Название | Colapsología |
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Автор произведения | Pablo Servigne |
Жанр | Математика |
Серия | |
Издательство | Математика |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417623685 |
Sobran los ejemplos para describir el increíble comportamiento de la curva exponencial; desde la ecuación de Nenúfar que tanto le gusta a Albert Jacquard2 hasta el tablero de ajedrez, donde rellenaríamos cada casilla con una cantidad de granos de arroz multiplicada por dos3. Todos muestran que esta dinámica resulta muy sorprendente, incluso contraria a la intuición: para cuando se hacen visibles los efectos del crecimiento, a menudo es demasiado tarde.
En matemáticas, una función exponencial asciende hasta el cielo. En el mundo real, en la Tierra, hay una barrera mucho antes. En ecología, esta barrera se conoce como capacidad de carga de un ecosistema, y se señala como K. En general, existen tres formas en las que un sistema puede reaccionar ante un crecimiento exponencial (ver figura 1). Tomemos el clásico ejemplo de una población de conejos que crece en una pradera; puede que la población se estabilice lentamente antes alcanzar la barrera (ya no crece más, encuentra un equilibrio con el medio) (figura 1A), que la población sobrepase el umbral máximo que puede soportar la pradera y más tarde se estabilice en una fluctuación que deteriore ligeramente la pradera (figura 1B), o que traspase la barrera y siga acelerando (overshooting), lo que lleva a un colapso de la pradera, seguido del de la población de conejos (figura 1C)4.
Estos tres patrones teóricos pueden servir para ilustrar tres épocas. El primer patrón se corresponde típicamente con la ecología política de los años setenta: todavía teníamos tiempo y la posibilidad de emprender una trayectoria de «desarrollo sostenible» (lo que los anglosajones llaman una «steady-state economy»). El segundo representa la ecología de los años noventa, época en que, gracias al concepto de huella ecológica, nos dimos cuenta de que habíamos sobrepasado la capacidad de carga global de la Tierra5. A partir de entonces, cada año, la humanidad en su conjunto «consume más que un planeta», y los ecosistemas se deterioran. El último patrón se corresponde con la década de 2010: durante los últimos veinte años hemos seguido acelerando con total conocimiento de causa mientras destruíamos a un ritmo aún más constante el sistema Tierra, que nos acoge y nos mantiene. Digan lo que digan los optimistas, la época en la que vivimos está claramente marcada por el espectro de un colapso.
Figura 1. Reacción de un sistema vivo a un crecimiento exponencial (la curva continua representa una población y la curva discontinua representa la capacidad de carga del medio).
Fuente: Meadows et. al., 20046.
LA ACELERACIÓN TOTAL
De ahora en adelante conviene percatarse de que numerosos parámetros de nuestras sociedades y de nuestro impacto sobre el planeta revelan una tendencia exponencial: la población, el PIB, el consumo de agua y de energía, el uso de fertilizantes, la producción de motores y de teléfonos, el turismo, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, el número de inundaciones, el daño causado a los ecosistemas, la destrucción de los bosques, las tasas de extinción de las especies, etc. La lista es interminable. Este «cuadro de indicadores»7 (ver figura 2), muy conocido en la comunidad científica, prácticamente se ha convertido en el logo de esa nueva era geológica llamada Antropoceno, una época en que los humanos han pasado a ser una fuerza que altera los grandes ciclos biogeoquímicos del sistema Tierra.
Figura 2. Cuadro de indicadores del Antropoceno.
Fuente: Steffen, W. et al., «The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration», The Anthropocene Review, 2015, págs. 1-18.
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué esta aceleración? Algunos especialistas del Antropoceno datan el inicio de esta época a mediados del siglo xix, durante la Revolución industrial, cuando se generalizó el uso del carbón y de la máquina de vapor, que desembocó en el bum ferroviario de la década de 1840 y precedió al descubrimiento de los primeros yacimientos de petróleo. Ya en 1907, el filósofo Henri Bergson escribía con una increíble clarividencia:
Ha pasado un siglo desde la invención de la máquina de vapor, y apenas empezamos a notar la profunda sacudida que nos ha dado. La revolución que provocó en la industria no ha conmocionado menos las relaciones humanas. Surgen nuevas ideas. Empiezan a eclosionar nuevos sentimientos. Dentro de miles de años, cuando la distancia del pasado solo permita ver las grandes líneas, nuestras guerras y nuestras revoluciones parecerán muy poca cosa, suponiendo que todavía las recordemos; pero de la máquina de vapor, con las invenciones de toda clase que la acompañan, hablaremos quizá como hablamos del bronce o de la piedra labrada; servirá para definir una era8.
La edad de la máquina térmica y de las tecnociencias ha sustituido hoy en día a la de las sociedades agrarias y artesanales. La aparición del transporte rápido y barato ha abierto las rutas comerciales y borrado las distancias. En el mundo industrializado, las cadencias infernales de la automatización de las cadenas de producción se han generalizado y los niveles de confort material han aumentado globalmente de manera progresiva. Los avances decisivos en materia de higiene pública, alimentación y medicina han aumentado la esperanza de vida y reducido considerablemente las tasas de mortalidad. La población mundial, que se duplicaba aproximadamente cada mil años durante los ocho últimos milenios, ¡se ha duplicado en un solo siglo! De mil millones de personas en 1830 hemos pasado a dos mil millones en 1930. Y después viene la aceleración: solo hacen falta cuarenta años para que la población vuelva a duplicarse. Cuatro mil millones en 1970. Siete mil millones hoy en día. En el curso de la vida de una persona que hubiera nacido en la década de 1930, ¡la población pasó de dos a siete mil millones de personas! A lo largo del siglo xx, el consumo de energía se multiplicó por 10, la extracción de minerales industriales, por 27, y la de materiales de construcción, por 349. La envergadura y la velocidad de los cambios que estamos provocando no tienen precedente en la historia.
Esta gran aceleración se constata también en el terreno social. El filósofo y sociólogo alemán Hartmund Rosa describe tres dimensiones de aceleración social10. La primera es la aceleración técnica: «el aumento de las velocidades de desplazamiento y de comunicación es el origen de esa experiencia tan característica de nuestra época de la “reducción del espacio”: las distancias espaciales, efectivamente, parecen acortarse a medida que el trayecto se vuelve más rápido y sencillo11». La segunda es la aceleración del cambio social, que implica que nuestras costumbres y forma de relacionarnos se transforman cada vez más rápidamente. Por ejemplo, «el hecho de que lleguen nuevos vecinos y se vuelvan a mudar con mayor frecuencia, de que nuestros compañeros (pasajeros) de vida, al igual que nuestros trabajos, tengan una “vida media” cada vez más corta, y de que las modas de vestir, los modelos de vehículo y los estilos musicales se sucedan a una velocidad mayor cada día». Nos encontramos ante una verdadera «reducción del presente». La tercera aceleración es la del ritmo de vida, porque, en reacción a las aceleraciones técnica y social, intentamos vivir más deprisa. Rellenamos de forma más eficaz nuestro horario, evitamos «perder» el valioso tiempo, pero, sorprendentemente, todo lo que debemos (y queremos) hacer no parece dejar de aumentar. «La “falta de tiempo” aguda se ha convertido en un estado permanente de las sociedades modernas12». ¿Cuál es el resultado? Adiós a la felicidad, trabajadores quemados y depresión en masa. Y el colmo del progreso es que esta aceleración social que realizamos/sufrimos sin parar ni siquiera pretende mejorar nuestro nivel de vida, su único objetivo es mantener el statu quo.
¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES?
La gran cuestión de nuestra época consiste en saber dónde se encuentra la barrera13. ¿Tendremos la capacidad de seguir acelerando? ¿Habrá un límite (o muchos) para nuestro crecimiento exponencial?