decidido a hablar con él y me sorprendió no escuchar música de hip–hop. Ahora sonaba una música diferente: salsa.

      Había parejas de ancianos bailando de un lado a otro, y yo solo podía pensar: “¡Que decepción!”.

      Me senté en una banca para esperar el tren, me puse mis audífonos y escuché mi canción favorita del momento: “Perfect Illusion” de Lady Gaga, pensando: “Tal vez todo esto fue una ilusión, no era real, era mi sueño perfecto.”

      Miraba hacia la otra plataforma de abordaje a una pareja de novios besándose. Me dieron celos y me entristeció un poco. Cuando la pareja se percató de que la miraba, bajé la vista a mi celular. Me percaté de que había recibido un mensaje de Melisa.

      Al parecer llegaría más tarde. Ahora tenía tiempo para ir a mi apartamento y después a nuestra cena. Mientras le respondía, sentí que alguien se sentaba a mi lado tirando la sombrilla de Bell. Me agaché para tomarla y también el extraño lo hizo. Me di cuenta de que era Encantador.

      Nos sonreímos y conversamos por cinco minutos. Solo hablamos de su baile y de que compartíamos miradas. El tren se aproximaba, me levanté de la banca. Las brillantes luces blancas se acercaban, con una vibración más intensa en mis pies. Sentí que me tomó de la mano y me robó un beso.

      No pude resistirme. Ya sabía cuáles eran sus intenciones: al igual que las mías, estaba deseoso, hacía mucho que no me había encamado con alguien, así que le dije en un tono muy seductor y directo.

      –¿Quieres ir a casa conmigo?

      No tuvo ni que responder y no pude decir nada más. Solo nos subimos al tren.

      En cada estación, él me susurraba obscenidades al oído, cosas que quería hacerme o que le gustaría que hiciéramos en el tren.

      –Me gustaría tomarte aquí arriba, darte el mejor sexo oral de tu vida. Ya casi no hay nadie. Podría empezar a masturbarte aquí, si me lo permites. Vamos.

      Dejé solamente que acariciara mi entrepierna y yo hacía lo mismo con la de él. Solo había un par de personas en el vagón. Endurecía mi miembro con su tacto y lanzó un comentario.

      –Ya quiero probarlo, se siente muy bien. Me imagino a lo que sabrá.

      Bajamos del tren y caminamos una cuadra para llegar a mi apartamento. Ahí se me lanzó. En cuanto abrí la puerta, él ya estaba besándome y sacándose la ropa. Su libido era más alta que la mía. Yo quería hacer las cosas más lentas.

      No me di cuenta de cuándo terminamos desnudos sobre mi sofá