Una historia de Rus. Argemino Barro

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Название Una historia de Rus
Автор произведения Argemino Barro
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417118709



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colores de Ucrania. Una antigua campeona de Eurovisión coordinaba los ejercicios para mantenerse en calor a veinte grados bajo cero. De los patios interiores llegaba el eco de los golpes. Eran los grupos de autodefensa, practicando con palos de madera.

      Cientos de personas cedieron sus coches al activismo. Los grupos de conductores, apodados “Automaidán”, transportaban heridos, víveres y militantes. Patrullaban las calles y conectaban las revueltas de distintas regiones. La seguridad, coordinada por grupos de extrema derecha, se organizó en “centurias”, siguiendo el modelo de la caballería cosaca. En el momento más duro de la acción, dos cosacos llamaron a las armas tocando sus tambores con el pecho descubierto.

      Hace cuarenta días de aquello. Pero los ojos de Olga siguen encendidos. Todavía reflejan las llamas de la plaza, que se ha convertido en un inmenso memorial. Los kyivitas honran al centenar de personas que perdieron la vida entre enero y febrero: la llamada “centuria celestial”, los mártires de la revolución.

      El primero en caer fue Serhiy Nigoyan, un armenio-ucraniano del sur. Era fotogénico, popular. Su porte calmado y su barba negra de guerrero persa habían atraído la atención de las cámaras. Su fotografía cuelga ahora en el lugar donde fue tiroteado, entre flores y banderas. Un sismólogo de Lviv fue secuestrado en el hospital. Lo torturaron y lo dejaron tirado, con las piernas atadas con cinta adhesiva, en un bosque de las afueras. Murió congelado. La mayoría de estos soldados de última hora, blandiendo trozos de tubería, cascos de obrero y escudos hechos con restos de muebles, cayeron hacia el final, baleados por los francotiradores.

      Las ancianas dejan flores en los pequeños altares, lloran y empuñan rosarios. De fondo, sobre un escenario, se celebra una misa de tambores lentos. La ciudad guarda luto, pero la épica sigue ardiendo en el pecho de los activistas. Cada vez que un vehículo tiene que pasar por el medio de una multitud, alguien grita ¡korridor! y se pone a empujar a la gente como si las balas zumbaran por encima de las cabezas. El uniforme ha tomado el control de sus vidas. Entran en los bares a toda prisa, dejando un olor acre, y fuman pendencieros con un fusil bajo el brazo. La falta de enemigo común ha desperdigado las energías, que antes corrían por un canal concreto, la revolución, y ahora se deslavazan en pequeños frentes. Los milicianos discuten por el espacio de las tiendas y la distinción entre ellos y los merodeadores se ha difuminado. De parques y bocas de metro surgen señores de cara púrpura que piden dinero en nombre del Maidán. Muchos uniformados pasan el día bebiendo cervezas de un litro y haciendo sonar las barras de hierro en el cemento. Junto a sus tiendas de campaña se multiplican las botellas de vodka vacías. Siguen acampados, dicen, como garantía armada: para que el Gobierno provisional cumpla sus promesas. El saludo oficial es una reliquia nacionalista:

      «¡Gloria a Ucrania!».

      «¡Gloria a los héroes!».

      Y una mueca de satisfacción les llena el rostro.

      Algunos kyivitas se empiezan a cansar. Miran desde arriba a los oriundos de los Cárpatos, que duermen en el centro de Kyiv con la excusa de proteger la revolución. Otros, más indulgentes, valoran el sacrificio brindado al Maidán. Pasar el día bebiendo y pidiendo cigarrillos, dicen, es poco premio por haber tumbado a Yanukovych.

      2

      El concepto de Maidán ha adquirido una talla divina. Desde la independencia de Ucrania, en 1991, esta plaza se ha convertido en el ágora donde se concentra la energía popular. El Maidán fue el escenario de las protestas contra la corrupción del presidente Leonid Kuchma y luego de la “revolución naranja”. En 2004, los partidos proeuropeos desbancaron a Viktor Yanukovych acusándolo de fraude electoral.

      Ahora, el Maidán, alimentado por la victoria y el sacrificio humano, ha mutado en algo más grande: una fuerza indómita, sobrenatural. Un dios primitivo al que no se puede ofender. «El Maidán ha vuelto a la calle», se oye decir. «El Maidán decidirá». Todo es antes, o después, o según, o si lo permite, el Maidán.

      Cada cual lo invoca según sus inquietudes.

      Los milicianos, que ven pasar las horas entre los restos de las barricadas, se agarran a su bautismo de fuego. Aseguran ser el Maidán: ellos son quienes se han jugado la vida en las calles. Suyo es el derecho a reactivar la revolución si los gobernantes se desvían del camino indicado. Para las clases medias, el Maidán es una manifestación de su dignidad. Una manera de enfilar hacia ese futuro nebuloso de transparencia e imperio de la ley que representa la Unión Europea. Los políticos, que llevan meses navegando a ciegas, ven en el Maidán un vacío lleno de oportunidades. Con un ojo puesto en la opinión pública toman posiciones en el parlamento, los ayuntamientos y los órganos del Estado. Cambian de bando con disimulo y mueven sus piezas de cara a las elecciones presidenciales que se celebrarán el 25 de mayo.

      Como después de un grave accidente, las mentes de Ucrania aún están adaptándose al nuevo orden. Un gobierno ha caído y Rusia ha invadido Crimea. La situación sigue teniendo un halo onírico, surrealista. Cada kyivita maneja su propia narrativa de lo que ha ocurrido y de lo que está por llegar. Muchas personas se miran al espejo para descubrir que han envejecido de golpe. Llevan tiempo sin conciliar el sueño, levantándose cada hora para mirar las noticias. Los ciudadanos se han quedado lívidos. Los políticos son presa de la excitación. Los escritores balbucean en los informativos. Se sientan a escribir y se quedan en blanco. «Recientemente, esta sensación de estar perdido con las palabras me viene cada vez más», escribió un novelista, Andrei Kurkov, en su diario. «O la vida se está haciendo más rica y extraña, o las palabras capaces de describirla están eludiendo su responsabilidad».

      El Maidán no solo ha generado una cadena de cambios trascendentales para Ucrania: también ha revelado la debilidad burocrática y la magnitud de la corrupción.

      Solo Mezhyhirya, la mansión absolutista del presidente huido, levantada sobre pilas de dinero de los contribuyentes, es una rica fuente de información sobre “La Familia”, que era como se conocía a la camarilla en el poder. Todos los vicios desarrollados en las últimas dos décadas, los magnates que se protegen comprando escaños, la “tecnología política”, que se inventa partidos títere y los legitima en las televisiones de los oligarcas, y la mera depredación de los bienes públicos, alcanzaron su máxima expresión en Viktor Yanukovych. En vez de regular los flujos de corrupción, como habían hecho los presidentes anteriores, Yanukovych tomó las riendas de cualquier fuente de riqueza ilícita. Su gobierno vendía gas subvencionado a los millonarios afines, que luego lo revendían para su propio lucro. Arropados por el Estado, estos podían evadir los aranceles del petróleo, hacerse con el control de diferentes industrias y obtener préstamos de compañías que luego se declaraban en quiebra. A cambio, La Familia, que constaba de apenas una decena de miembros, dos de ellos hijos del presidente, recibía pagos en negro que podían llegar al 50% de los contratos firmados. Luego los transferían a una red de compañías ficticias en Ucrania y el extranjero. Este dinero les servía para enriquecerse, comprar lealtades y engrasar una red de policías y burócratas en las diferentes regiones.

      Ihor Rybakov, del partido de Yanukovych, fue grabado intentando convencer a un parlamentario para que se uniera a un partido nuevo que haría las veces de falsa oposición. Le ofrecía 450 000 dólares de golpe y 25 000 al mes. Según documentos revelados por el servicio secreto de Ucrania, el partido de Yanukovych se gastó sesenta y seis millones de dólares en estos menesteres.

      También proliferaron el chantaje y la extorsión. Cualquier empresa rentable se colocaba en el punto de mira del Gobierno. Quienes no se plegaban al esquema criminal eran estrangulados con precios, impuestos o auditorías. Nadie sabe cuánto dinero acabó en manos de La Familia y sus aliados.

      Esta realidad subterránea, bosquejada por los reporteros de investigación, quedó al descubierto el día en que huyó Yanukovych. Cuando los milicianos del Maidán alcanzaron la guarida del presidente el 22 de febrero, treparon la valla de cinco metros y clavaron sus botas en la cuidada hierba, todavía brillaban las brasas de las hogueras encendidas con documentos incriminatorios. Aquellos que la gente de Yanukovych no tuvo tiempo de quemar, en medio de la espantada, fueron arrojados a los estanques. Otros seguían a medio deshacer en las trituradoras u olvidados